Raúl Marroquín no sólo es definido como un videoartista, es uno de los precursores de este arte en Holanda. Sin embargo, no hace falta sino escudriñar un poco para comprender que este rótulo es sólo el principio de toda una empresa creativa. Su trabajo incluye un periódico, un programa de televisión, una tipografía que lleva su nombre además de una larga lista de obras en las que relaciona diferentes medios tecnológicos.
Este artista bogotano y holandés por adopción, llegó al arte casi por iluminación según él cuenta. “Un día hice un comentario tonto sobre la obra de Dalí y mi hermano me dijo que fuera a ver una exposición en el Museo de Arte Moderno para que me sensibilizara. Tenía 15 años. Entré y vi una muestra de los nuevos artistas, uno de ellos Álvaro Herrán. El informalismo (n.r. corriente del arte no figurativa paralela al expresionismo abstracto) me golpeó y salí de ahí artista”. Aunque suena a chiste, la verdad es que pasados dos años, Marroquín estaba haciendo su primera exposición individual en la Alianza Colombo Americana.
Entró a estudiar en la escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional a final de los 60 y, aunque no estuviera realmente en sus planes, en 1971 ganó una beca para estudiar en la academia Jan Van Eijck de Maastricht. “Yo no quería ir a Holanda sino a Nueva York a decirle a Andy Warhol quién sabía dibujar”, dice con humor, pero las posibilidades que encontró en una institución que le dio presupuesto ilimitado lo convencieron de quedarse allí.
“Fui el estudiante más caro en la historia de la institución. Lo primero que hice fue crear un periódico, Fandango, nombre de la publicación, se convirtió en el medio más importante del arte en Holanda durante la década del 70.
Este artista, que es capaz de convertirlo todo en arte, está ahora exponiendo una retrospectiva en la galería EntreArte de Bogotá, con obra que data desde 1985 hasta 2008. “Marroquín está a la vanguardia del mundo. Su arte es casi premonitorio”, afirma Luis Ángel Parra, haciendo mención a una obra de este artista titulada Talking microphones, en la que convierte unos
micrófonos en parlantes. “Es un honor que Marroquín esté en Colombia. Su trabajo es una delicia bajo todo punto de vista”, concluye el director de la galería Sextante.
El encuentro de las teles
En 1980 en The Bank, una galería que era anteriormente un banco, en Amsterdam recibió la primera convención de televisores de la historia. Esta obra, titulada First world tv convention, que reunía 280 televisores encendidos que dialogaban, se convirtió en la obra emblemática de Marroquín. “En la época en que no había computadores, los televisores estaban encendidos todo el tiempo y dialogaban entre ellos; secuestraron a los fabricantes en la bóveda del banco y otra cantidad de cosas que no se habían visto”. Además de creativa, esta obra fue una gran empresa de la videoinstalación que marcó la historia de esta forma de arte.
La curiosidad de Marroquín, que lo han mantenido cerca del dibujo, también –siempre combinado con la instalación como en la obra Tipografía, iconografía, posliteratura hace parte de la muestra en Bogotá– lo llevó a plantearse la pregunta de porqué si existen tantos tipos de letra, no se hace una con su estilo gráfico. Entonces, consiguió a un tipógrafo que convirtió su escritura en tipo y así nació la Marroquín Roman que hoy aparece en los computadores Apple y en Adobe Font. “La verdad, comenzó como un capricho de decir que existía un tipo con mi nombre. Pero la persona que me ayudó empezó a enloquecerse con la idea y la perfeccionó de tal manera que hoy es una realidad”, cuenta sorprendido este artista contemporáneo.
Compañero de artistas como Francisco Rocca, Bernardo Salcedo, Luis Caballero y Alberto Vejarano, Marroquín ha estado poco presente en el mundo del arte colombiano, a pesar de su nombre no es extraño para los conocedores. La última exposición que hizo en Colombia fue en 1989 en la galería Garcés Velásquez. Esta vez, el responsable de que hoy esté exponiendo en Bogotá es su amigo entrañable, el artista Gustavo Vejarano, otro de los cerebros fugados del arte, que hace algunos años volvió a nuestro país. “La verdad, quien me entusiasmó fue Alberto, pues me parecía estresante el traslado de la obra y la logística. Ahora estoy feliz de estar aquí”.
Galería EntreArte, calle 22 N° 5-88.