Las ideas de Johan Cruyff y de Rinus Michels se fueron multiplicando por Holanda y sus alrededores luego de la derrota ante Alemania. El fútbol no volvió a ser el mismo de antes, más allá de que la mayoría de los equipos se aferrara al pasado y a los viejos métodos y estilos que les habían dado algún resultado. El cambio fue lento, pero fue. Los ‘9′, aquellos legendarios delanteros centro que definían partidos y campeonatos y que estaban al acecho de una pelota suelta en el área rival para anotar, empezaron a ser estudiados por una camada de nuevos directores técnicos que basaban sus vanguardias futboleras en la Holanda del 74 y su movilidad. Del estudio, pasaron al ensayo, y del ensayo, a la práctica y la innovación.
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Los llamaron locos, por supuesto. Algunos de sus preceptos esenciales, como los de casi todos los locos que en el mundo han sido, eran romper con lo establecido. Quemaron los manuales, luego de haberlos estudiado una y mil veces, y empezaron a redefinir aquel acertijo de seis letras llamado fútbol. El fútbol podía y debía cambiar. A fin de cuentas, desde sus primeras organizaciones en la Inglaterra del Siglo XIX, se había transformado en infinidad de ocasiones. Incluso sus reglas fueron cambiando, aunque más lentamente que con la mayoría de los demás deportes. Algunas modificaciones fueron de forma, como los uniformes y los números. Otras, de fondo, como las estrategias para enfrentar un partido y la manera en que podía desarrollarse.
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Los críticos, o los estudiosos, o los notarios de la historia, describieron aquellos momentos de muchas formas, pero en el fondo de cada transformación hubo siempre personajes y grupos con nombres y apellidos que decidieron quemar lo escrito y hacer su propio libreto. En los mil ochocientos y tantos, fueron los Thomas Arnold, un profesor que potenció el hábito del juego entre sus estudiantes para fortalecer la solidaridad, y hacia los años 80, el Corinthian Football Club original, que jugaba en el King`s George Field, al sur de Londres, y cuyos principios inamovibles fueron el juego por el juego, el fútbol por el fútbol, la dignidad y la grandeza. Aquel Corinthians se regía por los valores y los principios victorianos de la época.
Si un contrario se lesionaba, ellos sacaban a uno de sus jugadores. Si el árbitro pitaba un penalti a su favor, lo erraban a propósito, pues era indigno ganar por la decisión de un juez. Corinthians, cuyo nombre había surgido de la Biblia, trató de ser fiel a su nombre y a su origen, y en el juego, se paseó por Gran Bretaña ganando y arrasando, y una hegemonía de más de 30 años. En 1910 aceptó una invitación para ir a Brasil. En aquel cuadro se inspiraron algunos utópicos futboleros que trabajaban en los ferrocarriles del barrio del ‘Bom Retiro’ de Sao Paulo para fundar en septiembre de 1910 el Sport Club Corinthians Paulista. Ya las dinámicas del poder y del capitalismo comenzaban a influir en todas y en cada una de las esferas de lo humano.
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El fútbol no era la excepción, y distintos dineros empezaron a subyugar a dirigentes y jugadores, hasta el punto de que el antiguo y romántico juego que empezó a crecer en Inglaterra, se fue convirtiendo en un negocio. El Corinthians original no fue, no pudo ser la excepción. Sus fundadores soportaron una y otra vez las reiteradas ofertas de compra que les hacían por encima y por debajo de la mesa diversos negociantes que ya empezaban a adueñarse de algunos equipos, que era como decir, del fútbol. Los “players” también fueron tentados, hasta que se rebelaron ante las nuevas modas y el negocio.
Alguno, como Max Woosnam, quien llegó a ser campeón de dobles en Wimbledon, acabó deambulando por las calles de Londres, derrotado, pero orgulloso de no haberse vendido. Otros se plegaron al poder del dinero. De una u otra forma, el Corinthians fue deshaciéndose. Comenzó su extinción a mediados de la segunda década del Siglo XX, y acabó por desaparecer en 1939, al fusionarse con el Cassual F.C. Dejó una historia irrepetible, no solo por sus victorias y su gloria, sino por su espíritu de antes de todas las guerras, en las que dejaron la vida algunos de sus jugadores. Incluso, el Real Madrid adoptó sus colores de origen. En lo eminentemente futbolístico, jugaba con un portero, un defensor y nueve delanteros.
Todos iban detrás de la pelota, sin un `9` definido, como aquellos que surgieron años más tarde, pues de alguna manera, todos se desplegaban por la cancha sin un orden específico. Aquel fútbol de finales del XIX e inicios del XX fue el primer “fútbol total” de la historia, aunque nadie lo llamara así y pareciera caótico desde los tiempos y las tácticas que llegaron después. Los goleadores se señalaban con un dedo, pues las camisetas de los futbolistas aún no llevaban número, y de tanto hacer goles, se fueron obsesionando. La obsesión por lucirse los llevó a jugar cada vez más cerca del arco rival, y desde allí, a batirse contra los contrincantes a patadas y manotazos y a estar a la espera de un rebote o de una pelota suelta para anotar.
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Pasado un tiempo, los estudiosos del fútbol, dentro y fuera de las canchas, comenzaron a hablar de las columnas vertebrales de los equipos, e incluyeron a los ‘9′ en sus listas, junto a los porteros, los defensas centrales, y el ‘5′, un centro campista que quitaba y armaba, y que de alguna manera, fue convirtiéndose en el eje del fútbol. Adelante, como finalizadores del juego, estaban los ‘9′, tipos fuertes y generalmente grandotes y estáticos que si tocaban tres balones por partido se podían sentir por bien servidos, pero que definían los marcadores sin que importara mucho si le pegaban a la pelota con los tobillos o la pantorrilla, o si cabeceaban con la nariz. Lo suyo era estar y hacer goles, y por estar y hacer goles los valoraban.
Sus épocas de gloria duraron más de 50 años, y algunos de sus nombres quedaron inscritos para siempre en la historia del fútbol. Sin embargo, de la gloria pasaron a ser cuestionados por unos cuantos vanguardistas que priorizaban la movilidad, y que decidieron darles otro tipo de función, más allá de hacer goles y definir partidos.