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Catalina Gómez Ángel: una vida dedicada a narrar desde las trincheras

Han pasado casi veinte años desde que la periodista dejó Colombia para ir a trabajar como corresponsal en Oriente Medio. Desde entonces, ha transitado por lugares como Siria, Gaza, Irak, Ucrania y muchos más, casi siempre con un solo objetivo: narrar la guerra. Por eso, el próximo 25 de octubre recibirá el I Premio Internacional de periodismo David Beriain, dedicado a reconocer su trabajo como reportera. Esta es la historia de cómo pasó de cubrir los camerinos de Santa Fe a ser una de las pocas latinoamericanas que han presenciado algunos de los grandes conflictos de nuestro tiempo.

Santiago Gómez Cubillos

13 de octubre de 2025 - 10:00 a. m.
Gómez Ángel también recibió el Premio Simón Bolívar en 2017 por su cubrimiento de la batalla de Mosul, en Irak.
Foto: Luis de Vega
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“Tiene que ser ya”, me escribió. Eran las 8:19 a. m. en Bogotá. En Ucrania ya estaba finalizando el día. Faltaban cuarenta minutos para la hora en que teníamos programada la entrevista, pero hubo un cambio de planes. El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, había citado a una rueda de prensa off the record a la que ella debía asistir en nombre de France24. Ella, Catalina Gómez Ángel, periodista de guerra en Oriente Medio y Europa desde hace más de una década, y una de las pocas latinoamericanas que ha atestiguado personalmente la invasión rusa a Ucrania, charló conmigo mientras caminaba por una ciudad que no ha visto la paz desde hace más de tres años.

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“Mira, ahora mismo estoy en el centro de Kiev, en el Maidán. Es viernes por la tarde, está haciendo frío, pero esto está lleno de gente. Anoche fue horroroso porque fue noche de misil. Un edificio civil en el centro quedó destruido y mucha gente amaneció sin luz, sin agua, sin internet. Y, aun así, aquí voy caminando y veo a jóvenes tomando café o una cerveza, charlando. Porque cuando la guerra se vuelve parte de la cotidianidad, la gente aprende a vivir con ella”, contó mientras hacíamos el repaso por todo lo que tuvo que pasar para llegar hasta allí.

Ella lo ha descrito como el desenlace natural de sus circunstancias. En su casa era normal encontrar periódicos y escuchar el ruido de los noticieros. “Era una familia que giraba mucho en torno a la actualidad, sobre todo la nacional. Sin embargo, desde pequeña a mí me llamaba especialmente la atención lo internacional, no me preguntes por qué”, apuntó. Además, el periodismo ya había encontrado un camino en su familia paterna. Su prima, Patricia Gómez, había hecho carrera en la televisión, e incluso un primo de su abuela había sido el fundador de uno de los periódicos de la región. Por todo esto, cuando llegó su momento, supo que este era su lugar, aunque en ese momento ser corresponsal de guerra no se le pasaba por la cabeza.

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Fue también por esa época cuando brotó su curiosidad por Oriente Medio. “En Pereira había una comunidad siro-libanesa muy grande y próspera, y en mi casa había una gran conexión con ellos. Se hablaba de Beirut como si fuera París. En esos años comenzó la guerra del Líbano, en 1975. Yo era muy chica, pero crecí con ese fantasma. Luego llegaron las noticias de la revolución iraní, con el ayatolá Jomeini, en 1979. Todas esas cosas crearon en mí una atracción por ese mundo tan desconocido y caótico”, afirmó.

Poco a poco, ayudada también por libros de periodistas como Oriana Fallaci, fue creciendo su pasión por esta parte del mundo, que hasta el día de hoy no logra explicar del todo. No obstante, su camino en los medios de comunicación empezó muy lejos de allí. Los primeros dos años de su carrera los pasó en los camerinos de Santa Fe como periodista deportiva del periódico El Tiempo. “Fue una experiencia muy bonita que me enseñó a pensar rápido, tomar decisiones y analizar lo que había visto en 90 minutos en una página de periódico. Pero, al tiempo, me di cuenta de que no era lo que quería hacer en mi vida”, contó. En medio de un recorte de personal, prefirió dar un paso al costado en lugar de dejar que despidieran a alguno de sus compañeros y se fue a Madrid a estudiar una maestría, primero en Creación Literaria y después en Relaciones Internacionales y Comunicación en la Universidad Complutense.

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Al poco tiempo volvió a Colombia y allí pasó por las secciones de Internacional y Cultura de la revista Semana. De todas formas, permanecía esa pulsión por atestiguar personalmente lo que pasaba más allá de nuestras fronteras, específicamente en Irán, un país por el que había cultivado una profunda curiosidad durante esos años. Por eso, cuando llegó la oportunidad, decidió dar el salto hacia Teherán.

Evidentemente, le dijeron que estaba loca —sobre todo porque acababa de superar un grave quebranto de salud causado por una anorexia que la había obligado a aplazar el viaje—, pero eso no la detuvo. “Recuerdo que mi papá me preguntó por qué quería irme, y yo le respondí que en Colombia había muchos periodistas cubriendo el conflicto y que yo quería hacer algo diferente: cubrir Oriente Medio. Entonces él lo entendió y me dijo: ‘Bueno, si eso es lo que usted quiere hacer, hágalo’”. Y con esa bendición se fue.

Desde 2022, Ángel Gómez cubre la invasión rusa a Ucrania, en donde no solo narra los desastres de la guerra, sino también la vida de los habitantes que se acostumbraron a ella.
Foto: Zoriana Stelmak

Llegó en 2007 con la excusa de aprender farsi, la lengua oficial de ese país, y desde el primer día estuvo buscando la forma de afincarse allá. No fue fácil, sobre todo cuando terminó sus estudios y tuvo que sobrevivir con visas muy cortas, de apenas quince días o un mes, durante más de tres años, hasta que en 2011 finalmente consiguió la residencia. De todas maneras, durante ese tiempo empezó su cubrimiento de Oriente Medio e incluso estuvo presente en importantes momentos del país, como la Revolución Verde y la Primavera árabe. Su transición decisiva llegó un año después, cuando tuvo la oportunidad de hacer reportería por primera vez en una zona de guerra.

“La primera vez que me tocó salir con casco y chaleco antibalas fue en 2012, cuando estaba comenzando la guerra en Siria. Estuve en una matanza muy fuerte que luego se conoció como la masacre de Hula, y llegué hasta ahí porque en ese momento había una misión de paz de las Naciones Unidas que llegó hasta ese pueblo, donde estaban enfrentados la oposición y el ejército”, contó. El chaleco era prestado y le quedaba grande, al igual que el casco, pero eso era lo de menos ese día que marcaría el comienzo de una carrera reporteando desde los terrenos más hostiles de Oriente Medio y Europa. Con el tiempo, la indumentaria se le ajustó mejor, moverse en los frentes de batalla no era tan confuso y así, poco a poco, fue aprendiendo lo que significaba ser una periodista de guerra.

Han pasado trece años desde esa primera experiencia, casi dos décadas desde que dejó el país en busca de una mirada directa hacia lo que ocurría al otro lado del mundo y, a pesar de haber visto tanto horror y destrucción, afirmó que casi no había habido momentos en los que se arrepintiera de su decisión. Solo uno se le vino a la cabeza cuando se lo pregunté. “La muerte de Victoria fue un proceso muy duro por muchas razones, pero ni siquiera ahí me planteé si quería seguir haciendo esto”, dijo. Se refería a Victoria Amelina, la escritora ucraniana asesinada por un misil ruso que cayó sobre un restaurante en el que almorzaban en Kramatorsk el 23 de junio de 2023.

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Tras el ataque —del que también fueron testigos el escritor Héctor Abad Faciolince y el filósofo y político Sergio Jaramillo, que estaban con ellas ese día—, todavía con el zumbido del misil en los oídos, Gómez Ángel agarró su cámara y empezó a registrar lo sucedido. Con el pelo revuelto, la voz temblorosa y un edificio en ruinas a sus espaldas, salió en los canales de France24 a relatar la tragedia que acababa de vivir. Los heridos, los escombros y las sirenas de ambulancia no eran un paisaje inusual para ella, pero ese episodio surgía una y otra vez cuando le contaba a alguien su historia, no solo por lo difícil que fue sobrellevar la muerte de Amelina, sino porque fue uno de los días en los que más cerca estuvo de la muerte.

Aun así, ese día reporteó. Y no ha dejado de hacerlo desde entonces, aunque en principio tuviera que obligarse a volver al frente de batalla, como sucedió cuando le tomaron la foto que abre el Magazín de este festivo. “La verdadera historia de esa foto es que, después de la muerte de Victoria, yo me fui a Polonia. Luego volví a Ucrania y dije: ‘Si no voy ahora al frente de batalla, nunca más voy a volver porque me voy a morir de miedo’. Nos fuimos entonces para Zaporiyia, una población liberada por Ucrania en la contraofensiva, y creo que ha sido el día que peor la he pasado en la historia de mi vida en la guerra. Brinqué y me asusté mucho, pero afortunadamente fui porque, de otra manera, tal vez nunca hubiera vuelto”, afirmó.

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Es por esa perseverancia de estar en los lugares más hostiles que ha sido reconocida en dos ocasiones por el Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) como la mejor corresponsal de Colombia. También recibió el Premio Simón Bolívar en 2017 por su cubrimiento de la batalla de Mosul, en Irak, y el próximo 25 de octubre recibirá el I Premio Internacional de Periodismo David Beriain por su cubrimiento del ataque en Kramatorsk. Pero, más allá de los premios, Catalina Gómez Ángel se ha destacado por atreverse a estar en terreno, hablar con las víctimas, acompañar su dolor y, sobre todo, por retratar lo humano que sobrevive a pesar del sufrimiento.

Por Santiago Gómez Cubillos

Periodista apasionado por los libros y la música. En El Magazín Cultural se especializa en el manejo de temas sobre literatura.@SantiagoGomez98sgomez@elespectador.com
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