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Diego Amaral y “Línea de agua (aguas bajas)”: el testimonio de las rocas silenciosas

La exhibición de Diego Amaral, que se puede ver en la Galería Sextante, se titula “Línea de agua (aguas bajas)”, en la que dio protagonismo a los ríos y las rocas.

María Elvira Ardila

12 de diciembre de 2025 - 03:16 p. m.
Fragmento de la muestra “Línea de agua (aguas bajas)” de Diego Amaral.
Foto: Diego Amaral Ceballos
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Diego Amaral, fotógrafo, diseñador gráfico y editor de libros y revistas. Con una formación en Historia del Arte y Literatura Comparada en la Universidad de Brown (EE. UU.), ha sabido entrelazar el rigor humanista con la vanguardia técnica, convirtiéndose en uno de los pioneros en introducir las tecnologías digitales en el campo editorial colombiano. Su experticia ha sido fundamental en la identidad visual de publicaciones culturales clave como El Malpensante, Gaceta y Credencial, así como en numerosos libros dedicados al arte, la arquitectura y la botánica.

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En un mundo a menudo anodino, Diego Amaral posee la sensibilidad de detener la mirada en disciplinas esenciales de su vida: la geología, la biología, las estrellas, la cartografía, los libros, el viajar y auscultar la memoria profunda del paisaje. La fotografía se vuelve su cómplice de viaje, el contenedor de los universos que importan.

En su serie Línea de Agua (aguas bajas), Amaral se aproxima de manera reflexiva, histórica y poética al río Orinoco y a los afloramientos milenarios del Escudo Guayanés. Estas piedras enormes y silenciosas, compuestas por gneises y granitos de hasta 3.600 millones de años, son los restos expuestos del macizo continental más antiguo de la Tierra. Constituyen la base inmutable sobre la cual se ha desarrollado la vida y la historia de la región.

Cuando el río reduce su caudal durante el estiaje, estas moles milenarias emergen para revelar, además de su monumentalidad geológica, el paso del tiempo humano. Invitan a reflexionar sobre nuestra permanencia en el breve ciclo vital. Las crecientes, más allá de su potencial de desastre, imprimen una línea: un dibujo abstracto grabado en la roca, una marca del volumen máximo del agua. Son huellas solemnes, tatuajes de la ribera que despiertan cuando el gigante se repliega. Estas manchas no son trazos aleatorios; se enlazan y se extienden, formando una línea horizontal continua, un gesto perenne del río. En esta interfase entre el agua y la piedra, la vida exuberante se aferra al musgo mientras la muerte fugaz es arrastrada por la corriente: un palimpsesto donde se lee la eternidad contra la brevedad del destino.

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Además de estas líneas, la cámara de Amaral captura las manchas abstractas que el agua, los minerales y las cianobacterias depositan sobre el basamento. Esas veladuras oscuras y etéreas se convierten en el rostro pictórico de la geología, introduciendo un elemento de misterio y abstracción en el registro documental de la naturaleza.

Sus nueve fotografías a gran escala, impresas en soportes fine art, son un manuscrito elaborado por el río y el tiempo: las huellas perennes de la naturaleza. Aunque su travesía por el Orinoco fue un recorrido relativamente breve en 2019 —desde Puerto Carreño, Colombia, río arriba hacia Puerto Ayacucho, Venezuela— su mirada se ralentiza en el detalle: el árbol seco entre dos peñascos, la piedra que evoca un fósil, la hendidura marcada

por el tiempo. Su lente se detiene cuando el río cede su soberanía. El fotógrafo extrae del paisaje el tiempo profundo, ese que solo se revela cuando el cauce se reduce. Lo que muestra no es la corriente viva, sino el pasado expuesto.

Con una gama de blancos y negros sepiados, las fotografías de alta resolución evocan la atemporalidad de un registro antiguo. Las texturas de las rocas se revelan magistralmente, invitando al espectador a experimentar un asombro renovado.

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En este territorio, las piedras no solo atestiguan la edad del planeta: también fueron soporte de los petroglifos monumentales de los primeros habitantes. Grabados como la anaconda cosmológica de cuarenta metros evidencian que el hombre precolombino ya veía estas moles geológicas como representaciones cósmicas y registros del tiempo profundo. Aunque la exposición no incluye fotografías de estos petroglifos, Amaral dirige la mirada hacia esa antigüedad inmemorial, fijándose en la permanencia de la roca frente a la fugacidad humana, y entabla un diálogo silencioso con la figura de Alexander von Humboldt. La muestra no es solo un registro geológico, sino también un homenaje a la pasión por el viaje y a la visión del explorador alemán.

Humboldt fue el visionario que leyó América no como piezas dispersas, sino como un cosmos interconectado, revelando, con precisión metódica, que toda la naturaleza es una vasta red vibrante. El mapa del Nuevo Reino de Granada que elaboró, donde aparecen el río Meta y el Orinoco —al que llamó la “octava maravilla”— fue ampliado por Diego Amaral e instalado en el piso de la sala. Este montaje sugiere un viaje por las memorias del Orinoco. Al observar las fotografías, literalmente pisamos el territorio por donde transitó el naturalista. Nos sentimos al lado de Humboldt y de su compañero, el botánico Aimé Bonpland cuando, en 1800, realizaron su expedición fluvial épica, documentando geología, fauna, flora y culturas indígenas y dejando un legado humanista y científico invaluable.

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Como ellos, no podemos evitar pensar que los ríos son protagonistas de las narrativas que atraviesan a Colombia. Amaral insinúa un tejido donde el río y las piedras son espejo de historias que recorren más de dos mil años. Sus imágenes nos conducen también hacia la riqueza del territorio, hacia la codicia por el oro y el petróleo, hacia la violencia bipartidista, la guerrilla, los paramilitares y los muertos arrastrados por estas aguas. Las fotografías contienen estas historias, pero permanecen invisibles y en un silencio profundo, como las rocas que nada dicen.

En el silencio de sus imágenes se intuye una preocupación ambientalista. En la obra de Amaral, la estética es a la vez un acto político y relacional: al fijar la mirada en el basamento geológico del Orinoco, nos obliga a enfrentar la fragilidad de un ecosistema hoy amenazado por una combinación devastadora: la minería ilegal, el mercurio, la deforestación de los bosques de galería —esos corredores de vida que bordean el río—, la expansión de la frontera agrícola y la explotación petrolera. Todos estos factores, además de destruir la naturaleza, mantienen viva la amenaza de inestabilidad y conflicto en la región.

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Esta exposición es una oportunidad ineludible para pisar el mapa de Humboldt y, a través de la fotografía, tomar conciencia de la memoria geológica de la Tierra y de la crisis que se despliega sobre ella.

La muestra Línea de Agua (aguas bajas) de Diego Amaral Ceballos estará expuesta en la Galería Sextante en dos períodos clave: Primer período: se puede visitar ahora mismo y hasta el 19 de diciembre. Segundo período: tras el receso de fin de año, reabre al público desde el 12 de enero de 2026.

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Por María Elvira Ardila

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