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David García: “No existe una diferencia entre música popular y clásica”

Este viernes, 7 de noviembre, es la gran final del Concurso Internacional de Violín Ciudad de Bogotá, donde tres artistas competirán por USD 70.000 y la posibilidad de presentarse junto a la Filarmónica de Bogotá. David García, director de la orquesta, habló de la creación de este certamen y lo que significa para su carrera.

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Paula Andrea Baracaldo Barón
07 de noviembre de 2025 - 12:00 p. m.
García asumió la dirección de la Filarmónica de Bogotá en 2013.
García asumió la dirección de la Filarmónica de Bogotá en 2013.
Foto: Kike Barona
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¿Qué representa para la ciudad el Concurso Internacional de Violín, que reúne a músicos de tantos lugares?

Eso es muy importante. Cuando hablamos con el secretario de Cultura, Santiago Trujillo —que también es violinista—, tuvimos la idea de mostrarle ese amor por el instrumento al público. Y, además, queríamos visibilizar a Bogotá, que se ha convertido en una ciudad cosmopolita, con una intensa actividad cultural: la programación del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, la Secretaría de Cultura, la Filarmónica de Bogotá, el auditorio León de Greiff y la Jorge Tadeo Lozano, entre otros. Todo lo que está pasando ha convertido a Bogotá en un epicentro cultural y musical de América Latina.

¿Por qué decidieron incluir una pieza de Carolina Noguera como obra obligatoria?

Queríamos que se empezara a reconocer el repertorio latinoamericano para violín, que fuera una obra contemporánea y de una mujer colombiana. La decisión la tomó un comité de curaduría donde estaban el secretario de Cultura, el director del Teatro Mayor, otras personalidades de la música conocedoras del repertorio del violín y yo (como director de la Filarmónica). Allí se definió tanto la obra colombiana como el repertorio general del concurso.

El ganador tocará con la Filarmónica en 2026. ¿Qué valor le da a ese encuentro?

En los concursos internacionales de violín normalmente es así: parte del premio es la posibilidad de tocar con orquestas y en la final del Concurso Internacional de Violín los tres finalistas tocarán con la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Para ellos es algo grande, y para la orquesta y el público también. Además, el ganador será invitado el año próximo a tocar de nuevo con la Filarmónica e incluso podrá conectar con otras orquestas de América Latina, como las de Brasil, Chile y México.

Hay quienes aún perciben la música filarmónica como algo de nicho. ¿Cómo logra el concurso acercar esa experiencia al público?

La inauguración del concurso mostró lo que buscábamos: salir del mundo puramente clásico. En América Latina, el violín ha tenido muchos usos: en la salsa, en los violines de la charanga, en el mariachi, en los violines caucanos... Tocaron los maestros Alfredo de la Fe y Alexis Cárdenas, y quisimos evidenciar que el violín se extendió a diferentes tradiciones gracias al mundo clásico. No se trata de diferenciar entre música popular y clásica. Incluso algunos usan denominaciones como “música culta”, pero esa diferencia no existe. Lo decía el gran compositor Leo Brouwer: la música es una sola; la única diferencia es si es buena o mala.

Hablemos ahora un poco sobre su formación y los años que vivió fuera de Colombia.

Yo nací en el barrio Teusaquillo, de Bogotá. Viví en Colombia hasta los 17 años. Estudié violín en mi adolescencia y después de eso me fui del país a seguir aprendiendo en el Conservatorio de Sofía durante tres años. Después me fui a vivir a Viena, donde estudié Filosofía, luego un máster en Ciencias Políticas y Filosofía, después hice un doctorado en Historia y luego una especialización en Marketing Cultural. En eso se resume una gran parte de mi vida.

¿Cómo se relacionan esas etapas de su formación: la musical, la filosófica, la histórica y la de “marketing” cultural?

La música es un ejercicio de mucha disciplina y creatividad; eso lo viví durante muchos años. Pero en algún momento, precisamente por toda esa tradición de mi padre —que fue músico y después se convirtió en gestor cultural y fue director general de la Filarmónica durante 23 años—, yo llevaba en la sangre esa inquietud: la de ser ese mediador entre lo que hace el artista, lo que quiere la sociedad y lo que se puede hacer para mejorar la calidad de vida de ambos. ¿Y qué aportan la filosofía, las ciencias políticas y la historia? Muchísimo. La filosofía es una amplia comprensión del mundo, ayuda a tener la mente abierta a preguntas como qué significa “cultura”, por ejemplo. La historia también aporta mucho. Por ejemplo, cuando escogemos tocar la Novena sinfonía de Beethoven, el conocimiento histórico sirve para entender en qué contexto fue escrita.

¿Qué géneros escucha más a menudo?

Me gustan mucho Bach, Mozart, Beethoven y muchos compositores clásicos. También me encanta el jazz, porque en él se mueve la creatividad de una manera impresionante. Un dios para mí en ese mundo es Miles Davis, especialmente con su disco Kind of Blue. También soy muy salsero: me encanta Roberto Roena, la salsa de Nueva York de los años 70, la música afrocubana —el son, la guajira, el guaguancó— y la salsa en Colombia, Venezuela y Puerto Rico. Amo la música llanera, me gustan la música de Grecia, la africana, Shakira, y algunas cosas de Karol G. Mi mundo musical es amplio; no importa el género.

¿En qué se diferencia ese músico que fue del gestor que es hoy?

La diferencia es que antes yo estaba más concentrado dentro del bosque, mirando el árbol; es decir, tocando el instrumento y estudiando. Ahora estoy por fuera, mirando el bosque completo, con todos sus aspectos. Tengo el privilegio de trabajar con los directores artísticos de las diferentes orquestas, escogiendo repertorios y obras, y disfruto escuchando todas esas interpretaciones.

Paula Andrea Baracaldo Barón

Por Paula Andrea Baracaldo Barón

Comunicadora social y periodista de último semestre de la Universidad Externado de Colombia.@conbdebaracaldopbaracaldo@elespectador.com
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