Es difícil de explicar, porque un día antes de mi visita, hubo una pequeña reunión que seguramente debí interpretar como una señal. Marzocco fue su cómplice directo, y en un claro caso de hipnosis, dejó víctimas en una redada de latte art al ritmo de la música, de la presión, del público y de un tribunal cuyo 'mallete' son los dedos. Sí, esta escena: El primer "Throwdown" de la línea Marzocco.
Claro, jamás sería suficiente con aumentar a pasos agigantados sus seguidores, por lo tanto decidieron atacar mi punto débil. Debo admitir, respetado público, y expectante jurado, que tengo un serio problema con los 'blend'. Y ellos me utilizaron como 'chivo expiatorio', entregándome a la tolva que escondía la suavidad de un Castillo Colombiano, con lo atrevido del caturra del Nariño. Así fue que ellos simplemente desollaron la piel de mi bolsillo, dejando nada más que una factura y una sonrisa. Como si aquel crimen pudiera merecer impunidad.
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Creo que por el título, la imagen, y mi descripción, no valía la pena dejar el nombre del culpable para el final, pero no podía dejar en el olvido aquella experiencia sin antes poner en alto lo impactante de mi caso. El día de hoy estoy hablando de Azahar Café aquel colosal vecino de la 93, no sólo te sorprende con un café, sino que te permite una grata compañía en el vino, su comida, su servicio, y si en tu carta deseas agregar ... buen cine.
Por eso querido jurado, en la presente, exijo como retaliación y justa pena: UN ENORME APLAUSO. Porque el trabajo de Azahar va mucho más allá de hacer sentir bien a su comensal o visitante, ya que en ellos está el verdadero valor de las manos que han sangrado por años al ritmo de sonrisas y lindos aromas. La tarea de este espacio es compartir sin competir; es dignificar las raíces; calificar, cuantificar y permear las debilidades de nuestros campesinos para así darles un ápice de la tan merecida justicia que ellos buscan.
Por más lugares así, no habrá solo salud, sino buen café