Las legiones lo llamaban “imperator” pero él nunca aceptó el título. César Augusto fue un emperador en la práctica, pero no en el papel. Dejó su nombre inscrito en la historia occidental como el primer emperador romano, aquel que vivió en la misma de Jesucristo y cuyo gobierno fue denominado como la Pax Augusta. A pesar de que se esforzó por instaurar un periodo de estabilidad y fue recordado por la expansión del dominio romano, su vida estuvo envuelta en varios conflictos, entre los que se cuenta la gran transformación de su vida a raíz de la muerte de su tío Julio Cesar, en el año 44 a.C.
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A lo largo de sus 75 años de vida cambió de nombre unas cuatro veces: de ser Cayo Octavio pasó a ser Cayo Julio César Octaviano, luego se convirtió en Imperator César y falleció como Imperator César Augusto.
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Nació en el seno de una familia considerada rica bajo los estándares del momento, pero a los cuatro años, en el 59 a.C, perdió a su padre. Su madre se volvió a casar y su nuevo padrastro no mostró mucho interés en la crianza del joven, por lo que lo adoptó su abuela Julia, la menor, y su hermano Julio César. Con 16 años ya había demostrado la madurez necesaria que buscaban en los jóvenes romanos y, aunque estaba listo para acompañar a su tío en sus campañas, su madre se opuso, lo que retrasó su incursión en el mundo de la guerra. Cuando por fin se embarcó en una de estas travesías hacia Hispania, hoy conocida como España, la tragedia impactó el viaje, pues su barco naufragó y en medio de la preparación para la guerra se enteró del asesinato de su tío abuelo en el Senado. Antes de morir, Julio César dejó un testamento en el que dejaba al joven Octavio todos sus bienes y títulos, proporcionando el primer escalón en el largo camino que su sobrino nieto estaba a punto de emprender hacia el poder.
Con un juramento de venganza y en contra del consejo que le dio su familia de renunciar a la herencia que le había dejado Julio Cesar, partió hacia Bríndisi para reclamar el nombre de Cayo Julio César Octaviano y el legado político de su tío abuelo en el año 44a.C. Esta fue su incursión en la esfera política y el inicio de su camino para convertirse en el regente romano que recuerda la historia.
El nuevo César no tenía un camino fácil por delante. Los enemigos de su predecesor, especialmente Marco Antonio, serían obstáculos en su ascenso al poder. Mientras que Octavio reclutaba las legiones leales a su tío, Antonio también se fortalecía y luego de una serie de conflictos, el sucesor de Julio César logró llegar al Senado, legalizando su posición de mando frente a un ejército. Aunque el objetivo del Senado era debilitar a Antonio aprovechando la juventud de Octavio, no lograron del todo su cometido y el que una vez fue enemigo se convirtió en un aliado para vengar el asesinato de Julio César.
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Marco Antonio, por su lado, ya había creado una alianza con otro líder cesariano: Lépido. Cuando Octavio y Antonio unieron fuerzas, junto con Lépido, se creó el Segundo Triunvirato en el año 43 a.C. El primer triunvirato había fracasado diez años antes y estuvo compuesto por Cneo Pompeyo Magno, Linio Craso y el mismo Julio César. Tuvo la intención de ser una dictadura militar, pero no lo logró.
La alianza que conformó el Segundo Triunvirato si logró el objetivo de ser una dictadura militar en la que se repartieron las tierras del occidente de la República y en la cual “las decisiones se tomaron sin referencia al senado o cualquier otro órgano tradicional del estado romano”, según Garrett Fagan de la Universidad Estatal de Pensilvania. Uno de los objetivos de esta dictadura fue “el restablecimiento de la autoridad estatal, iniciándose un período de persecución contra los republicanos”, como lo menciona una biografía hecha por la Junta de Castilla y León.
Con el nuevo triunvirato, Octavio dio caza a los asesinos de su padre adoptivo y otros que se opusieron a su mandato. Junto a sus aliados, peleó en la tercera guerra civil de la República, la Batalla de Filipos, que terminó con la división territorial que dejó a Octavio con Italia, Hispania y Galia; a Antonio con la parte oriental del imperio, y a Lépido con África, este último fue exiliado por Antonio y así se disolvió el Segundo Triunvirato en el año 33a.C.
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Uno de los problemas a los que se enfrentó Augusto durante esta época fueron los asentamientos de sus soldados, a los que dio solución mediante la confiscación de tierras de ciudadanos. Los romanos que vivieron durante este periodo quisieron sublevarse y, con el fin de evitarlo, hacer frente a otra guerra y afianzar más su alianza con Antonio. Octavio tomó la decisión de unir las familias mediante el matrimonio de su aliado y su hermana, Octavia la menor.
El matrimonio se vio marcado por el viaje de Antonio a Egipto, donde conoció y se convirtió en amante de la reina Cleopatra. Con el triunvirato disuelto, el imperio se dividió en Roma oriental y Roma occidental, lo que dejó a Octavio a sus anchas para declarar la guerra a Cleopatra. Antonio y su amante intentaron derrocar a Octavio, sin embargo, fracasaron. El nuevo César comenzó una campaña para que los romanos se volvieran en contra de Antonio, utilizando su relación con la reina egipcia y el fracaso de su matrimonio con Octavia, como excusa para acabar con su reputación. Al final, la campaña por eliminar del poder a aquel que se convertiría en emperador, terminó con Antonio y Cleopatra derrotados en la batalla de Accio en el 31a.C.
Este fue el punto de partida para que recibiera el nombre con el que la historia lo recordaría: Augusto. “La tercera y última reinvención política de Augusto estaba a punto de tener lugar”, escribió Fagan refiriéndose a que después de la batalla de Accio, Augusto no tenía ningún rival que lo desafiara por el poder. “Que la República necesitaba una mano que la guiara, estaba fuera de toda duda. El antiguo sistema había fracasado por completo y, si se restablecía, volvería a hacerlo. Incluso alguien con un sentimiento tan republicano como Cicerón finalmente había admitido la necesidad de un “líder gobernante” del estado (rector). Octavio iba a mantener el control, eso estaba claro, pero, ¿cómo? Durante las siguientes tres décadas, su posición en el estado se estableció en una compleja amalgama de poderes y privilegios legales y no legales”.
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Tras el triunvirato, las guerras consecuentes y la pérdida de otro regente, Roma entró a un punto de crisis, pero no estaba dispuesta a aceptar la figura de Octavio como déspota. Por lo tanto, a través de diferentes pactos y manipulaciones, configuró su objetivo de “devolver a Roma la estabilidad, la legalidad tradicional y el civismo”, según el historiador Werner Eck.
Como senador, le otorgaron el nombre de Augusto y “princeps”, títulos que crearon una imagen más religiosa que política, en el año 27a.C. Muchos historiadores marcan este como el inicio formal de su gobierno. Sus triunfos bélicos le habían otorgado diferentes privilegios de la tradición romana y, aunque rechazó los símbolos de poder que en el pasado había usado su predecesor, sus acciones, la lealtad y el respeto del pueblo romano cimentaron su reino y posición en el senado.
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Así, el nombre oficial de Octavio pasó a ser Imperator Caesar Divi Filius Augustus. Bajo el nombre de Imperator dio inicio a la expansión del imperio y anexó el norte de los territorios que hoy se conocen como España, parte de Alemania, Egipto, parte de Turquía, Israel y Palestina. Como César Augusto logró establecer, bajo su férreo mandato, un periodo de relativa paz y estabilidad económica para el imperio que buscó desde un principio. Más allá de sus campañas e intenciones, el primer emperador romano fue un hombre que supo cómo ganar el favor del pueblo a través de políticas sociales que favorecieron tanto a sus soldados como a sus súbditos.
Se dice que una de sus frases más famosas fue: “Encontré Roma como una ciudad de ladrillos y la dejé siendo una ciudad de mármol”. Muchos atribuyen el significado de estas palabras a los cambios que instauró para engrandecer el poder de Roma, pero, a pesar de sus logros, al momento de su muerte, según el biógrafo Suetonio, famosamente se preguntó: “¿He interpretado bien el papel? Entonces apláudanme cuando salga”. Al igual que su predecesor, fue deificado poco tiempo después de su muerte. Los títulos de César y Augusto se convirtieron en el prefijo para determinar a la realeza e, incluso, fueron traducidos a otros idiomas para identificar al emperador, como en ruso “Tsar” y en alemán “Kaiser”.
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