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                                                                                                                              Diálogos con la Muerte (Parte II)

                                                                                                                              Presentamos el segundo capítulo de ‘Diálogos con la Muerte’, de la colaboradora Juliana Vargas, en la que continúan las conversaciones entre Ciro Montilla y la que será su verdugo.

                                                                                                                              Juliana Vargas

                                                                                                                              "La buena opinión que teníamos de nosotros mismos y del mundo ya no es más que una ilusión, y saber eso es terrorífico, pues conocíamos el caminar en las calles, el trabajo ocho horas al día, los viajes y los parques, y ahora no somos más que la palidez de ese pasado". - Juliana Vargas
                                                                                                                              Foto: Rodrigo Cabral Godoy - @rodrigo_cabral_godoy

                                                                                                                              Tres mil muertos, cinco mil muertos, un millón de muertos, tres millones. Hoy, tan sólo en un país, hubo dos mil muertos; en otro fueron dos mil quinientos; en total, la Peste Negra cobró la vida de 25 millones de personas sólo en Europa y, si es cierto lo que están diciendo en noticieros, chismes de barrio y artículos científicos, para allá vamos, pues nos creemos dioses, pero no somos más que marionetas, y estamos colgados de los hilos del destino.

                                                                                                                              Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

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                                                                                                                              Foto: Rodrigo Cabral Godoy - @rodrigo_cabral_godoy

                                                                                                                              Tres mil muertos, cinco mil muertos, un millón de muertos, tres millones. Hoy, tan sólo en un país, hubo dos mil muertos; en otro fueron dos mil quinientos; en total, la Peste Negra cobró la vida de 25 millones de personas sólo en Europa y, si es cierto lo que están diciendo en noticieros, chismes de barrio y artículos científicos, para allá vamos, pues nos creemos dioses, pero no somos más que marionetas, y estamos colgados de los hilos del destino.

                                                                                                                              Hablando de marionetas e hilos, últimamente he tenido toda clase de pensamientos negativos. Viviendo con tiempo robado y encerrado en una casa sin nada más que hacer que esperar a la Muerte, literalmente hablando, supongo que es normal. De hecho, en los últimos días he llegado a la conclusión de que ese mundo de afuera no era para nada el orden natural de las cosas. Estábamos caminando siempre hacia delante, detrás de invenciones que nosotros mismos habíamos creado y de eso se trata el horror del momento. Ya no hay trabajo, capital o sueño que valga. El hombre ya es una Nada consciente de sí. La buena opinión que teníamos de nosotros mismos y del mundo ya no es más que una ilusión, y saber eso es terrorífico, pues conocíamos el caminar en las calles, el trabajo ocho horas al día, los viajes y los parques, y ahora no somos más que la palidez de ese pasado. Bien podríamos compararnos con muertos vivientes porque ahora somos lo que antes no éramos, ahora somos lo que no deberíamos ser.

                                                                                                                              Hay otra verdad detrás de esta enfermedad y es que se está acabando el amor. Sin ocupaciones, sin ver a nuestros seres queridos y sin salir a tomar el sol, ya no amamos las mañanas, ni las tardes ni las noches; ya no amamos las estrellas porque ya no las vemos; ya no amamos las flores porque ya no percibimos sus perfumes, y ya no nos amamos a nosotros mismos porque ya no nos reconocemos. Así, con el horrible y tranquilizador conocimiento de que nada nos merecemos, llegamos a un descubrimiento iluminador: el único derecho natural que tenemos es el derecho a morir, ese mismo derecho que desde hace días estoy buscando que la Muerte me salvaguarde y proteja.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              — Bueno, al menos ya eres consciente de esa única verdad —dice la Muerte, detrás de Ciro.

                                                                                                                              La Muerte ha vuelto. Está flotando detrás de Ciro, y sin poder verla se la puede imaginar cruzada de brazos y sonriendo.

                                                                                                                              — ¿Estás satisfecha, querida Muerte? Estos pensamientos que he tenido son bastante compatibles con lo que eres.

                                                                                                                              — Un poco, aunque no tienes ni idea de cómo soy.

                                                                                                                              Le recomendamos: Diálogos con la Muerte (Parte I)

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                                                                                                                              La Muerte toma la silla de ruedas de Ciro y le da media vuelta. En efecto, tiene el ceño fruncido, rabia y tal vez también algo de inquietud. Sin embargo, sus pupilas son ahora color miel, profundas y dulces. Ciro sube la mano hasta su mejilla con mucho esfuerzo, pues desde hace un tiempo el dolor muscular ha aumentado. Ella lo nota, le toma la mano, lo ayuda a terminar el camino entre el regazo del viejo y su mejilla, y le sonríe de manera triste.

                                                                                                                              — Mi trabajo ha estado difícil.

                                                                                                                              — Mi vida sin ti también —le responde Ciro, con la contradicción estaqueada en su corazón. Su vida sin la Muerte, la Muerte con él y él en un limbo, extrañándola y temiéndole al mismo tiempo.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              La Muerte toma el otro brazo de Ciro y los levanta, luego los estira y los vuelve a poner en su sitio. Flota hasta casi tocar el suelo y adquiere una posición casi arácnida, toma sus dos piernas y las levanta también. Dobla una, después la otra, las deja en su sitio y vuelve a comenzar el ritual, ese que se supone que es trabajo de la enfermera que ya no va desde que el presidente ordenó una cuarentena nacional. Cada movimiento es una pequeña liberación; cada salto de la Muerte entre los brazos y piernas de Ciro es un pequeño sueño que atraviesa la realidad en la que ya no quiere vivir. Es una mariposa que, al terminar los ejercicios, se posa en su frente y le da un beso.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              — No puedo llevarte, aún no….

                                                                                                                              — ”Es una niña haciendo pataleta” —piensa Ciro. Es muy extraño darse cuenta de la capacidad de la Muerte de comportarse tan infantil y cruelmente al mismo tiempo. Está tan aterrado como fascinado.

                                                                                                                              — ¿Por qué no me puedes llevar aún?

                                                                                                                              — ¿Y tú por qué piensas en marionetas y muertos vivientes? Da miedo.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              — ¿Por qué razón cósmica a la Muerte le daría miedo una marioneta o un muerto viviente? Marionetas, muertos vivientes y la Muerte hacen parte de ese mismo imaginario lleno de todo aquello que esperamos no ver nunca.

                                                                                                                              La Muerte frunce el ceño y se aleja un poco. —¿En serio no te habría gustado conocerme?

                                                                                                                              — Fue un decir. Los humanos tendemos a temer lo que no conocemos.

                                                                                                                              — Pues es una costumbre de lo más extraña. Les debería dar curiosidad y ganas de descubrir cosas.

                                                                                                                              — ¿Ah sí?

                                                                                                                              — Por ejemplo, has tenido a la Muerte rondando por tu casa y apenas la conoces. Por eso dices esas barbaridades sobre marionetas y zombies.

                                                                                                                              — Otra pataleta.

                                                                                                                              — Es pataleta, pero igual ¿Cuándo piensas preguntar?

                                                                                                                              — ¿Preguntar qué, querida Muerte?

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              La Muerte se le acerca tanto a Ciro, que el pobre viejo alcanza a pensar en la posibilidad de que habrían de fundirse en uno solo. Por unos breves segundos, se le pasó por la cabeza todos los escenarios que la humanidad se había inventado. La reencarnación, la resucitación, la fusión con el mundo, el olvido cósmico. Y claro, también se le vino Clara a la cabeza. Siempre estaba Clara, como si fuera la sombra detrás de sus ojos. Pero luego vino el miedo, el miedo de que la Muerte se lo llevará. Por un breve instante, la vio como lo que en verdad era, a pesar de su fachada infantil

                                                                                                                              — Pues cómo soy —le susurra la niña con sus pupilas demasiado cerca. Ya no son miel, ahora son como la noche, y una noche sin estrellas.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              — ¿Cómo eres? —le contesta Ciro, dando un respingo y tratando de sostenerle la mirada, en un intento estúpido de caerle bien a un verdugo. Sin embargo, parece que le gusta la pregunta, pues de inmediato se le ilumina el rostro, literalmente. Salta del regazo de Ciro, da un par de piruetas y ríe de una manera dulcemente musical, como si su voz fuera una flauta. Este nuevo estado de ánimo hace de la guadaña una flor. La niña que quema queda atrás y Ciro ya no sabe a qué Muerte le teme más.

                                                                                                                              — Primero que todo, me gusta nadar.

                                                                                                                              — ¿Nadar?

                                                                                                                              — ¡Claro! Los arrecifes son hermosos, ¿y has visto al pez mandarín? Ese es mi favorito porque tiene plumas y muchos colores. —La Muerte da dos giros en el aire y continúa—. También me gusta viajar hasta arriba, muy arriba, y ver las explosiones de helio y nitrógeno en el Sol. El olor a azufre es fastidioso, pero no es nada comparado con el espectáculo.

                                                                                                                              — Así que te gustan las profundidades del océano y las alturas del espacio.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              — ¡Sí! Son solitarios, son mágicos, y son sólo míos. Es como si hubieran sido hechos para mí, para darme algo de belleza en medio de tanta…muerte.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              La Muerte vuelve a acercarse y empieza a dar vueltas alrededor de Ciro. Ya no sólo su rostro está iluminado, sino que todo su cuerpo despide un aura que la envuelve y la convierte en una especie nueva de querubín. Ya no sólo podría tornar las guadañas en flores, ahora podría llevarlo de este mundo a… ¿a dónde? Suelen pintar querubines sobre nubes y en medio de jardines paradisíacos. Ciro quisiera que lo llevara allá, y que mamá y Clara estuvieran allá también. ¿A dónde lo llevará la Muerte? Está a merced de una niña que le gustan los peces con plumas y las explosiones de Sol. ¿A dónde lo va a llevar? ¿A mares profundos llenos de colores y plumas, o a soles incandescentes?

                                                                                                                              — Eso aún no lo sé —Le contesta la Muerte, al leer sus pensamientos.

                                                                                                                              — ¿Cómo así que no lo sabes? ¿No hace parte de tu trabajo?

                                                                                                                              — No. En serio no lo sé. No se sabe hasta que no llega el momento.

                                                                                                                              — No se sabe si… ¿me llevarás al cielo o al infierno?

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              La Muerte se echa a reír. Es una risa tan incontrolable como musical. El aura a su alrededor se engrandece hasta cubrir toda la sala y hacer de la casa un sol a escala minúscula. Es impresionante la cantidad de bellezas diferentes que puede adquirir la Muerte. Es tan abrumador que, por alguna extraña razón, a Ciro le causa tristeza.

                                                                                                                              Le sugerimos: Lo que no tiene precio

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              — Alguna vez conocí a un señor que estaba obsesionado con la idea del infierno —dice, tratando de calmar la risa.— Además, tenía una idea de él bastante elaborada. Era alguien… cómico. Imagínate que yo mandara a las personas a que se ahogaran en ríos por toda la eternidad, o a que fueran envueltos por un remolino por siempre jamás, o los convirtiera en árboles, o que fueran comidos por serpientes una y otra vez. Aunque, bueno…me dio ideas.

                                                                                                                              No puede ser que se refiera a la persona que creo que se está refiriendo…, —piensa Ciro

                                                                                                                              — ¿Cómo se llamaba ese señor?

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              — Dante. Su infierno debía causar aún más miedo que tus marionetas y muertos vivientes, pero la idea era tan escalofriante como estrambótica en ciertas ocasiones… Hacer que la gente se congele para siempre, que sus cuerpos queden estaqueados en medio del barro… que sus cuerpos sean despellejados una y otra vez… Es creativo, le doy eso. Hasta me hace reflexionar sobre toda la maldad y el resentimiento y el odio y la tristeza irredimible que pueden albergar todos los hombres, además de otras cosas...

                                                                                                                              El aura de la Muerte sigue siendo brillante, aunque ahora titila. Ciro podría jurar que sus facciones y pose han cambiado y ahora parece más mitad humana mitad cancerbero. Es una quimera de otra dimensión que se ha rebajado a estudiar a los humanos, como un científico haría con las hormigas.

                                                                                                                              — Pero también era un buen hombre —dice la Muerte mirando al techo.— Hablaba casi en verso. Muchas veces ni siquiera entendía lo que decía, pero su cadencia para hablar era hasta hipnotizante.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Ciro está perdido. La Muerte es una niña más vieja que él, que habla de uno de los más grandes escritores, filósofos y pensadores de la historia de la humanidad como si fuera alguien tan loco como sabio. Nunca se le habría ocurrido calificar a Dante Alighieri de “estrambótico” y “La Divina Comedia”, una de las obras cumbre de todos los tiempos, quedó reducida a una caricatura para divertimento de la niña que siempre ha existido y siempre existirá.

                                                                                                                              — ¿Sabías que se enamoró a los nueve años? No sabía siquiera que a esa edad fuera posible que un humano se enamorara.

                                                                                                                              — Sí, algo he escuchado de eso.

                                                                                                                              — ¿Y que siempre estuvo enamorado de ella?

                                                                                                                              — Sí, lo dejó bien claro cuando escribió sobre ese infierno que te divierte. Los humanos también tendemos a obsesionarnos con tormentos y amores. ¿Lo conociste?

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              — Estuve con él mucho tiempo… En el infierno de Dante los muertos congelados y el río helado corrían y corrían, corrían como Dante, que escapó de Florencia y nunca volvió. Sufrió mucho durante su exilio.

                                                                                                                              — No poder volver a casa es de las peores sensaciones que pueden existir.

                                                                                                                              — Y en especial con Dante, había algo más.

                                                                                                                              La niña más vieja del universo vuelve a sentarse en el regazo de Ciro y se muerde los labios. Es como si el cuerpo del viejo, de por vida empotrado en una silla de ruedas, fuera un trono que la Muerte hubiera adoptado para hacer sus elucubraciones.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              — Creo que llegó el punto en que ya no estaba enamorado de Beatriz. En algún momento ella se fue desdibujando hasta convertirse en un símbolo, el símbolo del anhelo, de la perfección, de la felicidad. Lo que yo veía dentro de él cuando pensaba en ella era exactamente lo mismo que sentía cuando pensaba en Florencia. Beatriz y Florencia eran la misma clase de añoranza.

                                                                                                                              — Era un hombre desdichado.

                                                                                                                              Y a decir verdad, Ciro pensaba que él también. ¿Ya habría dejado de amar a Clara? ¿Será que ya había llegado a ese punto en que estaba soñando con una imagen romantizada de ella? ¿Dónde estaba la esposa con la que compartió cuarenta años de su vida? ¿La Muerte sabría? Amó como Dante, imaginó muertos vivientes como Dante, anheló un pasado como Dante, y ahora la Muerte está sobre él, como también estuvo sobre Dante; por consiguiente, él también es desdichado.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              — Hoy todos somos desdichados — le confirma aquella niña en su trono, que también es él.

                                                                                                                              “Somos”, ella se incluye, y cuando se siente desdichada la niña con más experiencia del universo, la niña que lo ha visto todo, lo ha sufrido todo, y lo ha hecho todo por borrar de la faz de la Tierra todo aquello que los humanos no pudieron soportar en vida, la desolación es abrumadora.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              — La realidad que está más allá de la ventana se ha convertido en una Beatriz. Los humanos están encerrados en sus hogares y sienten exactamente lo mismo que sentía Dante fuera de ella. Hoy el mundo de afuera es la mujer amada e inalcanzable. Están sufriendo por un amor platónico colectivo… Es increíble que los humanos lleguen a darme pesar, pero por miles de años me los he aguantado… y me los tendré que aguantar durante muchos miles de años más. Vamos.

                                                                                                                              — ¿A dónde, si no puedo salir?

                                                                                                                              — A ver al Papa en televisión. Ya va a hablar.

                                                                                                                              — Eres consciente de que no puedo chismosear los pensamientos del mundo entero como tú, ¿cierto?

                                                                                                                              — Por eso te estoy avisando. ¡Vamos!

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Y en un instante, la Muerte lo empuja y lo instala en su habitación, al frente del televisor. Ya no es quimera, sino niña de nuevo y, con emoción, vuela hasta la mesa de noche y ella misma coge el control y prende el televisor. Su aura crece y crece hasta casi enceguecer a Ciro y eso le devuelve un poco la tranquilidad.

                                                                                                                              — No sabía que te interesara tanto la religión católica.

                                                                                                                              — Ustedes son fascinantes a ese respecto. Cuando uno cree que no podrán más, entonces ¡pum! Sacan fuerzas de los lugares más inesperados. La religión es el último bastión de la esperanza humana.

                                                                                                                              — Hablas como si fuésemos una especie de experimento.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              — Sin muerte no hay resurrección, y sin resurrección no hay iglesia. ¿Acaso no es la forma más pura de fe? Puede que a veces me saquen de quicio, pero en otras ocasiones me despiertan los sentimientos más afectuosos. Y sí, soy capaz de sentir eso de vez en cuando.

                                                                                                                              En efecto, en la pantalla está el Papa preparado para hacer lo que ningún otro papa ha hecho en la historia: dirigirse a un planeta encarcelado. Está viejo, está agobiado, está asustado como todos los demás miles de millones de terrícolas. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Alguien más canta el evangelio, y el canto se ahoga ante una plaza de San Pedro vacía. Nadie está y, sin embargo, todos están, todos están tan ahogados como el canto.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Y entonces llega el sermón, y el Papa cuenta la historia de cuando Jesús y sus discípulos estaban en un bote, en medio de una feroz tormenta. La tormenta no amaina, todos tienen miedo, todos creen que se van a ahogar como estas almas que ahora se ahogan entre el ARN de un virus, ¿y dónde está Jesús? En la parte delantera, la más vulnerable. ¿Y qué está haciendo? Durmiendo. “Maestro, ¿no te importa que nos ahoguemos?”, le dicen los apóstoles.”¿De qué tienen miedo?, contrapregunta Jesús. Luego increpa al viento y le dice al mar “silencio, cállate”. El viento se aplaca y sobreviene una gran calma. Después les dice: ¿Por qué tienen miedo? ¿Acaso todavía no tienen fe?, como si Jesús estuviera frustrado con ellos. Entonces se atemorizan y se dicen unos a otros: “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?”.

                                                                                                                              Le podría interesar: La libertad de los pájaros con alas rotas

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                                                                                                                              Ciro supone que la actitud de Jesús se debe a la falta de fe de sus apóstoles. No importa qué tan mortal sea la tormenta, qué tan oscura sea la noche, el amanecer siempre llega, o al menos eso es lo que siempre se dicen los humanos. ¿Ahora qué se dirán, cuando, literalmente, todo el planeta está postrado ante algo invisible y peor que una tormenta?

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              El Papa dice en pantalla, “densas tinieblas se han adueñado de nuestras calles y de nuestras vidas. Hay un vacío desolador que paraliza todo a su paso. Se palpita en el aire, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que los discípulos del evangelio, nos sorprendió una tormenta. Nos dimos cuenta de que estamos en la misma barca. Todos frágiles y desorientados, pero al mismo tiempo todos llamados a remar juntos. No podemos seguir cada uno por nuestra cuenta. Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús”. Y entonces, Ciro se rinde ante sus pensamientos más oscuros.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              “Me pide fe, pero aquí estoy, en casa sin estar en casa, como Dante; pensando en mi amor perdido, como Dante; junto a la Muerte, como Dante. Si le pido que me salve, ¿lo haría? La duda me asalta porque todos, inevitablemente, vamos a morir, ya sea por el virus o por cualquier otra razón. Y si morimos, ¿será que a Jesús siquiera le importará? ¿Llorará por la humanidad así como lloró por Lázaro? ¿Llorará por mí? Creo que, más que miedo a la muerte, a lo que le temo es a la insignificancia. Mis pensamientos y mis pasiones y mis amores y todo lo que soy es insignificante. ¿Cómo es posible que el creador de todo lo que es y todo lo que fue me ame, así como amó a Lázaro? ¿Y cómo es posible que mi alma —hecha de recuerdos, estrellas perdidas y polvo—, varada en esta silla de ruedas, le importe lo suficiente al Creador como para que extienda su mano en misericordia? Si muero, ¿quién me asegura que no seguiré plantado en esta silla por toda la eternidad, carcomido por este virus?”

                                                                                                                              La Muerte podría darle una respuesta. Voltea a mirarla, pero su aura se ha apagado por completo, está llorando. La Muerte está llorando.

                                                                                                                              —Mi niña… le dice, como si fuera su nieta

                                                                                                                              —La Plaza de San Pedro está llena. ¡Está llena!

                                                                                                                              — ¿Pero qué dices? No hay nadie.

                                                                                                                              — ¡Está llena, está llena! ¡Está llena de muertos!

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              — La Muerte se coge la cabeza y se balancea. Sus ojos desorbitados están clavados al suelo. La Muerte tiene miedo, tiene miedo de sus propias creaciones. Y entonces Ciro voltea hacia el televisor y no ve más que un tipo vestido de blanco envuelto en la noche, una noche oscura, tan oscura como un muerto. Puede que sí, puede que esté infestada y el Papa esté en peligro sin saberlo.

                                                                                                                              — ¿Qué es lo que me pasa?... Por qué los veo? ¿Qué me pasa? ¿Qué es esto? —se pregunta, retrayendo los labios.

                                                                                                                              — Eso que te pasa se llama confusión y tristeza.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              La Muerte sopla por entre los dientes y desclava la mirada del suelo para posarla sobre Ciro. Sus ojos ahora son rojos, al igual que el aura que la rodea. Pero detrás de ese rojo también ve un miedo escondido. La Muerte le teme a las marionetas y a los muertos vivientes, tal como él, tal como toda la humanidad. En el fondo, detrás de ese disfraz infernal, la Muerte no es más que una niña asustada.

                                                                                                                              Por Juliana Vargas

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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