El universo de Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba está caracterizado por cazadores de demonios aparentemente fuertes, aparentemente estoicos. Tanjiro Kamado, el protagonista, tiene una virtud, empatía y coraje inquebrantables. Tan es así, que en la serie se muestra que su alma es un cielo azul infinito, lleno de seres luminosos. Los pilares –los mejores cazademonios de la organización–, representan la cumbre de la disciplina y el sacrificio. Sin embargo, a su lado trabaja la indeterminación, el miedo y el pánico. Zenitsu Agatsuma llora, grita, se aferra a Tanjiro y ruega por escapar de cada misión. A diferencia de los demás cazademonios, no entró a la organización por venganza, justicia o porque algún demonio hubiese devorado a su familia. Zenitsu creció sin padres o hermanos y se ahogaba en deudas por engaños amorosos. Decidió comenzar a entrenar porque Jigoro Kuwajima lo encontró rogando porque le perdonaran una de sus deudas, así que la pagó y decidió entrenarlo como espadachín.
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Zenitsu no tenía potencial o entusiasmo. Trató de escapar varias veces, de las seis posturas que tiene la respiración del rayo, sólo logró dominar la primera, y entre cada sesión de entrenamiento, Zenitsu lloraba. En un mundo en constante lucha entre humanos y demonios, Zenitsu encarna la lucha existencial fundamental: la batalla contra el miedo y la baja autoestima. Zenitsu llora, grita y entra en pánico porque nosotros lo hacemos.
En definitiva, Zenitsu es la analogía del hombre corriente, del que es aplastado por la realidad, del que es sobrepasado cuando la presión es inconmensurable, del que no tiene estrella ni profecía llena de hazañas. Todo lo contrario, sobre su cabeza pende la profecía autocumplida, pues sufre de una profunda baja autoestima. Se considera un inútil y se queja de ser débil, incluso cuando ha entrenado arduamente bajo la dirección de un expilar. El sentimiento de indignidad con el que carga Zenitsu resuena con las inseguridades personales que flotan y juegan por entre nosotros, haciéndonos creer que, sencillamente, hay cosas que no cambian, que no queda más que llorar y gritar.
Cuando Zenitsu deja de ser consciente de sí mismo, es que logra despertar todo su poder. Al enfrentarse a los demonios, el miedo lo supera por completo hasta hacerlo desmayar. Es en ese estado inconsciente que logra luchar. Aunque sólo sabe realizar la primera postura de la respiración del rayo, la ha perfeccionado hasta luchar como el trueno. Lo único que frena a Zenitsu es él mismo.
Luego del estreno de la película, la popularidad de Zenitsu se disparó hasta llegar a ser el personaje favorito, sobrepasando al protagonista, a su hermana demonio que se niega a devorar humanos, y a los pilares cuyas respiraciones y posturas generan una animación difícil de igualar. Justo antes de entrar al castillo infinito, Zenitsu se entera de que su maestro y a quien llegó a llamar “abuelo” se hizo el harakiri porque uno de sus alumnos se convirtió en demonio. Al fin, Zenitsu tuvo un propósito superior a su propio miedo. Por primera vez, Zenitsu no huyó ni se desmayó. Se enfrentó a Kaigaku, su antiguo compañero, con una determinación y seriedad propias de un pilar. La necesidad de vengar el honor de su maestro y detener la maldad de Kaigaku superó su instinto de huida, hasta incluso crear una séptima postura de la respiración del rayo. El coraje no es ausencia de miedo, sino actuar a pesar de él. Finalmente, el amor y el respeto superaron al miedo. De ser la analogía del hombre corriente, Zenitsu personificó lo que queremos llegar a ser y, sobre todo, lo que podemos llegar a alcanzar.
Así, parte del éxito de esta serie y película es que funciona como recordatorio de lo vulnerables que somos, de lo fuertes que podemos ser, de que, en el fondo, queremos que alguien nos prefiera y quiera a pesar de todo, que alguien nos diga que llorar está bien, que lo que no está bien es rendirnos.
“Zenitsu, eres mi felicidad y mi orgullo”
Jigoro Kuwajima.