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Dos tipos demostrándole al universo que pueden ser disciplinados

“90 noches en Bogotá”, el pódcast de Pedro José Espinosa y Mateo de Mossaicco, es un pagamento que le hicieron al universo. La forma que encontraron para, además de garantizarse unas horas de charla diarias, demostrar que podían ser disciplinados.

Laura Camila Arévalo Domínguez
07 de marzo de 2022 - 08:40 p. m.
Algunos de los afiches con los que se han presentado los capítulos de "90 noches en Bogotá".
Algunos de los afiches con los que se han presentado los capítulos de "90 noches en Bogotá".
Foto: 90 noches en Bogotá

Pedro no sabe qué pasará mañana. De hecho, nadie sabe, pero él lo tiene mucho menos claro. Realmente no tiene ni idea de dónde amanecerá, qué comerá y cómo cumplirá con lo que dijo que haría, pero tiene palabra (o eso creo yo). Hace demasiados planes, pero sabe que la ejecución de esas ilusiones, promesas y compromisos, depende de sus emociones. Vive en Bogotá en un Airbnb con Mateo, que quiere ser un poco más persistente, pero fluye o lucha con sus impulsos dependiendo del día.

¿Y no es más caro vivir así?, pregunté. “Sí, pero la libertad no tiene precio”, me respondió Pedro. “Además, uno a Bogotá viene a trabajar y eso se puede hacer en cualquier lado”, agregó. Extraña vivir en Cartagena porque allá no hacía nada, solo esperar a que amaneciera, llegaran la mañana, la tarde y la noche. Esperaba a que le diera hambre para comer o a que se sintiera inspirado para cocinarle a alguien más. Esperar a que la vida pasara a través de ese balcón en el que se sentaba con Kate, su mejor amiga, a acompañarla, a sentirse acompañado por ella. Esperar. Por eso no le gusta la capital o, mejor dicho, solo le gusta para pasar temporadas y luego regresar a Cartagena o a cualquier lugar que le dé alguna sensación de novedad para aminorar el vacío.

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“Lo que no le gusta es la vida de los adultos, Pedro”, le dije. “No, no me gusta. Es que no soy un adulto y por eso finjo. A mí la gente no me cree. Cuando les digo esto me dicen que soy un hablador de mierda, pero es verdad: todo lo que pido, el universo me lo regala. Y por eso creo que uno, realmente, no tiene que pagar la luz ni el gas ni nada”. “¿Y entonces? ¿Cómo vive?”, le pregunté. “Hago pagamentos”, respondió.

“90 noches en Bogotá”, el pódcast de Pedro José Espinosa y Mateo de Mossaicco, es un pagamento que le hicieron al universo. La forma que encontraron para, además de garantizarse unas horas de charla diarias, demostrar que podían ser disciplinados.

Hasta enero, Pedro pensó que su año transcurriría levantando un restaurante de salchichas artesanales que montaría en Cartagena, pero eligió atender el llamado de Mateo para vivir en Bogotá, dejarse llevar por un arranque más y, ahora, cumplir con la producción de este pódcast, que hicieron pactando que, todas las noches y sin importar donde estuvieran, se encontrarían para grabar un capítulo hasta completar los 90.

Los dos, que tienen expectativas altas sobre sus futuros y que se han convencido de sus habilidades especiales para crear, pero que además tienen que lidiar con sus preguntas sin respuesta sobre la vida, su sentido y hasta la muerte y su inevitable llegada, graban, además, para “trabajar la tierra”. Para hacer algo que saben que tienen y pueden hacer y para, además, dejar de ignorar que las cosas más grandes, las que ellos anhelan para sus vidas o las personas que quieren ser, se consiguen después de un trabajo constante que no tiene un propósito concreto, solo el de la repetición, el de la práctica. Con este pódcast no se ganarán ningún premio ni les pagarán dinero ni tampoco fue un encargo con el que, al final, obtendrán algún beneficio. Lo están haciendo porque hay que hacerlo.

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Y volviendo al pagamento: lo hacen como una forma de tranzar con el sufrimiento que se debe pagar en esta vida para que algo bueno ocurra después. Lo hacen para no tener que sufrir haciendo cosas que odian o a las que no les encuentran significado. Resolvieron negociar y ahora padecen haciendo algo que no siempre disfrutan porque es una obligación. Se ataron.

Como no tienen jefe, la libertad creativa está garantizada: hablan de lo que les pasó en el día, de su anhelo por tener novia o de su confusión al darse cuenta, una vez más, de que no la tienen. “¿Por qué será que no tengo novia?”, se pregunta Pedro. Y, en uno de los capítulos, Mauricio Navas le responde: “porque has crecido mucho. Porque, como lo dijo Reiner María Rilke en Cartas a un joven poeta, en la medida en que creces hay más soledad porque es más difícil conseguir interlocución”.

No son conversaciones superficiales entre dos desocupados. Hay profundidad, pero no por los temas que discuten ni por los autores que citan ni por sus trabajos, sino porque son profundos y porque, a pesar de que solo recen el rosario en todo el episodio, acompañan.

Según muchos, escribir en primera persona, sobre todo en el periodismo, atenta contra la objetividad, aunque realmente todos sepamos que jamás se garantiza totalmente a pesar de las buenas o las malas intenciones. Este texto se basa en el pódcast y en lo que me ocurrió cuando conocí a Pedro, sobre todo para intentar copiar su idea: un episodio más de “90 noches en Bogotá” en versión escrita.

Durante la entrevista, comenzó diciendo que los días malos, finalmente, no eran tan malos. Que no era tan grave tenerlos de vez en cuando. Continuó contándome lo que habían conversado con Mateo cuando, en medio de la grabación de uno de los capítulos, se preguntaron qué había que hacer para pasar de tener un mal día al mejor de todos. “Decidirlo”, me dijo.

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Mientras escribía la primera parte de este texto, sonó el teléfono. Era mi papá. Quería que le escribiera un mensaje dándole el pésame a un señor al que se le acababa de morir su mamá. Mi papá me suele pedir esos favores porque soy periodista. Y bueno, yo decidí que lo haría en ese momento y lo incluiría aquí, como cuando a Pedro o a Mateo les entra una llamada en pleno capítulo, ponen el altavoz e incluyen la conversación en la grabación.

“Fernando, siento mucho su pérdida. Mi mamá también murió hace algunos años y entiendo su dolor y sensación de vacío, pero el tiempo terminará aliviándolo. Al final, todos terminamos encontrándonos. Le deseo mucha tranquilidad y calma a usted y a los que amaron a su mamá. Un abrazo y muchas bendiciones de parte de la familia Arévalo Pérez. Atentamente, Joaquín, Teresa, Laura Camila y Ricardo”. Y se lo mandé a mi papá por WhastApp. Esos mensajes terminan siendo un híbrido entre lo que me imagino que escribiría mi papá y lo que diría yo. Él mandaría las bendiciones y yo el abrazo. Él diría que siente la pérdida y yo lo del final y el encuentro. A propósito, el lugar en el que nos vimos con Pedro, se llama Híbrido. Yo pedí dos cafés americanos y Pedro un Milo y un pan que, según él, es el mejor de Bogotá.

Me contó cuál era su historia con El Espectador. Y lo hizo porque yo ya lo había visto en la redacción hace un par de años y habíamos hablado sobre algo de podcasts y una audionovela que hicimos en la sección llamada Yo confieso. Cuando escuché “90 noches en Bogotá” sentí la necesidad de verle la cara a ese tal “hermoso”, que se llamaba Pedro, porque ya se la había visto a Mateo. Y cuando encontré a Pedro en Instagram, no lo reconocí. Y lo seguí y él me siguió después. Revisé nuestros mensajes y me di cuenta de que ya habíamos hablado, así que le conté que me encantaba su podcast y le propuse que nos viéramos. Y él dijo que sí. Y duramos dos o tres semanas coordinando una cita que, por fin, se cumplió un viernes a las 12 del día en ese lugar que ya mencioné.

Además de los móviles para hacer el pódcast, habló de sus amores y de los amores de su hermana. De los de Mateo. De sus clases y una cena que tenía en la noche para probar postres. De que tendría que editar hasta muy tarde porque sabía que no alcanzaría a terminar antes de la hora de la reserva. Le conté sobre la sensación de incertidumbre que me producía escucharlo cambiando de plan en cada episodio porque, aunque él aún no lo dimensione, esas conversaciones son un refugio. Me dijo que esa incertidumbre la ha sentido durante 28 años de su vida, y que con eso lucha y se divierte dependiendo de cómo amanezca.

Laura Camila Arévalo Domínguez

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com

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