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Aspectos significativos en la infancia de Celia Cruz

Para conmemorar el centenario de la Guarachera de Cuba, también conocida como la Reina de la Salsa, publicamos este resumen de su biografía para recordar su infancia en el barrio Santo Suárez de La Habana.

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Eduardo Márceles Daconte
22 de octubre de 2025 - 04:56 p. m.
Celia Cruz, nacida en La Habana en 1925, cumple 100 años de su nacimiento.
Celia Cruz, nacida en La Habana en 1925, cumple 100 años de su nacimiento.
Foto: EFE - CRISTOBAL HERRERA-ULASHKEVICH
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Según su certificado de nacimiento, fechado el 16 de enero de 1939 en el Registro Civil del municipio de Cerro, provincia de Ciudad de La Habana, la Diosa de Ébano nació para la música y la alegría el 21 de octubre de 1925, bajo el signo de Libra, en una casa del habanero barrio Santo Suárez. Era hija única de Simón Cruz, un trabajador ferroviario natural de Los Palacios, y de Catalina Alfonso Ramos, de Pinar del Río. Dolores, su media hermana mayor, era hija de Catalina con Aquilino Ramos, en tanto que sus medios hermanos menores, Bárbaro y Gladys, eran también hijos de su madre con Alejandro Jiménez, aunque Celia nunca quiso revelar el tipo de parentesco que la unía a sus hermanos.

Su mamá era un ama de casa con la prodigiosa voz que ella heredó. Su nombre completo era Celia Caridad Cruz Alfonso, de modo que ella no heredó ni el nombre de su madre ni de sus abuelas, ya que su abuela paterna se llamaba Luz Cruz y su abuela materna, Dolores Alfonso. Su abuelo Ramón Alfonso fue soldado del ejército revolucionario cubano que combatió en la Guerra de Independencia contra el régimen colonial de España. A Catalina, nacida el 30 de abril de 1900, sus familiares y amigos la conocían como Ollita, un nombre que –según la propia Celia– se lo puso un niño huérfano que su madre había adoptado. El muchacho, desde pequeño, empezó a llamarla así por tener dificultades de dicción. El apodo se popularizó de tal manera que Celia nunca la llamó mamá; todo el mundo la llamaba Ollita.

La familia Cruz-Alfonso profesaba la religión católica, y Celia anhelaba aprender a leer pronto para conocer el catecismo y hacer su primera comunión, la cual realizó en la iglesia La Milagrosa de Santo Suárez. La niña creció en un hogar de escasos recursos económicos. En su condición de fogonero del ferrocarril cubano, Simón Cruz devengaba un modesto salario que apenas alcanzaba para suplir las necesidades de su familia inmediata, sin contar con los 14 miembros restantes que vivían en su casa, incluyendo a la tía Nena (Agustina Alfonso) con sus cuatro hijos, el primo Serafín, quien tenía entonces dos muchachos, y el huérfano adoptado por la madre. Catalina Alfonso, u Ollita, como prefería que la llamaran, se dedicaba a las faenas domésticas y nunca estuvo en condiciones de aportar recursos monetarios al presupuesto familiar. Celia recuerda que, cuando su papá Simón llegaba cansado del trabajo, se sentaba en el solar a fumarse un puro y cantar temas como Capullito de alelí y Blancas azucenas (Las calles de San Juan). No solo a sus padres les gustaba la música, sino que Santo Suárez era un barrio con un espíritu alegre donde residía un buen número de músicos; también, como la mayoría de los vecindarios habaneros, contaba con una comparsa de carnaval llamada La Jornalera, cuyos integrantes amenizaban la temporada con el retumbar de sus tambores y la corneta china, que incitaban a la danza y al júbilo carnavalero.

Además de la precaria situación de la familia Cruz-Alfonso, teniendo que alimentar y socorrer a semejante tropa, la economía de Cuba se agravó con la suspensión de las compras de azúcar y tabaco durante la crisis mundial conocida como la Gran Depresión, que debilitó las economías de numerosos países del mundo a partir de 1929. La radical caída de la actividad económica se caracterizó por una severa contracción de la producción, un aumento del desempleo y la sistemática reducción del dinero circulante, circunstancias que depauperizaron más la isla, teniendo en cuenta su dependencia del mercado estadounidense para su producción agrícola. En este punto sería oportuno recordar que el ferrocarril para el que trabajaba Simón Cruz, como fogonero de locomotora, fue el primero que se construyó en América Latina y enlaza a la isla de extremo a extremo, desde Pinar del Río, en el occidente, hasta Holguín, en el oriente, con numerosos ramales que conectan la zona rural para el transporte de pasajeros y carga, en especial caña y sus derivados, con los más importantes centros urbanos del país.

La madre de Celia reconoció su talento para cantar desde que era una niña, y estaba tan orgullosa de su disposición artística que no dejaba pasar la oportunidad para estimularla; en especial, la animaba a cantar para lucirse con las visitas. Celia recuerda que, según su abuela, estaba predestinada para la música porque, cuando tenía cerca de un año de nacida, se despertaba cantando por las noches, y su madre se sorprendía de que la niña, antes de hablar, tarareaba las melodías que ella le cantaba para dormirla. No obstante el cariño y la admiración que sentía por Ollita, a los seis años de edad Celia se fue a vivir con su tía Anacleta Alfonso (conocida como Ana, su madrina) en el solar de La Margarita, sombreado por una ceiba centenaria en el barrio Santo Suárez, quien la crió hasta que se mudó a Pinar del Río, cuando la sobrina volvió con su madre. “Mi tía Ana era como una madre para mí”, confesó Celia en una entrevista, “antes de que yo naciera, ella había tenido una hija que murió”.


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Después de terminar su educación primaria, Celia se matriculó en la Academia de las Hermanas Oblatas para estudiar mecanografía, taquigrafía e inglés. Sus padres querían que ella fuera maestra de escuela. Para complacerlos, Celia realizó estudios de pedagogía en la Escuela Normal. Sin embargo, su voz no pasaba inadvertida para nadie y, si bien nunca tuvo la oportunidad de practicar la docencia, ella siempre tuvo presente que su primera profesión fue ser maestra. De hecho, en una ocasión confesó que, si no hubiera sido cantante, habría optado por su primera vocación. “Lo que pasa es que, cuando estudiaba, empecé a cantar y gané premios en efectivo en la radio, y con ese dinerito me compraba los libros, porque mi familia era muy pobre. Pero, para cuando acabé la carrera de magisterio, ya era bastante conocida. Un día una maestra me llamó para que fuera a cantar en la escuela donde acababa de terminar el curso, era la Escuela Pública No. 6 República de México, cerca de mi casa. Yo le dije a esta señora: ‘Mire, yo ya me recibí de maestra y voy a tener que empezar a buscar aula’. Y ella me respondió: ‘No ejerzas, porque tú vas a ganar en un día lo que yo gano en un mes’”.

Más tarde aceptó que, en cierto “sentido he cumplido los deseos de mi madre de que fuera maestra, ya que a través de mi música puedo enseñarles a generaciones de personas sobre mi cultura y la felicidad que se puede encontrar dando alegría. Como artista quiero que la gente sienta sus corazones cantando y sus espíritus rebosantes”. Esa temprana vocación pedagógica se constituye en verdadero ejemplo para los nuevos valores de la música. En los últimos años, cuando alcanzó fama y fortuna, empezó a ayudar con su Fundación Celia Cruz, así como lo hizo también su hermano musical, el maestro Tito Puente, con becas para los músicos jóvenes.

A lo largo de su carrera, Celia se distinguió por participar en diferentes actividades de carácter benéfico, y a finales del año 2002, después de los obligados trámites legales, convirtió uno de sus grandes propósitos en una realidad: la Fundación Celia Cruz, sin ánimo de lucro. Sobre el asunto manifestó que hacía mucho tiempo que venía “acariciando la idea de crear una fundación, pero debido a mi cargado calendario y mis viajes constantes no había tenido la oportunidad. Con este nuevo paso, se reanuda mi interés y mi deseo de continuar contribuyendo a nuestra sociedad”. La misión de la fundación es ayudar a los niños hispanos menos favorecidos para que puedan alcanzar a realizar sus sueños dentro del mundo de la música y asistir a víctimas de cáncer. Además de sus propios recursos –algunos cálculos indican que, hacia el final de su carrera, Celia se encontró ganando más de cuatro millones de dólares al año–, la fundación ha contado con donaciones individuales, de instituciones estatales y de la empresa privada.

Es necesario recordar que, a lo largo de su carrera, buena parte de sus ingresos fueron donados, sin hacer mucho ruido, a causas benéficas. Omer Pardillo-Cid, presidente de la fundación y su representante profesional, ha enfatizado que Celia fue un ser humano que siempre colaboró con las causas nobles, en muchas ocasiones sin que el público se enterara; y su viudo, el ex trompetista Pedro Knight, añadió que a “ella no le gustaba que lo que hacía con la mano derecha lo supiera la mano izquierda, ella era una persona de dar. No era de los artistas que hace algo y lo divulgan por todos los medios. Celia ha hecho alrededor del mundo miles de eventos y nunca los divulgó, ni en Nueva York se supieron. En Perú, por ejemplo, fabricó casas para niños pobres, también en Nicaragua, Venezuela, Honduras y Costa Rica. Por lo que queremos que su imagen y su característica como persona que ha donado su tiempo y talento a las causas perdure y se encuentre vigente”.

Su primo Serafín estaba convencido del talento de Celia, así que su siguiente paso fue llevarla al programa La hora del té, que animaba Edulfo Ruiz en Radio García Serra, donde brilló con la interpretación del tango Nostalgia, de los compositores Cadícamo y Cobián, ayudada por una clave e inspirada en el estilo de la cantante Paulina Álvarez, que sonaba más como un bolero. En aquel momento el tango estaba de moda en Cuba, escuchándose a toda hora en programas radiales. Celia estuvo nerviosa; se sentía insegura por su temperamento tímido, natural en una adolescente que se enfrentaba a un micrófono por segunda vez en su breve existencia.

No obstante, se alzó con un cake como primer premio por su interpretación. Una tarta que, en las precarias condiciones económicas en que se debatía la familia, fue un regalo caído del cielo que todos supieron disfrutar, y Celia nunca olvidaría que su canto era fuente de regocijo para su familia. Cuatro semanas más tarde se adjudicó la final del concurso y obtuvo en premio una cadena de plata que alegró su vida: era la primera vez que poseía una joyita. Sin embargo, cuando participó en La corte suprema del arte, un programa de la cadena radial CMQ que gozaba de inmensa sintonía en Cuba y el extranjero, en 1940, fue que logró una recompensa más tangible: 15 dólares, que por aquella época era una suma significativa.

Setenta y siete años después, tras una serena agonía, con sus seres queridos rodeando el lecho —Pedro Knight, su querido esposo, y su hermana Gladys—, la legendaria cantante de ritmos afrocubanos, la reina de la salsa y el sabor, con su alegre tumbao, falleció en su casa de Fort Lee, NJ, a las 4:55 de la tarde del miércoles 16 de julio de 2003, víctima de un nefasto cáncer cerebral.

Por Eduardo Márceles Daconte

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