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Carlos Monsiváis: autobiografía subrayada

Carlos Monsiváis se dedicó a los estudios culturales, al análisis del discurso y a la crítica literaria, primero mexicana y luego continental. Algunos de sus cotos de análisis, o delimitaciones, fueron: el porfiriato, la revolución, las tendencias pos revolucionarias y la cultura en el estado Priísta, hasta el neoliberalismo.

Daniel Ferreira
14 de diciembre de 2020 - 08:55 p. m.
La autobiografía de Monsiváis propone de entrada un humor irónico que caracterizará su estilo, un humor que cuestiona los discursos oficiales del poder, disuelto en un estilo cargado de dobles sentidos, ironías de doble vía, capaz de reírse de los clichés propios y los de los demás.
La autobiografía de Monsiváis propone de entrada un humor irónico que caracterizará su estilo, un humor que cuestiona los discursos oficiales del poder, disuelto en un estilo cargado de dobles sentidos, ironías de doble vía, capaz de reírse de los clichés propios y los de los demás.
Foto: Lourdes Almeida

El breviario titulado Carlos Monsiváis y publicado en México en 1966 por Empresas editoriales, S.A., está dedicado a la madre: “A mi madre, por disponerse a negar con fundamento, cualquier posible veracidad de estas páginas”. Lo segundo que me llamó la atención es que el ejemplar tiene una dedicatoria de puño y letra para Sergio Pitol, firmada por Monsiváis. Dice literalmente: “A Sergio Pitol, flor de la caña [Pitol era un pueblo cañero], verdadero autor del presente folleto, padre y maestro magno [¿mágico?] de The blonde Monsiváis”.

Y después del crédito editorial añade del mismo puño y letra:

Un día de tantos en una ciudad cualquiera, 1966”.

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Monsiváis había nacido en Ciudad de México, específicamente en La Merced, un barrio histórico, en 1938, en el seno de una familia protestante. De modo que la Biblia y la Escuela Dominical fueron los fundamentos morales, razón para mantener sus convicciones y moral bajo sospecha. El primer capítulo es una presentación de la Ciudad de México en su transformación a D.F. Cruzar un río en el campo es como cruzar la reciente avenida de los Insurgentes, una de las más largas del mundo, para un niño protestante, es decir una experiencia urbana igual de legendaria a la bucólica y donde quien cruza se juega la vida y descubre lo pecaminoso. Pero aún no se trataba de la gran megalópolis de unas décadas después, sino un conglomerado de pueblos interconectados por las obras de Lázaro Cárdenas con las que se estaba implementando realmente las reformas de la revolución, postergadas por veinte años.

Hablaban de otra cosa y desde luego a la hora de la comida debía enterarme de persecuciones en los pueblos, de linchamientos, de asesinatos. Mi primera imagen formal del catolicismo fue una turba dirigida por un cura que arrastra a cabeza de silla a un pastor protestante. Me correspondió nacer del lado de las minorías y muy temprano conocí el rencor y el resentimiento y justifiqué por vez primera el oportunismo en la figura de Enrique IV, no porque creyese que el De Efe bien vale una misa, sino porque toda posibilidad de venganza, así fuese anacrónica de recordar a un príncipe hereje que gobernó Francia, me sacudía de placer”. -Monsiváis Pg 15

Y es que Monsiváis nace a la par que el D.F., a veinte años de la Revolución, a diez años de la Guerra Cristera, una de las guerras que avergüenzan a México y que entre 1926-29 enfrentó al gobierno de Plutarco Elías Calles, con guerrillas de laicos, presbíteros y católicos remisos, a la Ley Calles, “la cual proponía limitar y controlar el culto católico en la nación” cif. Wiki., y por ello sugiere que las historias que se contaban en ese prebabilónico D.F. provenían del lejano oeste de los campos mexicanos: los asesinatos salvajes en los pueblos que debieron dotar la imaginación del niño con un amor desaforado por la civilización, el epicentro de la cultura y las chinampas de los mercados callejeros y la estampas de la vida urbana. Ciudad de México es en sus recuerdos como una suerte de acuario donde Monsiváis resulta el axolote, el animal endémico, el chilango de la Merced.

La autobiografía de Monsiváis propone de entrada un humor irónico que caracterizará su estilo, un humor que cuestiona los discursos oficiales del poder, disuelto en un estilo cargado de dobles sentidos, ironías de doble vía, capaz de reírse de los clichés propios y los de los demás, y, lo más asombroso, capaz de exponer, sin ser pesado, la avasalladora y ecléctica enumeración de influencias culturales de lugares comunes del “civismo” y el “mexicanismo” y la “familia”, que atraviesan una vida pequeñoburguesa y urbana por desprendimiento del un pasado rural y la adopción de un cosmopolitismo.

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Me fascinaban las novelas de Martín Luis Guzmán y Rómulo Gallegos, los folletones de Eugenio Sue y Vicente Riva Palacio, las biografías de Ludwig y Zweig y Los Sertones de Euclides Da Cunha.

P.:¿Seguro no se está usted adornando?

R.: Ya que no tuve niñez, déjeme tener currículum.” -Monsiváis Pg 17

¿A qué edad se deben escribir los libros de memorias? A la edad en que aún recuerdas. En todo caso, después de haber vivido. Si se escriben a los 28, pues es esa la totalidad de la vida que uno ha vivido hasta entonces. Monsiváis murió en 2010, de modo que da cuenta de un 40% de vida pensada y la reduce en sumarios, luego de titular cada uno de los diez capítulos.

La gran parte del tiempo vivido lo dedicaría a los estudios culturales, el análisis del discurso y a la crítica literaria, primero mexicana y luego continental. Algunos de sus cotos de análisis, o delimitaciones, son: el porfiriato, la revolución, las tendencias pos revolucionarias y la cultura en el estado Priísta, hasta el neoliberalismo. Para observar la cultura continental recurre a las retóricas: desde la nota roja ilustrada por Posada a las páginas de sociales, pasando por el romanticismo (p.ej.:en María, de Jorge Isaacs), el modernismo (en Rubén Darío) y su oposición a las formas y herencias coloniales del lenguaje, el bolero y el melodrama, como aparatos transmisores de la propaganda sentimental del continente.

De modo que desde la preparatoria el llamado a las letras era también a ir más allá, a lo que ocurre en torno a la cultura y al efecto que esta genera en la sociedad, o al efecto que el poder ejerce sobre las clases sociales y sus representaciones culturales.

He conseguido muchas firmas. Al revisarlas, el responsable del Club me mira compasivamente. Veo la lista y me avergüenzo: contamos 4 Pedro Infantte, 3 Sara García, 8 Jorge Negrete, 2 Mario Moreno y así hasta el fin. Solo diez de los autógrafos colectados parecen auténticos”. -Monsiváis Pg 22

Solo que el oficio de adquirir una auténtica cultura no se consigue coleccionando autógrafos. La cultura no es ni siquiera una serie de fechas patrias nacionalistas ni unos pantalones de charro con sombrerón y bigotes almidonados, porque esa es la exotización y exageración de los mitos nacionales. Una cultura es un conjunto de costumbres que se defienden en el seno de una familia y se refrendan en la borrachera, un ícono religioso y unas prácticas que guardan el sincretismo de todo el pasado prehispánico y toda la sustitución católica (la virgen de Tepeyac y el indio Juan Diego), una forma americana de usar la lengua colonial por fuera de las academias, en las calles, en los periódicos, en la tv, en las canciones que pasan en la radio, en las iglesias, en la demagogia, en las paredes, y el cambio en el uso de los tiempos, y las creaciones de quienes pueden hacer algo donde antes no había nada. Como los muralistas de los años 40 que en parte finalizaron la representación de las ideas revolucionarias pintando a los obreros y a los indígenas y al opresor en los altos muros de los edificios públicos y de los palacios municipales. Como los cineastas que impulsaron el Cine de Oro haciendo que la industria cinematográfica mexicana se extendiera propagando los mitos de la “mejicanidad” por toda América Latina (mientras la guerra mundial mantenía la gran industria del cine americano y europeo volcado en propaganda bélica). Como las canciones de los ídolos populares (Agustín Lara y el bolero) que resultaron ser la educación sentimental del latinoamericano promedio. Como una escultura encontrada en una excavación y que hace llover y se convierte en una nueva mitología. Como un templo bajo el templo bajo el templo. Como un libro de cuentos sobre la guerra cristera, tan sin par como El Llano en llamas. Como un ensayo sobre la soledad. Como un poema de Amado Nervo. Como una matanza de estudiantes. Las herencias culturales están en las cosas más cotidianas.

¿Cómo le hago?, díganme. En primer lugar, ¿cómo le hao para abandonar la triste y gassetiana idea de pertenecer a una generación?”

cuando Ulises se convirtió, del menos leído de los grandes libros, en el menos leído de los lugares comunes de la cultura, cuando debí emplear en tono satírico las mismas expresiones que tan largamente aprendí a reverenciar, entendí que me había tocado militar en una generación ‘a la antigua’, educada en las más estrictas normas liberales”

Preocupadísima en definir lo mexicano, aferrada a la teoría erótica del abrazo político, iniciada venéreamente en el Orano un día que los cuates andaban bien jariosos, llevada al movimiento por Perez Prado y a la sensualidad por María Victoria.” -Monsiváis Pg 27

La batería antiaérea que dispararía Monsiváis durante el siguiente medio siglo insistiría en catalogar e ironizar los clichés de la cultura entendida como discurso oficial o “establecimiento cultural” en contraste con las manifestaciones y expresiones excepcionales de lo popular. Mientras el establecimiento cultural está defendido por ejércitos: la política y la academia, lo popular está defendido por labriegos, por obreros, por menestrales, por aquellos que no van a recibir una condecoración ni una medalla y aún así crean con sus manos y con lo que tienen a mano.

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Sus críticas literarias compiladas en Aproximaciones y reintegros proponen una efeméride personal sobre el acontecer cultural mexicano: la cultura nacional y la cultura colonial en su literatura, los estremecimientos sociales como la revolución y la hora de las vanguardias. El colonialismo cultural y la descolonización de la propia mirada. Las personalidades y figuras que hicieron parte de esa descolonizacion, Mariano Azuela, Rosario Castellanos, Salvador Novo, Agusín Yánez, Huertas, Reyes, los estridentistas, los reformadores, los experimentalistas y el advenimiento de las nuevas mitologías.

1958 fue un año de gran agitación social en México y para Monsiváis el encuentro con la conciencia de que había clases y clases más bajas que la suya en pie de lucha. Con el ejemplo de la huelga de hambre de José Revueltas, y otros presos políticos en la cárcel de Lecumberri, asistió en calidad de mirón a la huelga del magisterio, donde le apena un poco el liderazgo acomodaticio de un sindicalista con el que, después de la represión con gases y tanques y palos a las maestras, solo se podía estar a favor, por solidaridad. Es el año de las protestas estudiantiles por el alza del precio del transporte, y 1959 será el año de la huelga de los ferrocarriles, y entonces surge un atisbo de militancia y un acercamiento, con reservas, a las demandas sociales.

Aunque mi descubrimiento del mundo literario y mi renuncia a sumarme a las acciones mayoritarias me redujeron a la condición de simple testigo, durante varias noches hice guardia en C.U. Por curiosidad. Mi sanchopragmatismo no veía razón para esas vigilias ya que nadie invadiría los académicos y autónomos dominios de la universidad. [–] Las manifestaciones eran enormes y y vociferantes y participaban los maestros y los sindicatos de petroleros, ferrocarrileros y electricistas. Un sábado se produjo una gran manifestación, con equipos de sonido y bailables con munici munici municipalización y gritos de viva el diablo frente a la iglesia se San Francisco. A la misma hora, los líderes se reunían con el Presidente Ruiz Cortines quien después de amonestarlos recibió la porra en su honor. Esa noche después de una sesión tormentosa en el Auditorio de Humanidades, con apagones y provocaciones a cargo de agentes especiales, la Gran Comisión cesó en sus funciones.” -Monsiváis Pg 41

Curioso que los lineamientos de la época en que vives provoquen una cierta miopía, una dificultad para ponderar lo urgente y comprometerte, pero es tal vez por no ser capaz de ver aquello que caracteriza tu época. En cambio que sí pueda verse a la distancia las decisiones que convirtieron a la generación anterior en tradición. En un ensayo de Monsiváis titulado Tradición como selección se refiere a la generación de los contemporáneos en México (1926-1930). Torres Bodet, Villaurrutia, Salvador Novo, Gorostia, Pellicer, Jorge Cuesta y Owen, y sus gestos generacionales los sitúa en un cambio del rol y lugar que ocupaba el intelectual en la vida pública mexicana. En el siglo XIX, años de la reforma liberal, los intelectuales eran también hombres de estado (menciona a Luis Cabrera y a Vasconcelos) que eran intelectuales que se comportaban y participaban como conductores de la “Teoría del Estado”. A los contemporáneos, en cambio, les correspondió asumir la distancia del Estado, la especialización literaria y el “apoliticismo”, consecuencia de un fracaso vital y crítico que lleva a despolitizarse. La generación del medio siglo a la que pertenece Monsiváis es la que hereda esa despolitización y se vincula al mercadeo industrial y la masificación. Sin embargo, un hecho del opresor puede cambiar la pasividad en acción, y ese hecho se daría por fuera de este libro, tres años después de su publicación, en medio de la Primavera de Praga y el 68 francés: la matanza de Tlatelolco, en 1968, que borrará de un plumazo todas las reservas y llevará a la generación del medio siglo a erigirse como conciencia generacional. Elena Poniatowska haría periodismo literario con las huelgas de los ferrocarrileros de los cincuentas, las mujeres insumisas del siglo XX y la masacre en Tlatelolco, pero Monsiváis se mantuvo siempre en lindes del ensayo y la crítica cultural. De modo que dicha generación fue ajustada a la realidad por la violencia del Estado, en 1968 cuando las hordas de Díaz Ordaz acribillaran a los estudiantes.

Si la actividad guerrillera en México concierne al delirio y no a la política, no es asunto que yo pueda discernir. (Después de todo, sigo siendo un cuáquero pacifista y sigo siendo respetuosos de las leyes; cuando el Ejército entró en la Universidad de Morelia sólo se me ocurrió reaccionar con una frase: ¡Han violado la constitución!)”. -Monsiváis Pg 47

En tinta de plumón rojo Pitol ha subrayado el fragmento y está añadido un comentario al márgen: “Y acaso en 1968: La constitución ha muerto”.

Para 1965, Monsiváis ya era parte de lo que él mismo llamó “mafia” cultural. En un Fotomontaje con material gráfico de Hector García, en suplemento revista Siempre! 1965, con el collage de fotos de una fiesta privada en casa de Carlos Fuentes y el guión escrito por el testigo Monsiváis que hacía parte de los invitados, se ve a Fuentes gallinaceando, a Elena Garro bailando rock and roll con García Márquez y a Monsiváis observando la movida como un francotirador. Sobre García Márquez anota que en aquella fiesta se la pasó hablando a todos de Macondo; tan enfebrecido estaba por el borrador de Cien años de soledad, que se lo contaba a todo el que tuviera oídos para oír los rollos de Melquíades, haciendo que el condado fuera famoso antes siquiera de echar la novela a rodar. En la versión cinematográfica de En este pueblo no hay ladrones, dirigida por Alberto Isaac, aparece Monsiváis actuando con García Márquez, Leonora Carrington, Rulfo y el propio Luis Buñuel, como actores de reparto. De modo que ya “le hacía a la tanda de la Señorita Concha”. Claro está que era la élite cultural, pero no la administración cultural del gobierno. Tal distinción es indispensable para entender el lugar donde el artista se distancia del burócrata.

Pero en verdad, huyo de la burocracia por no resignarme a que algún día alguien me pregunte: ‘oiga monsivito, ¿por qué no le entra usted a la tanda de la Señorita Concha?’ Ya se sabe, por otra parte, el proceso: se empieza redactando un discurso del Señor Ministro y se termina viviendo, dentro y fuera del erario, en una forma deplorablemente oficial.” -Monsiváis pg 39

Fue a petición del crítico Emmanuel Carballo que surgió la colección de autobiografías de los autores precoces con que se bautizaría a la generación del medio siglo XX mexicana. Una colección clarividente de un crítico con olfato porque anunció algunos de los más destacados autores que se destacarían en las siguientes décadas: Poniatowska, Elizondo, García Ponce, Pacheco, Pitol, Jose Agustín. Aunque no lo quieras, perteneces a tu tiempo. Y eso te pone en el mismo bote con tus contemporáneos. A no ser que la generación resulte estéril para la actividad intelectual y creativa, o a que seas un verdadero lobo solitario y no toques ninguno de los temas imperativos nacionales que la cultura local te imponga, tipo Hemingway, que nunca escribió sobre Estados Unidos, o Rulfo, que solo escribió sobre un pueblo imaginario lleno de fantasmas. La generación del medio siglo en México fue la que llegó como una gleba militante una tarde a la oficina de Emmanuel Carballo en el Fondo de Cultura Económica: “llegó acompañado de tres o cuatro muchachos que, desde entonces, confunden alevosa y premeditadamente la cultura con la ociocidad disfrazada de militancia política. Al oírlos”, continúa Carballo en el prólogo, “me di cuenta de que Monsiváis podría estar con ellos pero no era como ellos”. Y concluye: “El éxito de Monsiváis no solo depende de las ideas que expone en las conversaciones, artículos y ensayos sino de la manera como las maneja, la manera en que rompe con los moldes establecidos. A la seriedad de los que sostienen con ligeras modificaciones el stau quo, opone la cualidad contraria, que hace estallar en pedazos, con la consiguiente alegría -entre infantil y malsana- de los damnificados por ese orden de cosas, antiguallas que por venerables deberían estar en un museo y no presentes en la vida de todos los días.” En fin: Los trasvases, los cruces de las artes, la intersección de la cultura audiovisual con la literatura era lo que hacía que se distanciara de los congeneracionales, pero a la vez se situara con una mirada particular en el lugar del crítico de la cultura más querido de México.

El afán del coleccionista que lo habitaba impregnó de tal forma sus legendarias selecciones que los objetos que coleccionó le sobrevivieron. En 2006, antes de la muerte de Monsiváis, el gobierno de la Ciudad de México creó el Museo del Estanquillo con las 3 mil piezas de su colección. Cómics, serigrafías, fotografías, muñecos, suplementos, colecciones gráficas que han dado la vuelta al país como muestras itinerantes, como las caricaturas de Rius.

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Es triste que la mezquindad humana convierta en botín las pertenencias del escritor famoso y en reciclaje las del desconocido. Pero no menos triste es que nada nos sobrevivirá. Ni la colección de autores aparecidos en billetes, ni la primera edición de Death in the afternoon, de Hemingway, ilustrada por Juan Gris y editada en Scribner’s 1932.

Vivo bajo la aprensión básica, la piedra angular de nuestras acciones: nos pasa lo que nos pasa por ser subdesarrollados. El pesimismo, siempre una constante ideológica, se ha vuelto ya el segundo estado de ánimo nacional, solo inferior a la incertidumbre. Ahora el subdesarrollo es el culpable: nada ni nadie lo evita o lo evade. Para mí el subdesarrollo es la imposibilidad de ver El silencio de Bergman o de contemplar Margot Fonteyn y Nureyev o de gozar una buena comedia musical o de estar al día en Últimos gritos y lecturas y giros existenciales [...]. El subdesarrollo es el signo de estas generaciones, el espectro que nos vuelve espectrales, el poder de convertir en fantasmagoría a todo un país, la seguridad de ser ectoplásmicos. El subdesarrollo es no poder mirarse en el espejo por miedo a no reflejar”. -Monsiváis

Curioso que un Monsiváis de 28 años, tan perspicaz con el nacionalismo, no pusiera en entredicho el colonialismo de un concepto como “subdesarrollo” y lo aplicara a las manifestaciones de la cultura. Antes de acabar enumera las razones por las que hace suya la literatura, el cine y la música norteamericanas y narra ese viaje universitario a Harvard calzado con huaraches: “Para mí, un proto-pocho convicto y confeso, Norteamérica es, permanentemente, una lección y un ejemplo. Fuera de su sistema político, de su conducta racial, de su pretensión de ser el líder mundial y de su presencia en Vietnam, todo lo demás de Estados Unidos me resulta definitivamente admirable. Su música hace posible la vasta utilización de los sentidos contemporáneos; su literatura me hace entender el valor perdurable de los testimonios sobre una sociedad que se destruye a diario”. -Monsiváis

Había leído ya de esa colección Una autobiografía precoz, de Sergio Pitol. Otro ejemplar, republicado y retitulado, de la serie Nuevos escritores mexicanos del siglo xx presentados por sí mismos. Este es, además de memoria precoz, el primer libro de Monsiváis y lo compré en una librería de segunda mano en 2018. Perteneció a Pitol, y las citas glosadas en este artículo son algunas que el propio Pitol subrayó y en donde puso alguna inscripción de puño y letra.

Mientras indagaba sobre los últimos años de Pitol en Xalapa, encontré en internet la polémica que se desató tras la aparición de un ejemplar de Pedro Páramo firmado por Rulfo para Pitol en una librería de la misma ciudad. La última biblioteca de Sergio Pitol debió haber sido la tercera que tuvo viviendo en Xalapa. Antes de irse de México en 1961 para hacer un periplo por la Europa Oriental, ya había sido director, por un año, de la Revista La Palabra y el Hombre, y en 1967 regresó por un año para ser el director de la Editorial de la Universidad Veracruzana, y es probable que el libro de Rulfo aparecido en el mercado perteneciera a uno de esos lotes de otras épocas. También es probable que Xalapa sea esa “ciudad cualquiera dejada de lado” donde se encontraron con Monsiváis y que se menciona en la dedicatoria de este pequeño volumen. El retorno definitivo de Pitol se da en 1993 cuando decide instalarse en Xalapa hasta su muerte en 2018. De modo que si en un lugar podría aparecer un objeto de Pitol es ahí, en esa ciudad de niebla al pie del nevado de Orizaba a donde Pitol siempre regresó después de darle la vuelta al mundo.

Monsiváis pasó a constituirse en parte consubstancial de la tradición (cuyo santuario se encuentra en los mercados de segunda mano). La generación mexicana del medio siglo es uno de los grandes legados de la literatura latinoamericana. La colección de Emmanuel Carballo resultó clarividente.

Por Daniel Ferreira

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