Variaciones bárbaras, de Felipe Agudelo Tenorio, me ha hecho pensar en algunos juegos de la literatura. He recordado, en particular, los Exercises de style de Raymond Queneau o las experiencias de Octavio Paz y sus amigos al escribir Renga.
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Hay también en estas Variaciones una intención de jugar en torno a la forma y al contenido. Esto las hace raras e inquietantes. Raras porque a estas alturas de la historia poética alguien se atreve a transitar tales parajes. E inquietante porque los sentidos de esta poesía se apoyan en los delicuescente y lo inasible.
Los 35 poemas son rogativas, lamentaciones, plegarias, arengas, proclamas, jaculatorias y otras invocaciones a una realidad atravesada por la intemperancia humana. Lo que se va develando, en medio de una penumbra permanente, es un paisaje del horror. Se alude a quienes injurian la tierra y el mar, al que arrasa los sembrados, al que desaparece y al desaparecido y a los señores del fusil y de la banca. Desfila, asimismo, una juventud pasiva y multitudes alienadas, así como una honda pesadumbre por el mal y la estulticia que se expande.
Cada poema tiene 5 estrofas y las estrofas son de 4 versos. Al inicio pareciera mantenerse igual su escurridizo significado. Como en el dominio de la música, Variaciones bárbaras se afinca en un aparente y fijo molde estructural. Pero en cada poema se propone un cambio, a veces sutil, a veces abismalmente radical. Y es como si una aureola de misterio hermético cubriera la atmósfera de este libro.
La pregunta que siempre se hace la poesía es si ella debe tener un sentido claro y preciso, apto para la comprensibilidad de todos. O si, más bien, ha de ser el relieve de una develación fragmentada que conduzca a acequias insondables. Este dilema se plantea el lector mientras avanza por Variaciones bárbaras. Para susurrar, como respuesta y con el tono propio de los hierofantes, que la poesía es un juego en torno al vacío. Vacío sesgado por la realidad que los hombres edifican.
Leer este libro es hundirse en un terreno seguro ofrecido por el excelente manejo de lenguaje que lo caracteriza. Desde los primeros hasta los últimos versos, fluye una musicalidad embriagante y la variedad de sus metáforas y la riqueza de sus símbolos atraen con fuerza. Pero leerlo también es transitar por la incertidumbre, el desasosiego y el extravío.
El objetivo de Variaciones bárbaras, y su logro, único e insular por lo demás en la poesía colombiana, es doble: por un lado, acoge en su ámbito formal, al que se debe ir y venir incesantemente a lo largo de la lectura para saber por dónde camina la perplejidad del lector; como si con este gesto se jugara a desandar los pasos para seguir adelante en un laberinto que acaso no tenga salida. Y, por el otro, nos arroja a las honduras del sentido poético. Aquel sentido, aleteo inalcanzable, que estremece con la claridad de que es capaz solo la palabra.