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Durante mucho tiempo, filósofos muy serios, formados en la tradición filosófica europea, negaron o cuestionaron la pretensión de una filosofía latinoamericana. Como si solo fuera posible hablar de filosofía europea. Les molestaba el adjetivo ligado a un lugar, pasando por alto que el lugar desde el cual se enuncia, es el lugar donde se existe, se piensa; desde donde se viven y se padecen los problemas que nos agobian como sociedad. América Latina como locus donde se sienten los desajustes del mundo…y eso da qué pensar. El lugar como un espacio históricamente constituido donde se viven las corporizaciones, la corpocultura; donde las cosas y los problemas nos asedian, nos acechan, nos interpelan.
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Hoy ya no tiene sentido negar la existencia de una filosofía latinoamericana. Basta pensar en la obra de Enrique Dussel, Bolívar Echeverría, Leopoldo Zea, Miró Quesada, Arturo Roig, Hugo Zemelman (desde la epistemología), entre otros, para percatarse del nivel que la misma alcanzó ya desde el siglo pasado. Lo mismo vale para generaciones actuales como Luciana Cadahia, Laura Quintana, Santiago Castro-Gómez, Adolfo Chaparro, Julio Cabrera, Arturo Escobar, y tantos y tantas que habitan con pasión los horizontes del pensamiento. Pues bien, en este contexto la reciente obra de Castro-Gómez merece atención. Castro-Gómez se ha movido con gran versatilidad al interior de los estudios decoloniales, el pensamiento de Foucault, la teoría crítica y la filosofía latinoamericana. Siempre ha sabido cómo nadar y batallar al interior de estas corrientes y cómo decir algo relevante para el presente. El suyo ha sido un recorrido serio, apasionado, con gran escalpelo crítico y gran oído para los problemas del mundo de hoy.
Su libro La rebelión antropológica. El joven Karl Marx y la izquierda hegeliana (1835-1846) es un estudio notable, exhaustivo. De esos estudios eruditos, que escarban, desentierran la tradición filosófica, que la vivifican. De la mano de la arqueología de Foucault y cierto eclecticismo metodológico (historia conceptual, historia intelectual) nos trae un periodo (1835-1846) donde a su parecer se constituyó y se condensó teóricamente lo que él llama el absolutismo antropológico, esa “religión” del hombre que sustituyó al viejo absolutismo teológico donde todo adquiría sentido desde el viejo Dios. Ese absolutismo antropológico va de la mano de la expansión de Europa, de su imperialismo, su colonialismo sobre la periferia y del dominio técnico del mundo en esa gran red llamada sistema mundo-moderno (Wallerstein). En ese absolutismo Castro-Gómez ve lo problemas de hoy. Así que no se trata solo de un prurito erudito que aporta a los tradicionales estudios sobre la historia de la filosofía. No. Siempre la arqueología, al desestructurar ciertas lecturas del pasado, al escarbarlas y removerlas, lanza algo nuevo, ofrece sentidos sepultados y descuidados, muchos de ellos relevantes para ponerlos a actuar en el presente; en otras ocasiones nos dice lo que la historia de las ideas ya había mostrado, aunque de un modo más detallado.
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Este libro analiza una época clave. El tránsito de la herencia hegeliana a Marx, pasando por la llamada izquierda hegeliana de Bauer, Hess, Stirner, Feuerbach, etc. Con gran rigurosidad el pensador colombiano lee el devenir intelectual que llevó a la constitución del absolutismo antropológico, el mismo que en el neoliberalismo se vuelve absolutismo del individuo, y el responsable de muchos de los problemas del mundo de hoy, de un mundo camino al colapso civilizatorio, un mundo que se hunde en medio del éxtasis del consumo, la ganancia y las patologías obsesivas del progreso y del desarrollo; esa civilización unidimensional donde el ser humano se ha convertido en un alfeñique, una rueda dentada, un tornillo como ya decía Nietzsche, donde no es posible realizar la pluridimensionalidad humana.
Un libro de casi 600 páginas, erudito, publicado por la famosa editorial Siglo XXI editores de España, con prólogo del reconocido filósofo español José Luis Villacañas, escrito en parte durante la pandemia que llama- aunque no desarrolla- a una filosofía transmoderna, que descentre al ser humano; un libro que le apuesta a un “materialismo no antropocéntrico” más allá de Marx. Dice Castro-Gómez, “hoy sabemos que el nuevo régimen climático en el que nos encontramos requiere pensar de otro modo las relaciones entre los entes humanos, en lugar de seguir colocando al ‘hombre’ en el dentro absoluto de nuestras preocupaciones. Es necesario, por ello, ir más allá de la revolución copernicana y avanzar hacia una visión no antropocéntrica y transmoderna que sirva de ayuda para enfrentar los desafíos globales que tenemos”. En este sentido, el texto también abre discusiones con el pensamiento latinoamericana actual, por ejemplo, con apuestas de ontología relacional como las del Buen Vivir/Vivir Bien que denuncia ese mismo antropocentrismo y le apuesta a un biocentrismo o, como decía mi maestro Darío Botero Uribe, a una cosmovitalidad.
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Este libro muestra con gran profundidad los recovecos teóricos, conceptuales, de eso que otros autores han llamado- como Nicolás Gómez Dávila- la antropodicea moderna; un libro que invita a repensar el famoso problema de la secularización, y también la ‘metafísica de la creación’ que María Zambrano veía como la marca distintiva moderna, esa misma que había terminado en el superhombre de Nietzsche vía el endiosamiento del ser humano alentado por el mismo idealismo alemán, tal como aparece, por ejemplo, en El hombre y lo divino de 1955. El libro de Castro-Gómez no solo esclarece más de una década de filosofía, sino que retrata, en parte, el presente y los grandes retos que tenemos como civilización; un libro que hay que leer y que es prueba de la buena filosofía que se hace hoy en eso que José Martí llamó Nuestra América.