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Y entra Tarantino a una discusión sobre cine colombiano

Alguien preguntó cuántos festivales de cine había en Colombia y se desató una discusión entre integrantes del sector sobre si había o no una industria cinematográfica en el país. Hubo acuerdos, accidentes. La lista de fiestas del cine quedó inconclusa. Nadie supo responder.

Laura Camila Arévalo Domínguez
02 de octubre de 2022 - 02:00 a. m.
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Foto: Getty Images/iStockphoto - 5xinc

Un mesero se acercó con una bandeja en la que llevaba tres o cuatro vasos con jugo de Jamaica. Antes de servir, se tropezó. El vaso y la bebida cayeron sobre la mesa. Todo quedó rojo, rojo sangre. Tranquilo, hermano, le dijo Carlos Hurtado, no pasa nada. “Nosotros hablando de cine y de pronto entra Tarantino”, agregó Alejandro Aguilar. Todos se rieron. La conversación siguió.

El restaurante era mexicano. Ya habían servido algunas entradas. “¿Y quién ve el cine colombiano? Hay 55 municipios con salas en este país, es decir, el 5 %. La única forma de que crezcamos en público será creciendo en proyecciones”, dijo Juan Esteban Rengifo, director de la Asociación Nacional de Festivales (Anafe).

En medio del Festival de Cine de Santander, que terminó ayer, hubo un almuerzo en el que algunos integrantes del sector hablaron de lo que creían que no estaba funcionando en la industria del cine colombiano.

Alguien preguntó cuántos festivales de cine había en Colombia, y comenzaron a sobresalir dedos para contar los nombres de algunos y sus ciudades. No llegaron a 20. Cuando no pudieron continuar con la lista, miraron a Rengifo, que se supone debía saber por ser el presidente de la Anafe: “Yo tampoco sé”.

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Y no supo responder, no por una falla del gremio que lidera, o porque tenga mala memoria, o por ineficiente. No supo porque, en este momento, no hay cómo saber, a pesar de que el sector audiovisual es uno de los más organizados del país. Hay festivales que nacen y mueren todos los años, además de que pueden ser proyectos que se sumen o no se sumen a organizaciones como la de Rengifo, o que simplemente no sepan que hay grupos que coordinan esa organización, o que no les interese agremiarse, o que no hagan la gestión cultural requerida para que se sepa de ellos.

La Anafe cuenta 40 festivales, pero Rengifo cree que podría haber entre 100 y 110.

Después del almuerzo, el director de la organización en cuestión tuvo que dar un conversatorio sobre festivales de cine a unos estudiantes del Sena. Y antes de seguir con la discusión entre productores, actores y algunos periodistas, unos datos sobre el estado de estas fiestas alrededor del cine:

Para fortalecerse hay que agremiarse. O eso piensa Rengifo. Son fiestas del cine porque hay un encuentro alrededor de las películas, que son resultados de esfuerzos monumentales que cuentan historias. Y esos relatos son importantes, según él, porque nos juntan, nos hacen llorar por dramas ajenos con los que nos identificamos. Es decir, no son tan ajenos, son más bien humanos. Y aquellas historias son creaciones colectivas, casi siempre, difíciles de hacer. Muy difíciles de hacer. Se requiere un esfuerzo mental, espiritual y económico tan grande, que la intenciónde hacer una película en Colombia a veces parece un delirio de algunos obstinados.

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Al parecer es un requisito fundamental: si quiere hacer cine, tiene que ser terco. Y contar con que, económicamente hablando, no tiene mucho sentido: el costo de una película no corresponde a lo que recoge en taquilla, es decir, a lo que las personas pagan por verla, que es el momento en el que esta se termina. ¿Para qué hacer una película si casi nadie la verá? “El verbo es hacer”, dijo alguien en aquel almuerzo.

En los festivales, además, hay espacios, en general en las mañanas, para preguntar por las decisiones de los directores y los productores. Para saber cómo fue que hizo el productor para, con determinada plata, llegar a ese resultado. Para preguntarse por las ideas, los guiones, los recorridos. Y para reforzar la terquedad con otros tercos a los que la insistencia les ha dado resultado (o no, pero ahí siguen). Habría que preguntarse qué significa que una película dé resultado. Y Rengifo intentó responder esto en su charla: “No todas las películas deben responder a una necesidad industrial. Sí, tienen que ser financiadas, pero el cine es arte. Así que dejemos de compararnos con películas como Avatar o Thor, que se hicieron con millones de dólares y en espacios muy distintos. Comparémonos, por ejemplo, con lo que pasa en Europa y no perdamos de vista que las películas, a pesar de requerir dinero, se originan desde un ejercicio creativo”.

Explicó que en los festivales había una oportunidad para recibir y poner ideas. “Hay muchas master class en donde las personas entienden el 5 % de lo que dice el tallerista, pero eso termina siendo suficiente para la evolución de sus próximas películas”.

Los festivales también son el lugar para que las películas se proyecten en las pantallas. Según él, hay muchas más producciones de las que podemos ver: al año, en el mundo se producen 5.000 filmes. En Colombia, 40. Al auditorio le lanzó la pregunta: ¿cuándo fue la última vez que vieron un producto audiovisual colombiano?

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Aunque eventos como el Festival de Cine de Cartagena o el de Toronto desistieron de la competencia en sus selecciones, el hecho de pertenecer a la lista de programación ya es un indicador de calidad, valor y relevancia. Y este es otro punto valioso de la función de un festival: ser un agente validador. Para que alguna sea elegida hay un proceso curatorial. Es como si el festival les dijera a sus asistentes: les recomiendo ver esta película.

En los festivales se celebra, pero también se critica, se toma café y en la noche algo de alcohol. En los cafés podría hablarse de lo que se está haciendo bien, de lo que ha funcionado. En las cenas y las discotecas, podría ser mejor desatar el desahogo para, por ejemplo, decir que en Colombia “no hay industria”, como lo anotó Rengifo: “eso se cumple cuando el actor actúa todos los días, cuando el fotógrafo hace fotos a diario, pero aquí eso no ocurre. Nos convertiremos en industria cuando aumentemos la producción: hay que hacer oficio. Pero será muy difícil si cada vez que haya que hacer una película, también se deban hacer pruebas de cámara, porque el que la usa la ve una vez al año. Y claro, si es que cuando la vuelve a coger le cambió el modelo, la marca, etc”.

Después de pedir algo “sin animalitos”, por su vegetarianismo, el actor Alejo Aguilar, que además se calla y se esfuerza y se concentra y se mueve mucho, como si lo que dijera su interlocutor le activara los reflejos, replicó: “Estoy de acuerdo. Y te voy a agregar algo: el cine colombiano no es un género. Es absurdo que metamos a todas las películas que hacemos en una bolsa. ¿Por qué hay algunos a los que les funciona en taquilla? Porque cultivaron un nicho”.

Para Aguilar, ese grupo de personas sigue siendo pequeño. Sostiene que las producciones colombianas no duran en cartelera porque no estamos yendo a verlas, una consecuencia de factores como la falta de educación de públicos, la falta de pantallas y el “mediocre” trabajo de promoción. “Es absurdo que, en el país de Dejémonos de vainas, pretendamos que las personas acudan en masa a ver películas de un corte como Los 400 golpes, de Truffaut. El mejor juez es el público”.

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A la mesa llegaban y se iban platos. Por fin aparecieron las cervezas. Después del primer trago, el actor colombiano Juan Sebastián Aragón opinó que todo era parte de una forma de hacer las cosas. Y criticó que en Colombia no se le invertía a la promoción de las películas, o no lo que se necesitaba. Dijo, mientras el resto de la mesa asentía, como avisándole que estaban de acuerdo, que esa labor se sigue pensando como un accesorio. “Hay que terminar el proceso de la película, que no es la posproducción, sino los ojos del espectador. Entiendo que no hay presupuesto, pero es un paso vital. La cámara que quieren vale US$3.000 por minuto, pero todo lo demás, como los actores y la promoción, ¿sí es negociable? He hecho varias películas porque las he querido hacer, no porque me hayan pagado algo justo, por ejemplo”.

Y se mencionó la piratería, la selección de las películas en los festivales, los castings y hasta lo increíble de que ya no se necesite de un foquista (encargado de mantener el foco). Que a los de afuera les parece imposible que aquí se haga una película con $20 millones. Que si hay que cambiar el sistema de derechos de autor para darles más acceso a los colombianos para ver cine colombiano. Que no, que las películas cuestan y que los artistas de qué vivirían. Que el acceso a la cultura es un derecho humano y garantizarlo no es labor exclusiva de los gobiernos. Que hay que mejorar la gestión cultural. Que los colombianos no vemos cine. Que sí, pero solo un tipo de cine. Que veríamos otras cosas, pero no ha habido formación. Que no más películas de guerra o narcotráfico. Que cómo así que no. Que el cine es necesario. Que sí, todos dijeron que sí.

Laura Camila Arévalo Domínguez

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com

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