No dormir es quitarnos nuestra animalidad. ¿Cuándo se ha visto un perro sufriendo de insomnio? Una de las cosas más complejas que sufre un insomne es el miedo a que se acerque la noche y no poder dormir. Ese miedo mina el espíritu y el cuerpo: la cabeza duele, la imaginación y la mente hacen su trabajo. Uno se imagina en la cama, dando vueltas, mirando al techo, desesperado, mascullando todo tipo de súplicas para conciliar el sueño, para poder ser el animal verdadero que uno es; tal como el perro que duerme, el oso que duerme, el gato que duerme; no el humano agobiado que vive en la sociedad del cansancio.
En una de esas noches estaba intentando dormir; sin embargo, no pude. Me levanté, caminé, di vueltas, me senté en un sofá, vi a través de la ventana. Intenté poner mi cabeza en un lugar silencioso. Tal vez eso es lo que hace el animal. Por eso sí puede dormir: su cabeza no está aturdida por los pensamientos lacerantes de la sociedad del cansancio.
Me levanté del sofá. El aparente mundo estaba en silencio. De repente, vi a través de la ventana una explosión.
El cuarto y el quinto piso explotaron. Vi el fuego y los vidrios reventarse. Escuché el estruendo terrible en mis oídos. Pensé en los muertos y en la sangre.
También recordé, en ese instante —en la cabeza todo sucede al tiempo; el pensamiento no se produce sucesivamente, sino todo el tiempo—, a familiares que murieron en un incendio hace más de cuarenta años.
Corrí a buscar algo para ponerme: un pantalón gris, unos tenis blancos, un saco con capucha gris. Salí del apartamento. No bajé por el ascensor, sino por las escaleras. Oía gritos, gente corriendo sin rostro.
Sin embargo, hice algo extraño y suicida: me devolví a buscar un libro. Sabía que todos esos libros se calcinarían. Entonces corrí; quería rescatar, aunque fuera uno.
Encontré Los hermanos Karamázov, de Dostoievski. Era un poco grande; sabía que ardería muy rápido. Entonces lo saqué de la biblioteca y corrí. Tenía la esperanza de volver a leer El gran Inquisidor, que está dentro del libro. Deseaba sentir de nuevo las palabras simples de Aliosha y los discursos del sabio Zósima.
De repente, me encontraba en Nueva York, en un café. Estaba tomando un espresso doble, con la misma ropa: el pantalón gris, los tenis blancos, el saco gris. Vi, a través de las noticias, que ya reportaban el incendio…
Pasó la noche. Me desperté.
Todo había sido un sueño.
Me di cuenta de ello estando en la cocina, batiendo unos huevos, con los ojos cansados y la mente agobiada. Pensé en cómo la vida se difumina entre los sueños. ¿Cuántas veces habré soñado que no dormí y me desperté con el cansancio terrible de creer que no había dormido en toda la noche?
¿Qué querrán decir estos sueños? ¿Y por qué rescatar Los hermanos Karamázov del incendio?