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“El salto de fe” de Soren Kierkegaard

El filósofo danés creía que abrazar la angustia era clave para transitar la existencia. Además, pensaba que la vida del hombre estaba atravesada por la decisión y la elección. Sus postulados influyeron en la psicología humanista.

Danelys Vega Cardozo

31 de mayo de 2022 - 05:00 p. m.
Soren Kierkegaard sostenía que “quien se pierde en su pasión, ha perdido menos que quien ha perdido su pasión”.
Foto: Dominio público
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A Kierkegaard lo llamaron el “abuelo del existencialismo”. Fue comparado con Marx en el sentido de que ambos abogaban, desde sus propios quehaceres, por un cambio en la estructura social de la época. Los dos filósofos creían en la responsabilidad y en la decisión del hombre. Sin embargo, mientras que Kierkegaard partía del cambio desde el individuo y su relación con su mundo interior, Marx concebía que la transformación era posible a partir de la unión de varios hombres alrededor de una meta común. Es decir, que el primero delegaba la responsabilidad en el hombre como individuo, mientras que el segundo lo hacía desde el hombre como parte de un colectivo. Por algo decía Kierkegaard que “cada uno debe trabajar para sí en lo referente a su propia salvación”.

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Tal vez aquella afirmación se vio influenciada por sus vivencias atravesadas por pérdidas familiares, pues en vida tuvo que presenciar el fallecimiento de sus padres y cinco hermanos. “Mi vida ha empezado…con una melancolía espantosa, turbado en lo más hondo en la temprana juventud, una melancolía que me arrojó durante algún tiempo al pecado y al vicio, y a pesar de ello, hablando desde el punto de vista humano, era más locura que culpa”.

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Hacía un llamado al autoconocimiento como un requisito para comprender a los demás. Consideraba que la verdad era subjetiva. Así mismo, creía en la necesidad de relacionarnos con otros para la construcción de nuestra propia verdad. Aquella que debía ser la guía de nuestra vida. Por lo tanto, nuestros actos tenían que ser coherentes con ella. “Hay que encontrar una verdad, que puede ser verdad para mí, encontrar la idea por la cual quiero vivir y morir”. La verdad de Kierkegaard puede estar relacionada con el sentido del que más tarde habló Viktor Frankl, puesto que para este último es tarea de cada uno descubrir el sentido de su vida. Es decir, que nadie puede reemplazarlo, de ahí la importancia de su existencia y su unicidad.

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Invitaba a abrazar la angustia o a hacer un salto de fe, como le llamó él. Veía la angustia como la “posibilidad de libertad”. Creía de esta forma que ante el sufrimiento el hombre tiene varias opciones de elección y está llamado a decidirse por alguna de ellas. Su pensamiento serviría como base filosófica de la logoterapia. “Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptar dicho sufrimiento, pues ésa es su sola y única tarea. Ha de reconocer el hecho de que, incluso sufriendo, él es único y está solo en el universo. Nadie puede redimirle de su sufrimiento ni sufrir en su lugar. Su única oportunidad reside en la actitud que adopte al soportar su carga”, mencionaba Viktor Frankl, fundador de la logoterapia.

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Kierkegaard pensaba que había tres caminos posibles para vivir, esos que se conocen como “estadios vitales”. El primero de ellos es el estadio estético, en donde se le da relevancia a los placeres del mundo y a la inmediatez, aquí prima el individualismo por encima de cualquier otra cosa. Al segundo se le conoce como estadio ético, una invitación al autoconocimiento y al uso de la libertad; a la elección y la decisión, se pasa de esta manera de lo efímero a lo duradero. Por último, tenemos el estadio religioso, en donde lo central es la trascendencia, aquella que se puede lograr a través de la forma en cómo aceptamos y afrontamos la angustia.

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El pensamiento del filósofo danés es una invitación a la apertura hacia nosotros mismos y nuestras emociones, para luego permitirnos ser con los demás. Es un llamado a reconocer nuestra unicidad, aquella que nos hace a cada uno seres excepcionales. Es también una invitación al uso de nuestra libertad no como sinónimo de libre albedrío sino como un acto de responsabilidad con nuestra propia existencia. Es un recordatorio de que decisión y elección van de la mano. Y, sobre todo, sus ideas nos recuerdan que lo importante no es la tormenta, sino lo que elegimos hacer con ella.

Por Danelys Vega Cardozo

Comunicadora social y periodista de la Universidad de La Sabana con énfasis en periodismo internacional y comunicación política, y un diplomado en comunicación y periodismo de moda. Perteneció al semillero de investigación Acción social y Comunidades, bajo el proyecto Educaré.danelys_vegadvega@elespectador.com
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