Gustavo Guerrero y Jorge Tirado convencieron a Augusto Bracho de venir a Colombia. El hombre siempre había querido volver a estas tierras, pero cuando le contaron de la gira se hizo el difícil. No se asombraron, porque luego de que desapareciera muchos meses, después de un concierto de Pachuca en el 2020, regresó un poco más rebelde que de costumbre.
“¿Cómo localizar a alguien que se esfuma, que no sube historias a Instagram, que no publica los lugares en los que come, que no etiqueta a sus amigos, no comparte su última colaboración?” Dijo Jorge Tirado. Él es su manager, quien lanzó una docuserie por internet, tratando de narrar la búsqueda en medio de esa desaparición.
La primera vez que lo vi fue en la pandemia. Vagando y divagando en la red, encontré un video en el que Bracho canta unas coplas oaxaqueñas. ¿Quién es este personaje? Pensé. Desde ese momento, no paré de escucharlo, en medio del encierro de la cuarentena. Tienen la razón los que dicen que el tipo es magnético.
“Si se presta mi memoria, cantaré versos modernos. Y les contaré una historia, que ayer salí del infierno. Hoy me coloqué en la gloria para pasar el invierno”, empieza el canturreo. Su talento performativo, aunado a una innegable maestría musical, hizo que me volviera una suerte de fanática de sus canciones.
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Por eso, cuando me enteré de que Augusto Bracho estaría en un conversatorio en Sonora, casa musical en el barrio San Antonio de Cali, no lo podía creer. Llegué puntual: sábado de agosto, hora 2:00 p.m. Al primero que vi fue a Gustavo Guerrero y luego a los anfitriones de la casa. Había mucha gente. Pero todo era muy raro, porque yo no veía a Bracho por ningún lado.
Luego nos hicieron pasar a un cuarto donde estaban dispuestas las sillas para el público y también un sillón en el que se sentaron Gustavo Guerrero y su novia Laura Itandehui, también talentosa cantante y compositora. El moderador de la charla fue el músico caleño Maréh. El manager, Jorge, se quedó de pie, sacando fotos.
¿Alguien ha visto a Agusto Bracho? pensé. Entonces empezó el diálogo y Gustavo Guerrero habló por Bracho. Bracho no estaba. Y sí, de todas formas, fue un momento único. La gente estaba tranquila porque, desde un comienzo, nos prometieron que Bracho sí llegaría a Patio Canto esa noche y que, en efecto, cantaría para los asistentes.
Fue difícil encontrar la casa, estaba escondida detrás de varios árboles. Tan pronto permitieron el acceso al patio donde sería el concierto, yo me adelanté para coger una buena localidad. Ahí estaba el despliegue técnico de lujo: una guitarra, una silla de guadua que parecía una marimba al revés, y la promesa de la voz de Augusto Bracho al desnudo.
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Laura Itandehui abrió la noche. Con una voz dulce y un ánimo reposado hizo lo suyo. Los perros del vecino ladraban, haciendo un marco sonoro irrepetible. Nos dejó suspendidos cuando tomó unas claves y empezó a cantar “Yo no necesito de mucho, tan poquito necesito yo: un fogoncito para hacer la avena, poquita canela y hierbitas de olor, poner el agua del café a que hierva, mientras quedito me acompaña tu voz”.
Ahora sí, Santaora pensó que por fin Bracho estaba en el escenario. Dio un concierto que no es fácil de narrar con palabras. Solo diré que reí y que lloré. La primera lágrima fue con una canción que le cantó a Venezuela, luego siguió con el bolero Ven y las demás ya no sé cómo se llaman. Hablé con los anfitriones para poder hacer una entrevista al otro día, porque quería indagar más sobre él, rememorar las canciones del concierto y poder compartirlo aquí, en el periódico.
Pero fue imposible. Bracho desapareció tan pronto acabó el concierto y de nuevo Gustavo Guerrero tomó su vocería. Salimos a bailar salsa, con algunos de los asistentes, cuando acabó el evento. Bracho no vino.
Al otro día los busqué en Sonora y solo encontré a Gustavo. Le recordé que quería hacerle una entrevista a Augusto Bracho, para el Cajón de Santaora, y le pedí su número de teléfono para que me ayudara a propiciar este encuentro. Me respondió que se iban al otro día temprano para México. Y que ni Bracho ni él tenían teléfono. Me pidió que tomara el número de Laura, su novia. Y cuando fui donde Laura, me dijo que tomara el de Jorge, su manager. Me parece extraño todo esto. A pesar de su amabilidad, ahora estoy convencida de que quizás son ellos los que ocultan a Bracho. Me siento en una suerte de denuncia pública cuando escribo que quizás son ellos los que no le permiten ir a bailar salsa y los que no dejan que etiquete a sus amigos en el Instagram.
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