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El placer: cuestión de ligereza o densidad

Este fue el título de una de las mesas del Festival de Filosofía de Envigado. En ella se discutió sobre los orígenes o fines del placer: ¿la superficialidad? ¿La profundidad? Cuáles son las fuentes o los objetos de esta sensación, que a veces nos resulta esquiva, pero que atraviesa la experiencia humana.

Laura Camila Arévalo Domínguez

23 de agosto de 2025 - 10:20 a. m.
La escritura, el deseo, la memoria y el cuerpo fueron algunas de las dimensiones desde las cuales Arcila y Fuks pensaron el placer como fenómeno humano.
Foto: Cortesía Comfama
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Durante varios momentos, Alejandra Arcila y Julián Fuks se disculparon: “Se me olvidó la pregunta”. Margarita Isaza, la moderadora, les hacía planteamientos tan atractivos como aparentemente sencillos, que derivaban en respuestas que se iban enredando. Se parecían a esas matas que se ven más sanas y bellas solo si crecen y crecen, y son cada vez más difíciles de seguir: cada pensamiento parecía tener vida propia, como si fuera independiente de sus cerebros o de su control. Y ellos trataban de seguirlo. Todo a partir de la pregunta por la densidad o la ligereza del placer.

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Esto ocurrió en una de las mesas del Festival de Filosofía de Envigado: Arcila y Fuks protagonizaron un intercambio en el que pusieron en tensión dos maneras de pensar el placer: lo ligero y lo denso. Isaza moderó el diálogo, planteado como un contrapunteo en el que cada uno defendía una postura.

Isaza abrió el debate con una provocación: “Cuando hablamos de placer, ¿estamos pensando en aquello que se disipa rápido, como un instante de ligereza, o en lo que se construye lentamente, como una experiencia de densidad?”.

Arcila tomó la palabra de inmediato para reivindicar la ligereza. “El placer está hecho de lo instantáneo. De un gesto, de una risa, de bailar sin ningún propósito. Es algo que ocurre y se agota ahí, en el momento. No necesita justificación ni trascendencia. Es la fugacidad lo que le da su fuerza”.

Fuks respondió desde el otro extremo: “Yo no puedo desligar el placer de la densidad. Para mí está en aquello que se sedimenta, en lo que se prolonga. Un libro no se disfruta en una sola línea, sino en la acumulación de significados, en lo que se va construyendo con el tiempo. El placer puede ser persistente, y en esa persistencia radica su potencia”.

Arcila replicó que el exceso de densidad puede volverse asfixiante: “Si al placer lo llenamos de razones, de proyectos, de justificaciones, lo corremos del lugar que le corresponde. El placer también necesita ser irresponsable, inmediato, ligero. En una sociedad tan cargada de exigencias, esa ligereza es resistencia”.

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Fuks matizó: “No creo que la densidad sea sinónimo de gravedad ni de solemnidad. También puede ser vital. Hay placeres que se vuelven más intensos porque no se agotan. La escritura, por ejemplo, no es ligera: exige tiempo, exige disciplina. Y, sin embargo, ahí está uno de mis mayores placeres. Justamente porque se trabaja, porque se construye”.

Y aquí, en una de las intervenciones de Arcila, surgió una contradicción de su caso particular, pero que podría aplicarse a todo aquello que se perciba como vocación: si para ella, que es profesora y escritora, la escritura es un placer, cuando este tiene un fin productivo, esa acción se convierte en trabajo; es decir, pierde esa dimensión, adquiere un peso casi que físico: agota, desgasta, le exige al cuerpo un momento para descansar.

La moderadora introdujo entonces el tema del cuerpo. “¿Dónde se inscribe el placer: en el cuerpo o en la reflexión?”, preguntó.

Arcila recuperó la dimensión física: “El cuerpo sabe de placeres ligeros: el sabor dulce de una fruta, el descanso en una tarde, el roce de una caricia. Esos placeres ocurren aquí y ahora, en la presencia. No necesitan ser eternos para ser significativos. Son como pequeños destellos que iluminan la vida cotidiana”.

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Fuks no lo negó, pero insistió en la capa de profundidad: “Incluso esos gestos pueden ser densos. Comer puede ser un ritual, un espacio de memoria. El tacto puede abrir vínculos y memorias que no se reducen al instante. El placer, cuando se repite, gana espesor. La repetición no lo banaliza: lo engrandece”.

Los intercambios, entonces, oscilaban entre, por ejemplo, pensar en si era válido pensar que la densidad de querer hablar seriamente de algo podría nacer de un placer ligero como el sexo: “Después de tener relaciones sexuales he querido sentarme a conversar a profundidad, y a mis compañeras, por fortuna, también les ha pasado”. Y entonces quedó en el aire la pregunta por si esa ligereza tenía que ver con la frivolidad o con la transparencia, con la cercanía.

En ese ir y venir, la discusión se desplazó hacia el tiempo. Arcila subrayó: “El placer es del presente. En el pasado se vuelve nostalgia; en el futuro, expectativa. Su territorio es el ahora. Y ese ahora es ligero”.

Fuks contrapuso: “El placer también se proyecta y se recuerda. Pensar en lo que vendrá, rememorar lo que fue, forma parte de la experiencia placentera. No es solo el instante: es la continuidad”.

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El público acompañaba con risas y asentimientos el cruce de ideas. Cuando Arcila afirmó que “la ligereza es la entrada al placer, su forma más accesible”, Fuks respondió: “Y la densidad es lo que permite que ese placer no se extinga de inmediato”.

Isaza los llevó entonces al terreno de la lectura y la escritura. Arcila sostuvo que leer puede ser un acto de ligereza: “Hay frases que se clavan como relámpagos, que producen gozo inmediato. No todo se reduce a grandes estructuras. La literatura también puede ser un juego, un salto súbito de sentido”.

Fuks defendió lo contrario: “Leer es el placer denso por excelencia. La literatura exige lentitud, concentración, atención. Uno no se queda en una chispa, sino en un proceso que se prolonga y que lo transforma. La escritura, más aún, es trabajo, es insistencia, y justamente por eso es uno de los mayores placeres que conozco”.

Y es que ese placer, el de la lectura, podría llegar cuando esa densidad ajena, la del autor, se aclara: la idea se incorporó, se hizo propia. Y regresamos al círculo: cuando el pensamiento de otro se traduce, el receptor se densifica: la profundidad del otro se convirtió en novedad, en pensamiento inédito.

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Arcila sonrió y concluyó en tono conciliador: “Quizás lo que yo llamo ligereza sea la puerta de entrada, y lo que Julián llama densidad sea lo que viene después. No son enemigos, son momentos distintos del mismo recorrido”.

El cierre de la conversación quedó en manos de Isaza, quien resumió lo escuchado: “El placer puede ser instantáneo o persistente, fugaz o profundo. Lo cierto es que siempre nos invita a pensar en la vida desde otro lugar, desde la posibilidad del disfrute”.

El público aplaudió con la sensación de haber presenciado no un debate con un ganador, sino una conversación que abrió caminos: el de la ligereza que libera y el de la densidad que transforma.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
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