El Magazín Cultural
Publicidad

Beatriz González o el relato nacional

El Museo de Arte Miguel Urrutia (MAMU), del Centro Cultural del Banco de la República (Bogotá), exhibe la mayor retrospectiva de la artista colombiana Beatriz González, referente de la plástica nacional. También presenta, por primera vez, su archivo.

Daniel Grajales-Tabares
14 de noviembre de 2020 - 02:00 a. m.
Imágenes de la serie “Pictografías particulares” con la que Beatriz González participó en la Bienal de Berlín.
Imágenes de la serie “Pictografías particulares” con la que Beatriz González participó en la Bienal de Berlín.
Foto: Archivo Particular

“Botero no es nada” se lee en un titular de prensa que anuncia una entrevista con la maestra Beatriz González, cuya entradilla periodística apunta: “Para esta bumanguesa -considerada una de las artistas colombianas más representativas-, exponentes como Doris Salcedo son más importantes en el ámbito artístico que el reconocido escultor y pintor antioqueño”.

Le sugerimos leer Aldous Huxley: enemigo de las especializaciones y un buscador constante del sentido de la vida

Ese contenido impreso a blanco y negro no es más que un recorte de prensa que forma parte del archivo de la pintora, quien exhibe centenares de documentos, fotografías y bocetos de sus pinturas o proyectos instalativos en El Parqueadero, primer piso del Museo de Arte Miguel Urrutia (MAMU), gracias a la curaduría de Natalia Gutiérrez y José Ruiz Díaz. El proyecto se titula Los archivos de Beatriz González. Así, con una inmersión en las herramientas de investigación de la maestra, inicia este recorrido por su carrera, que se extiende al segundo y tercer piso del MAMU, lugares en los que reposa Beatriz González: una retrospectiva. Esta muestra estará abierta al público hasta el 7 de diciembre. Sus comisarios fueron Maricarmen Ramírez y Tobías Ostrander.

Y es que, como lo había mencionado ya en aquella entrevista de prensa, la creadora nacida en Bucaramanga, en 1938, es, tal vez, la más destacada y constante creadora viva del país, sin la notoriedad internacional que tienen hoy el maestro Botero y la escultora Salcedo, en cuanto, si se reflexiona, lleva más de sesenta años de desarrollo visual, siendo la responsable de series sobre la política colombiana, la violencia, las víctimas, los indígenas y las mujeres, en las que también se ha dado la licencia de contar su propia historia del arte. Es un relato propio, figurativo completamente y, en la mayoría de las obras, con óleos coloridos.

¿De dónde vengo?

Todo comenzó en la infancia, después de que una profesora del colegio de monjas donde estudiaba gritara: “Tenemos una artista”. La niña Beatriz dibujó una mandarina en carboncillo, dando muestras de un virtuosismo en la figuración. En ese momento, se puede decir, comenzó la carrera de la artista.

Si le interesa leer más de Cultura, le sugerimos: Miguel Cárdenas Meira: “Lo que me interesa del arte es el intercambio cultural”

Sus padres le habían cultivado un interés por el arte desde que dio los primeros pasos y empezó a hablar. El recuerdo es siempre el mismo: en el balcón de su casa, en Bucaramanga, su papá, el político Valentín González, le enseñó a diferenciar los colores del atardecer. Su mamá, Clementina Aranda, era una mujer de gustos refinados, la vestía y cuidaba con sutil elegancia. En su casa tenían unos muebles cubistas que llamaban la atención de la gente, recuerda la artista que constantemente los visitaban para ver esas piezas.

Aunque inicialmente, todavía en Bucaramanga, intentó formarse en filosofía, se vino a vivir a Bogotá y cursó estudios de arquitectura en la Universidad de los Andes. Finalmente, tras darse cuenta de que quería otra cosa, se matriculó en la Facultad de Artes, en la que se encontró “con esos genios que fueron Marta Traba y Juan Antonio Roda”, quienes le enseñaron “la autocrítica y la generosidad. Él decía que los dibujos nos habían quedado mejor que los suyos, pero no era verdad, era muy generoso. Ella enseñaba historia del arte, sus clases son irrepetibles, leímos desde Homero hasta la modernidad”. Era la preferida de la profesora Traba. A ella y a otras tres compañeras de la universidad les dio un estudio. Al estar trabajando con ellas “uno pensaba: ‘Esta pinta mejor que yo’. Ahí comenzó todo, como en una competencia”.

Los momentos de Beatriz González

Aunque en la charla de inauguración los curadores de la retrospectiva decidieron plantear a Beatriz González desde su relación con el arte universal, centrándola, por ejemplo, con el pop de Warhol, si usted visita esta exposición, un ejercicio interesante puede ser recorrerla de acuerdo con algunos de los intereses que han sido constantes en la trayectoria de la autora.

Le sugerimos leer José Mujica: Volver a la vida (I)

Por ejemplo, desde 1964, la creadora ha venido interpretando a pintores clásicos, como lo avisa desde la entrada a la exposición el Telón de la móvil y cambiante naturaleza, hecho en 1973, siendo su propia versión del Le déjeuner sur l’herbe (Almuerzo sobre la hierba, 1863), de Édouard Manet. Con esta pieza González participó en la Bienal de Venecia, en 1978.

Otro aspecto que revisa la muestra es la relación de González con el archivo, con la investigación. El ejemplo más recordado puede ser Los suicidas del Sisga, de 1965. En ese óleo la pintora lleva al lienzo la historia de dos jóvenes enamorados que se suicidan, luego de leer dicha noticia en un periódico y recordar la foto periodística que la retrata a ella de mantilla, de chal, y a él de sombrero, de frac, sosteniendo juntos un ramo de flores. Con esta creación recibió el segundo premio especial en Pintura del XVII Salón de Artistas Nacionales, en 1965.

Otro interés ha sido la pintura expandida. Los lienzos no convencionales describen su relación con el buen gusto de su madre, porque ella, burlándose de la idea del gusto impuesta entre las generaciones, decide que el Pasaje Rivas, un centro comercial de artesanías del Centro de Bogotá, será el epicentro de compra de los muebles que le servirán para pintar figuras que van desde La Gioconda hasta cardenales de la Iglesia católica. Hay muebles de tubo y de madera, estanterías, mesas de noche, tambores y charoles.

Si le interesa leer más de Cultura, le sugerimos: Vargas Vila, el autor prohibido

Pasemos al capítulo sobre la política nacional. Historiadora, museóloga, crítica y formadora de decenas de artistas colombianos, Beatriz González es dueña de un importante relato nacional, en cuanto no teme, sobre todo en las décadas de 1970 y 1980, en contar lo que han sido nuestros presidentes. Muestra de ello es su pintura Decoración de interiores, de 1987, o su Zócalo de la comedia (1983), ubicado en el segundo piso de la sede, donde también se conocen los inicios de la creadora, siendo evidente cómo en un comienzo hay influencias del impresionismo, cuando la maestra se formaba como retratista.

Ese momento de lo político, en cuya pintura se precisa divertida y satírica, con una sutil similitud a lo que la antioqueña Débora Arango planteaba en sus tiempos, se transformará con el holocausto del Palacio de Justicia, el 6 de noviembre de 1985. “Yo digo en ese momento que ya no me puedo reír más, que ya no es un chiste”, confiesa la pintora, cuya paleta de color se modifica drásticamente. Ese tono verde manzana pastel y esos amarillos, pálidos o enérgicos a veces, les dan paso a los grises, a la textura sucia del carboncillo muy evidente, que serán los tonos que iniciará a usar con fuerza para narrar un país que sufre, que llora, que carga a sus muertos y se lleva los muebles al hombro cuando es desplazado por una violencia intensa.

"Beatriz González es la artista política más importante en el arte colombiano, porque, después de “cantarle la tabla” a los presidentes, da un vuelco a la gente, a lo social, a contar nuestras desgracias", decía insistentemente el curador Alberto Sierra Maya, su amigo.

Le sugerimos leer La historia de Maher Al Akhras, el preso palestino que duró 103 días en huelga de hambre

Solo con subir las escaleras al tercer piso del MAMU se nota que hubo una ruptura visual, emocional y referencial de la obra de Beatriz González, que desde mediados de la década de 1965, hasta ahora, no ha cesado. Están sus Cargueros, esas siluetas de personajes desplazados que van con un colchón o una cama encima, esquivando las balas de los grupos armados que se apropiaron de sus fincas. También están sus mujeres llorando, en pequeños, medianos y grandes formatos. No podía faltar una referencia a su gran instalación Auras anónimas, que los curadores citan entre la museografía con un registro de la intervención que la creadora hizo en el Cementerio Central de Bogotá, en 2009, repitiendo sus imágenes en 9.856 lápidas de los columbarios.

Luego de recorrer la exposición y la historia nacional que cuenta Beatriz González, cada espectador podrá sacar sus propias conclusiones sobre por qué la crítica nacional e internacional ha dicho que ella es la artista colombiana con mayor contundencia, riqueza visual y producción cultural, como lo plantean los curadores cuando escriben en el texto de sala: "Beatriz González, quien se cataloga como una “pintora de provincia”, ha cuestionado con frecuencia la relación de subordinación existente entre las localidades marginales y los centros dominantes de la producción artística y cultural, representados por Europa y Estados Unidos. Su obra encarna tanto una reacción a esta relación desigual como un nuevo punto de partida. El objetivo de la artista va más allá de la simple crítica a la representación sugerida en su uso de imágenes, y alcanza un abordaje más amplio del estado de la cultura en Colombia y su relación con el persistente legado del colonialismo".

Dice la maestra que la fuerza en su carrera se la ha dado la reflexión. Tiene una estrategia: “En estos años he sido muy autocrítica, y cuando sentí que me estaba volviendo abstracta, que me estaba volviendo como Ómar Rayo, desarrollé un mecanismo interno que me avisaba que eso no debía suceder más, que debía cambiar de ruta. Estos altos en el camino me ayudaron a resolver los miedos, cuando decían que los hombres hacían arte y que las mujeres hacíamos era un adorno. Decían que era bueno que la mujer pintara por adorno, pero Obregón y otros sí podían ser los grandes pintores. Entonces, los ‘semáforos en rojo’, como llamo yo a mis momentos de reflexión y revisión, me ayudaron a crecer. Así me encontré con Los suicidas del Sisga (1965), los vi en esa página de periódico y me di cuenta de que eso era lo que quería hacer, luego de muchos avisos descontentos de ‘semáforos en rojo’. No era Botero. Me gustaba, pero no quería ser él, no era nadie, era yo, otra cosa”.

Para quienes conocen o no el trabajo de González, una exposición de tal dimensión entrega un panorama completo por su trasegar, que cree que ha valido la pena para registrar la historia nacional, para ser cronista de su tiempo, a través del pincel. Aquí está su propio relato nacional, a disposición del público, con ingreso gratuito y cita previa, además de visitas virtuales en el sitio web de BanrepCultural.

Por Daniel Grajales-Tabares

Temas recomendados:

 

-(-)14 de noviembre de 2020 - 11:50 a. m.
Este comentario fue borrado.
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar