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Las bienales, una historia más allá del arte

A propósito de las bienales que se están desarrollando en Bogotá y Medellín, exploramos los antecedentes de estos eventos en el país y cómo se han transformado las dinámicas de acercamiento a esta disciplina a través de ellos.

Andrea Jaramillo Caro

17 de octubre de 2025 - 07:00 a. m.
"Surrender (flag)" de John Gerrard, obra presentada en la BOG25.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada
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No fueron una, ni dos, fueron tres las bienales que antecedieron a la BIAM en Medellín, que se desarrollará hasta finales de noviembre en la capital antioqueña. De la misma forma, en Bogotá también se realizaron eventos con esta misma dinámica en la década de los 90. Colombia no es ajena a eventos de arte como estos, sin embargo, con el paso de los años, la manera en la que los públicos se han acercado a estos ha cambiado, al igual que la esencia de una bienal.

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Para entender cómo Colombia llegó a realizar este tipo de encuentros artísticos, es necesario revisar cómo se originaron las bienales antes de llegar a nuestras costas. De acuerdo con la consultora de arte, Katlin Rogers, las bienales son “grandes exposiciones de arte internacional sin venta que se realizan cada dos años y ofrecen una plataforma para exhibir y debatir prácticas artísticas contemporáneas fuera del sistema museístico tradicional. El líder de la muestra es el curador innovador, quien establece el tema, el tono y la visión del evento y se esfuerza por acercar a nuevos públicos. Centradas en prácticas y comentarios sobre arte contemporáneo de vanguardia, las bienales pueden durar desde unas pocas semanas hasta varios meses, ofreciendo oportunidades para que la comunidad artística global converja y experimente lo que está sucediendo”.

El término “bienal” fue originalmente acuñado en 1895 con la primera edición de la famosa Bienal de Venecia. Sin embargo, la tradición de eventos de esta envergadura se remonta a 1851 con la Gran Exhibición en Londres.

La llegada de estos encuentros al país sucedió en la década de 1960, cuando Leonel Estrada “lideró la gestión de un pequeño grupo de críticos y ciudadanos de Medellín, para crear un diálogo entre el arte internacional y local. Las ideas del grupo encontraron un aliado en Rodrigo Uribe Echavarría, el entonces presidente de la más grande empresa textilera de Medellín Coltejer, otro apasionado por el arte y cuñado de Leonel. Coltejer patrocinó la I Bienal Iberoamericana de Pintura en 1968, con el pretexto de celebrar los 60 años de la compañía”, según escribió Alexa Halaby para el Museo Guggenheim.

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De esta forma, entre 1968 y 1972, la ciudad de la eterna primavera alojó las Bienales Coltejer. Para Lucas Ospina, profesor del Departamento de Arte de la Universidad de los Andes, cuando en las ciudades se da un desarrollo social, industrial y de crecimiento de la población, comienzan a demandar unas dinámicas culturales diferentes que van más allá de las exhibiciones que se puedan dar en una galería.

“Tal vez las bienales recogen algo que es muy antiguo, que viene de los salones franceses y una de las personas más interesantes que escribió sobre esos salones fue Denis Diderot. Él tiene varios textos sobre los salones que se desarrollaron en el siglo XVIII. Eso demuestra interés por esos salones de arte en los momentos previos y posteriores a la revolución, en una ciudad como París, que ya tenía una burguesía más instaurada que buscaba otro tipo de entretenimiento. Mientras que antes esos salones se hacían para el rey, ahora se hacían para las masas, se volvían salones gratuitos y ahí te encontrabas desde nobles, cortesanos, políticos, pero también te encontrabas ahí familias que iban a ver el salón como forma de entretenimiento, era como el Disneylandia de la época”, aseguró Ospina.

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La tercera Bienal de Arte Coltejer se dio en 1972 con la participación de 29 países.
Foto: Archivo EE

Para 1974, cuando se debía realizar la siguiente bienal en Medellín, Coltejer decidió convertirla en trienal y, con la venta de la empresa, al final no sucedió. Hasta 1981, con el Coloquio de Arte, volvieron a ver un evento similar. En la capital del país, por su parte, un encuentro similar sucedió por primera vez en 1988 por iniciativa del Museo de Arte Moderno de Bogotá.

Ese año se inauguró la primera Bienal de Arte de Bogotá, entre el 1 de septiembre y el 9 de octubre, con Gloria Zea a la cabeza del museo y la curaduría a cargo de Eduardo Serrano. “Esta fue importante para el gremio del arte en ese momento, para mostrar que había otro lugar diferente al del mercado del narcotráfico. Ese era un momento en que si tú eras un artista y estabas pintando, te podía llegar un comprador a tu taller y te podía pedir el precio del cuadro y pagarlo ahí mismo, en efectivo. Eso distorsionaba todo el mercado, artistas que pintaban en óleo, empezaron a pintar en acrílico porque si un comprador llegaba con la intención de llevarse diez cuadros, tenían que estar secos y listos. Pero todo ese arte que se hacía raro, como el performance, el arte conceptual, el videoarte, todo eso que estaba en ese momento surgiendo acá, no tenía salida, las galerías comerciales no lo adoptaban”, dijo Ospina.

Así, a grandes rasgos, se gestó esa primera bienal en Bogotá. Para el docente, las bienales no solo actuaron como las plataformas que conocemos, también se convirtieron en un escenario social en el que los asistentes “no solo demostraban que tenían dinero, sino buen gusto”. A pesar de que de la Bienal de Bogotá hubo varias ediciones, el evento dejó de realizarse hasta la llegada de la Bienal Internacional de Arte y Ciudad de Bogotá, que abrió el pasado 20 de septiembre.

Se exhibieron 600 obras de 220 artistas en la tercera y última edición del evento.
Foto: Archivo EE

Uno de los elementos clave para la sostenibilidad de una iniciativa como las bienales es asegurar el financiamiento y contar con el tiempo necesario para planearla, lo que, para Ospina, implica elegir al curador de la siguiente edición antes de que acabe la que se está realizando, de manera que pueda conocer la propuesta artística de esta.

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Para los artistas, el efecto de participar en uno de estos eventos dependerá de la obra que presente, de acuerdo con Ospina. Sin embargo, existe algo a lo que le llaman el “Efecto Venecia”, en referencia al impacto que puede tener para un artista su participación en la bienal de la ciudad italiana. Según el profesor, es un buen indicio ver que gracias a un evento de estos, un artista pueda desarrollar una obra “potente”, como sucedió con Luis Caballero y su “Cámara del amor” en una de las Bienales Coltejer.

Para Ospina, el hecho de que un evento como la BOG25 se centrara en ser un evento de “ciudad”, implicó que el espacio público jugara un papel importante. “Plantearla así y, en comunicaciones, resaltar la palabra ‘gratuito’, armó un buen plan familiar”, dijo. De acuerdo con el profesor, la cantidad de asistentes a esta bienal y el interés que ha generado en la ciudadanía, puede parecerse a lo que sucedía en los salones de París, a los que podían asistir personas de toda clase, “mientras que antes, ese arte estaba reservado para la realeza”. De esta forma, las bienales de arte han atravesado una serie de cambios para convertirse en los eventos que hoy acaparan la atención en Bogotá y Medellín.

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Por Andrea Jaramillo Caro

Periodista y gestora editorial de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en temas de artes visuales e historia del arte. Se vinculó como practicante en septiembre de 2021 y en enero de 2022 fue contratada como periodista de la sección de Cultura.@Andreajc1406ajaramillo@elespectador.com
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