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El Espectador fue fundado un año después de que se expidiera la Constitución de 1886, que con “sobrada justicia” Miguel Antonio Caro consideró monárquica, pero, “desgraciadamente, electiva”. Eran los años de la Regeneración, nacida bajo las cenizas de la Constitución radical de 1863. No fueron nada fáciles esos primeros años del periódico fundado por Fidel Cano Gutiérrez en la calle El Codo, en Medellín, en una modesta imprenta, para trabajar “en bien de la patria con criterio liberal y en bien de los principios liberales con criterio patriótico”. (Recomendamos: Qué significa ser periodista de El Espectador, testimonio de Nelson Fredy Padilla).
Tarea difícil porque la nueva carta, centralista y confesional, en el numeral K, transitorio, establecía: “Mientras no se expida ley de imprenta, el Gobierno queda facultado para prevenir y reprimir los abusos de prensa”. La nueva Constitución nació luego de que el ejército gubernamental derrotara a los radicales en la batalla de La Humareda. Conocido el triunfo el presidente Rafael Núñez, desde el balcón de Palacio, anunció que la Constitución de 1863 dejaba de regir. A ella, los de la Regeneración le señalaban todos los defectos habidos y por haber, imputándole hasta la paternidad del sinnúmero de guerras civiles que se produjeron durante su vigencia. (Más: Visite nuestro especial por los 135 años de este diario).
La verdad fue que esa carta —que recogió parte del ideario político de los radicales, antiguos gólgotas— entró en crisis no por sí misma sino que a partir de la Ley 20 de 1867 se dijo: “Cuando en algún Estado se levante una porción cualquiera de ciudadanos con el objeto de derrotar al gobierno existente y organizar otro, el gobierno de la Unión deberá observar la más estricta neutralidad entre los bandos beligerantes”. ¡Qué tal! Como poner al gobernante de la nación en una candidez de marido engañado. Eso no tenía otro propósito que ir en contra del presidente Mosquera, quien la objetó y le significó que le dieran golpe de Estado.
En medio de esa polarización nació El Espectador, el 22 de marzo de 1887. No habían aparecido 30 números cuando llegó una orden a Medellín de Felipe Angulo, ministro del presidente Núñez: “Sírvase suspender la publicación periódica El Espectador. Prohíba usted también que se hagan nuevas publicaciones periódicas hasta tanto se expida el decreto sobre prensa. Por ahora solo deberá usted atenerse al artículo K de la Constitución. El Gobierno espera toda su colaboración en este sentido”.
El general Payán, como presidente interino, dictó un decreto sobre prensa y con base en él reapareció El Espectador. Se le bautizó como “la tregua Payán”. Así volvió a aparecer el periódico el 10 de enero de 1888. Era el número 31. Pero Carlos Holguín, otro encargado del Gobierno —porque a Núñez no le gustaba gobernar y lo hacía por interpuesta persona—, suspendió de nuevo el periódico cuando estaban en prensa los números 99 y 100 (edición doble). Era el 27 de octubre de 1888 y llegó la orden del ministro dirigida al gobernador de Antioquia: “Habiendo El Espectador tomado carácter de publicación subversiva, el Gobierno, de acuerdo con lo que previene el inciso 3 del artículo 7 del decreto sobre prensa, ha resuelto suspender por seis meses la impresión del expresado periódico. Sírvase Usía comunicar esta resolución al director y editor de la hoja de referencia y hacer que tenga estricto cumplimiento, José Domingo Ospina”.
Cumplido el término de seis meses, reapareció el 12 de febrero de 1891. Un artículo de Fidel Cano, titulado “Anagrama”, le mereció una multa del Gobierno el 26 de septiembre de 1892. El ministro Antonio B. Cuervo se la comunicó en estos términos: “Acabo de leer el suelto ‘Anagrama’ publicado en el número 187 de su periódico y teniendo en cuenta el artículo 6 del decreto número 151 de 1888 sobre prensa, que atribuye a este Ministerio la intervención gubernativa en materia de imprenta, impuse a usted una multa de $200, por considerar subversivo dicho escrito. Dios guarde a usted, Antonio B. Cuervo”. Con ironía, Fidel respondió el día siguiente: “Puede su Señoría disponer del dinero que según su telegrama de ayer ha resuelto exigirme forzosamente. Dios me guarde de usted, Fidel Cano”.
El 8 de agosto de 1893, ya en el número 282, el gobernador de Antioquia ordenó la suspensión del periódico y encarceló al director Fidel Cano. Solo el 14 de marzo de 1896 volvió a aparecer El Espectador, pero el 27 de junio, cuando circulaba el número 311, recibió orden de suspensión indefinida. El 24 de abril, al amparo de la nueva ley de prensa, El Espectador reapareció con el número 321 y circuló ininterrumpidamente hasta cuando estalló la Guerra de los Mil Días, en octubre de 1899. Volvió a las calles en 1903, con el número 506.
En noviembre de 1904 Fidel Cano resolvió suspender la publicación porque no había garantías para la libertad de prensa en el gobierno del general Rafael Reyes. Solo cuando renunció y asumió Jorge Holguín, Cano se aprestó a reanudar la publicación de su periódico, pero el nuevo mandatario le ofreció ser ministro. Expidió el Decreto 580 del 10 de junio de 1909, que lo designó. Un parágrafo decía: “El señor doctor Justiniano Cañón, subsecretario de Hacienda, quedará encargado del Ministerio de Hacienda y Tesoro mientras toma posesión el ministro titular, ausente hoy de Bogotá”. Fidel Cano no alcanzó a posesionarse, porque en este breve gobierno de Jorge Holguín —lo había encargado Reyes— el Congreso eligió a Ramón González Valencia. Es que el destino no ha querido que los Canos sean funcionarios públicos, pues igual le sucedió a Luis Cano.
En 1910, cuando se aprobaron normas que modificaron disposiciones banderas de la Regeneración, reapareció El Espectador con el número 846. En 1915 comenzó a editarse simultáneamente en Medellín, bajo la dirección de Fidel Cano, y en Bogotá, de su hijo Luis Cano. Después vendrían episodios políticos del siglo XX, como el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán; el incendio de las residencias de los dirigentes liberales Alfonso López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo, y las sedes de los periódicos El Tiempo y El Espectador, en el gobierno de Laureano Gómez y Roberto Urdaneta Arbeláez, el 6 de septiembre de 1952.
Con el retiro de Luis Cano, en 1949, asumió la dirección Gabriel Cano. Llegó la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla, cuando, luego de la censura, vendría el cierre ordenado por el Gobierno. Llegado al Frente Nacional y la lucha no fue con los gobiernos sino, primero, con los grupos económicos por las denuncias sobre maniobras irregulares del Grupo Grancolombiano, que ocasionaron el retiro de la pauta publicitaria que ese emporio tenía en el diario —años 80—; y segundo, con el narcotráfico que condujo al asesinato vil, a la salida de la sede del periódico, de su director Guillermo Cano, el 17 de diciembre de 1986. No les bastó. Detonaron un camión bomba contra la sede de la avenida 68, al amanecer del 2 de septiembre de 1989. Ha sido difícil la vida de El Espectador a lo largo de 135 años. “Nosotros no vamos a claudicar, como no hemos claudicado jamás. ¡Sobre eso nadie tiene derecho a equivocarse!”, dijo Guillermo Cano.