El Magazín Cultural

El Festival de Cannes enrolla la alfombra roja

Repartidos los premios de la 75ª edición de esta cita cinematográfica, es momento de sentarse a reflexionar sobre los dilemas, tareas pendientes y “el hombre del saco”; es decir, las plataformas.

Janina Pérez Arias
31 de mayo de 2022 - 02:00 a. m.
El jurado de la 75ª edición del Festival de Cannes otorgó la Palma de Oro a "Triangle of Sadness", de Ruben Östlund. / Getty Images
El jurado de la 75ª edición del Festival de Cannes otorgó la Palma de Oro a "Triangle of Sadness", de Ruben Östlund. / Getty Images
Foto: Getty Images - Lionel Hahn

Una sátira social, crítica mordaz hacia la atrocidad de los superricos, la bazofia de los influencers reyes de las redes sociales y hacia la “descarrilada” cultura de la moda, entre otras arremetidas, ganó la Palma de Oro de la 75ª edición del Festival de Cannes.

Triangle of Sadness, cuyo título hace referencia al espacio entre las cejas, blanco de la jeringuilla con bótox, es la más reciente película del sueco Ruben Östlund, quien en 2017 se llevó el máximo galardón de esta cita cinematográfica por The Square, otra crítica feroz dirigida al mundo del arte.

“La cosa con Östlund es que te hace reír, pero también pensar”, escribía un crítico de la revista Variety, uno de los pocos que se refirieron de forma moderada a esta película que dividió brutalmente a la prensa especializada y alborotó pasiones.

Es notable que a puertas cerradas este filme uniera el criterio del variopinto jurado liderado por Vincent Lindon. Como nota curiosa, el actor francés ha protagonizado varias cintas de gran carga social seleccionadas para la competición de Cannes, las cuales hicieron encoger de vergüenza (o tal vez de fastidio, ¿quién sabe?) a parte de la audiencia del Gran Teatro Lumière, cuyos cuerpos suelen vestir indumentarias valoradas en miles de euros, mejor no hablemos de su poder adquisitivo.

Lo que habrán experimentado estos superricos a lo largo de las dos horas y media de duración de Triangle of Sadness queda a la imaginación de cada quién. La gran pregunta es si caló en la audiencia (rica o no, inescrupulosa o no) o si, por el contrario, procedieron a romper el espejo que intentó rebotarles un reflejo no tan amable.

Así es Cannes, gente que llega en jets y yates privados, otros en aviones comerciales low cost, buses o trenes; gente que quiere ser más de lo que es, gente engalanada que solo va a las fiestas que se celebran cada noche. Pero también hay muchos que desembarcan en la pequeña ciudad del sur de Francia exclusivamente para disfrutar del cine que puede que haga historia.

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No es de extrañar que en ese contexto, la propuesta de Östlund levantase una polvareda de reacciones, emociones y hasta insultos. Con la Palma de Oro, al director sueco ya se le visualiza en otras arenas de contienda como en la del Óscar.

Estos doce días de fiesta cinematográfica se vivieron como en la época prepandémica: sin mascarillas dentro de las salas (solo era recomendable su uso), sin tests, sin necesidad de mostrar el pasaporte covid. Los reencuentros fueron con abrazos y besos, las presentaciones y cierre de tratos de compraventa de proyectos cinematográficos se sellaron con un apretón de manos. Pero no nos engañemos: nada es igual que en 2019.

Hace unos días el director Guillermo del Toro decía que gracias a que teníamos comida, medicinas e historias, pudimos sobrevivir a la pandemia. Mientras consumíamos con fruición películas durante el confinamiento, alrededor del mundo se cerraron, para siempre, salas de cine, las plataformas se consolidaron, el sector cinematográfico se descalabró —como muchos sectores de la economía— y los hábitos de consumo cambiaron definitivamente.

Del Toro dijo muchas otras sabidurías durante los dos días en los que encabezó encuentros con cineastas para discutir sobre el futuro del cine en el marco del festival. Por supuesto que salió a colación el “hombre del saco” de Cannes, es decir las plataformas. El futuro que ya es una parte de nuestro presente no es problema para Del Toro, quien no le da gravedad al tamaño de las pantallas, sino a la talla y calidad de las ideas e historias.

Para Del Toro puede que la próxima gran película provenga de una plataforma, que son las que están dando ahora mismo más dinero a los cineastas. “¿No vamos a ver ese filme?”, preguntaba desafiante, “negarnos esa posibilidad en lugares que son templos del arte es bastante loco”, zanjó el mexicano con el director artístico del festival Thierry Fremaux sentado a su lado.

Es necesario puntualizar que en estas discusiones la participación fue absolutamente masculina. Con Cannes abarrotada de realizadoras, solo las directoras Lynne Ramsay, Rebecca Zlotowski, Catherine Corsini y Agnés Jaoui aparecieron en el panel del segundo día. Esta es una de las tantas fallas garrafales de la organización en materia de igualdad de género y diversidad. Y es que el futuro del cine depende en gran medida de la inclusión en la primera línea de combate de las mujeres, como también apuntó Del Toro, “en ellas está la fuerza”.

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La industria cinematográfica, y todo lo que de esta depende, está en una encrucijada, y el Festival de Cannes también lidia con sus dilemas, incluyendo el tema de la inclusión de más mujeres cineastas en la competición principal. De 21 realizadores solo cuatro y una co-dirección eran directoras: Claire Denis (Gran Premio ex aequo por Stars at Noon), Valeria Bruni-Tedeschi, Kelly Reichardt, Léonor Serraille y Charlotte Vandermeesch (Premio del Jurado ex aequo por Le Otto Montagne).

Muchos trabajos firmados por mujeres (quizá como nunca antes) fueron desplazados en abrumadora mayoría a las secciones paralelas, haciéndolas mucho más atractivas que la misma competición oficial.

En la sección Una Cierta Mirada, por ejemplo, destacaron Corsage, una magnífica “fábula” con sustento en hechos reales sobre la emperatriz del Imperio austro-húngaro Isabel Sisi de Baviera, dirigida por Marie Kreutzer; también la inmersión en la subcultura de los moteros y el mundo criminal de Rodeo (dirigida por Lola Quivoron), así como Le Pires, de las jovencísimas Lise Akoka y Romane Gueret, que hacen una radiografía social y cultural de la Francia actual mediante el rodaje de una película en un suburbio .

Estos filmes fueron premiados, demostraron valentía, originalidad y calidad. Tal como otros firmados por Mia Hansen-Løve, Alice Winocour o la chilena Manuela Martelli en La Quincena de los Realizadores. Sin embargo, la presencia de más directoras en la competición oficial se le resiste a la dirección artística del festival.

Lupa en los premios

La competición oficial estuvo dominada por grandes nombres consagrados de la cinematografía mundial: David Cronenberg, Kore-Eda Hirokazu, Park Chan-Wook, James Gray, Arnaud Desplechin, los hermanos Dardenne, Mario Martone, Jerzy Skolimowski (Premio del Jurado ex aequo por Eo) o Kiril Serebrennikov. De las “nuevas generaciones” destacaron Ali Abassi, Ruben Östlund, Tarik Saleh (galardonado por el guión de su thriller político-religioso con un intrincado juego de poder Boy from Heaven) y Lukas Dhont.

A Park Chan-Wook le otorgaron el Premio a Mejor dirección por el trepidante thriller Decision to Leave; sin dudas el surcoreano aún rueda con la frescura y el arrojo de un jovenzuelo y la sabiduría resoluta que solo puede tener un veterano que no se duerme en los laureles de la fama, como él.

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Además de la sátira social de Östlund, el jurado dio muestras de ciertas luces en el reconocimiento artístico, así como de conocimiento de los temas que nos mueven y conmueven como sociedad.

Los Dardenne, veteranos cineastas que se hicieron con el Premio del 75 aniversario, eran una apuesta segura con Tori et Lokita, una crítica franca a la burocracia que impide la inserción inmediata en la sociedad de los inmigrantes, quienes terminan cayendo en las garras de bandas criminales.

Quizás uno de los galardones más celebrados fue el Gran Premio ex aequo al belga Lukas Dhont por Close, que toca con una delicadeza y honestidad apabullantes el suicidio de adolescentes, una de las mayores causas de muerte entre los jóvenes, que se incrementó en todo el mundo durante la pandemia.

La violencia de género planteada de la manera más cruenta en Holy Spider (Ali Abassi) tenía que ser premiada, al menos por el maravilloso trabajo de la iraní Zar Amir Ebrahimi, reconocida como Mejor actriz por su rol de una periodista durísima que investiga el caso de un asesino en serie de prostitutas.

El jurado compuesto por las directoras y actrices Rebecca Hall y Jasmine Trinca, las intérpretes Noomi Rapace y Deepika Padukone, así como los realizadores Joachim Trier, Ladj Ly, Jeff Nichols y Asghar Farhadi, también mostró sensibilidad (y debilidad) hacia la actuación del surcoreano Song Kan-ho en el drama social Broker (de Kore-Eda).

En su 75ª edición, con una guerra librándose a pocos kilómetros de distancia, con el covid aún haciendo de las suyas, el Festival de Cannes nos introdujo en una burbuja con su acostumbrado bling-bling, su majestuosidad y rimbombancia, así como sus esfuerzos en ratificar su posición de importancia en la industria cinematográfica mundial.

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Puede que no le quiten lo bailado por atraer atención gracias a la presencia de grandes figuras del cine, así como por albergar importantes estrenos como el de Top Gun: Maverick (de Joseph Kosinski con la superestrella Tom Cruise), que en todo el mundo podría significar la recuperación de algunas salas de cine. Pero vale preguntarse, mientras se enrolla la alfombra roja, si el Festival de Cannes goza de tan buena salud, tal como quiere proyectar, y si podrá resolver sus diversos dilemas.

Bien valen las palabras de Guillermo del Toro con respecto a la situación del cine, que muy bien se pueden aplicar a este gran aparato como lo es el Festival de Cannes. “El modelo que tenemos en estos momentos es insostenible, porque en muchos sentidos pertenece a una estructura antigua. El cambio en el negocio del cine es apenas una parte de una transformación más amplia en toda la sociedad”, afirmaba el director mexicano, que dejó caer otra de sus lúcidas frases: “Aunque no lo queramos, el futuro vendrá”.

Habrá que esperar a la edición 76ª del Festival de Cannes para constatar que este no le temerá a los colmillos de ese feroz provenir.

Colombianos, entre los ganadores en el Festival de Cannes

Aunque reducida, la participación colombiana se lució. En la programación de la 54ª edición de La Quincena de los Realizadores, desde donde han despuntado grandes cineastas como Martin Scorsese y Sofia Coppola, entre muchos otros, figuraron el cortometraje Aribada (de Simon(e) Jaikiriuma Paetau y Natalia Escobar), sobre una comunidad embera de mujeres trans, así como Un varón, la ópera prima de Fabián Hernández, que plantea un retrato del significado de la masculinidad. Ninguno de esto proyectos consiguió llevarse un galardón, aunque sí generaron excelentes críticas en la prensa especializada y una muy buena acogida en el público.

En la 61ª edición de la Semana de la Crítica, la otra sección paralela de gran importancia y de donde han salido realizadores de la talla de Alejandro González Iñárritu, la argentina Lucía Puenzo o la francesa Julia Ducournau (ganadora de la Palma de Oro en la edición anterior del Festival de Cannes por Titane), triunfó por partida doble La jauría, de Andrés Ramírez Pulido.

La historia de un joven que cometió un asesinato, por lo que fue recluido en un centro experimental de menores, consiguió el Gran Premio, máximo galardón de esta sección, así como el otorgado por la Sociedad de Autores y Compositores Dramáticos de Francia (SACD) a Mejor guion.

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Este año el cine latinoamericano e hispanohablante, que siempre llama la atención en el Festival de Cannes, no fue abundante; se echaron de menos cintas mexicanas y argentinas, por ejemplo, que suelen tener una presencia bastante significativa en las selecciones de ambas secciones paralelas.

Sin embargo, el talento colombiano, presente en películas de otras nacionalidades, contribuyó a su notoriedad, tal fue el caso de War Pony, de las debutantes en la dirección Gina Gammell y Riley Keough.

La historia de unos jóvenes nativos americanos oglalas lakotas en la reserva de Pine Ridge actual, que consiguió la Cámara de Oro (premio otorgado a la Mejor Ópera Prima), contó con el invaluable trabajo del director de fotografía David Gallego; para más señas el bogotano fue responsable de la fotografía de El abrazo de la serpiente y de Pájaros de verano, de Ciro Guerra y Cristina Gallego.

Por Janina Pérez Arias

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