El Magazín Cultural
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Cumplirse promesas

Segunda entre de los relatos de viaje. Hoy, desde San Telmo, Buenos Aires.

Camila Builes desde Buenos Aires, Argentina
28 de julio de 2016 - 02:00 a. m.
Foto: iStock
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Cuando estaba niña, le preguntaba todo a mi mamá. Las palabras desconocidas, los países y sus capitales, el nombre de las canciones, el color de las estrellas cuando amanece. Todo. Pensaba —pienso— que ella tenía el poder para resolverme cualquier duda. Un día, cuando tenía quince años y estaba leyendo una tira de Mafalda, le pregunté cuándo iríamos a Buenos Aires a conocerla. A Mafalda, a Susanita, San Telmo. Mi mamá, sabiendo que ya era grande para entenderlo, pero sin querer herirme, me dijo: “Hazte la promesa. Uno se debe prometer cosas que luego las use como metas. Cuando cumples una promesa a ti mismo, significa que te estás queriendo. Promételo, prométete que irás tú sola a conocer a Mafalda y sus amigos". Yo me quedé callada, no me gustó la respuesta de mi mamá porque en el fondo sentía que lo que decía era un artilugio para ocultar "hija, no tenemos plata para ir a Argentina". Sin embargo, sabía que tenía que hacerlo: tarde o temprano conocería la cuadra en la que Quino puso a un grupo de niños a dialogar con la imaginación y pensar que ese mundo creado a partir de sus sueños o frustraciones no está tan alejado del mundo real.

Pasaron todavía muchos años hasta que pude conocer el sitio.

Cuando llegué, caía una lluvia helada. Tenía el abrigo, la bufanda y el gorro tan fríos que parecían tener alfileres clavándose en cada centímetro de mi piel. Las calles estaban desiertas, los árboles esqueléticos y el cielo lácteo. Me quedé de frente a un edificio de San Telmo. El edificio de la Calle Chile 371. La casa de Raquel, “un rubio gordito” y Mafalda. Giré y en la banca, mirando hacia la placa, estaban Susanita, Manolito y ella. La chica que me mantuvo de pie cuando en el colegio me gritaban insultos por no ser igual a las otras niñas. El primer libro que me dio mi papá. Mi marca personal de heroína. El corazón se me subió a la garganta. Y no era solo estar allá, era cumplirme la promesa. A veces me pregunto para qué escribo. Supongo que por cosas como esas.

Por Camila Builes desde Buenos Aires, Argentina

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