El Magazín Cultural

El susto (Cuentos de sábado en la tarde)

“Que no sea El-Elmer”, decía Andrés tartamudeando como siempre, pero también como nunca: en efecto, nunca antes había sentido tanto dolor por la posible muerte de un amigo, experimentado semejante susto, tartamudeado así ante tal perspectiva.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento*
18 de enero de 2020 - 06:04 p. m.
Cortesía
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Un dolor apenas similar al de las víctimas de los paracos: no del paramilitarismo: son dos cosas distintas; un dolor apenas superado por el que sintió Barrabás cuando se vio a oscuras al saber que en vez de él se sacrificó a Cristo… “Y, co-conste, lo dice un a-ateo…”

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Como casi todos los días, en los últimos tiempos, Andrés lloraba mucho viendo los noticieros de televisión. Lloraba por las masacres de los paras, por las salidas de estos de la cárcel, los terremotos en China, los ciclones en Birmania, el invierno en Colombia; el peligro permanente de las amenazas del presidente, o de su ex ministro de guerra y ahora candidato, a todo aquél que se atreviera a desafiarlos le producían rabia, no llanto. Pero, ahora, ya no lloraba por el país: después de todo, las noticias eran muy buenas: la imputación de cargos contra Mario Furibe, Luis Tranquilo Osoario, Salvador Ahrrana; el llamado a juicio para Yidis y Teodolindo, a fin de saber cómo facilitaron la reelección del Mesías; solo para éste, en cambio, era buena la salida de los paras directo a EEUU, a rendir cuentas nada más, eso sí, que por narcotráfico: “En realidad debiera ser por las miles de víctimas de tantas masacres, es decir, por crímenes de lesa humanidad; también, por apropiarse de tanta tierra ajena, ¡de nuestra tierra!”, decía una viuda del conflicto.

En medio de tan buenas noticias, una lo dejó helado: a las 9:50 de la noche, estupefacto, veía por televisión que cinco personas habían sido asesinadas, con evidentes rastros de tortura, en el Salto de Tequendama. Los apellidos de una de ellas correspondían a los de su amigo Elmer, con quien hacía muy poco Andrés había hablado en Bogotá antes de regresar a su casa en el campo: ahora era un contra desplazado: había tenido que emigrar de la ciudad al campo. Lo que lo tranquilizó, si se puede decir así, un poco, es que al lado del de Elmer aparecía otro nombre con idénticos apellidos, pero en ese momento no recordaba que aquél tuviera un hermano. Sabía, sí, que tenía hermanas (muy buenas… por cierto, muy buenas hermanas, aclaraba), hecho, para el caso, irrelevante. Lo no irrelevante: el susto yerto que a partir de ese instante comenzó a sentir.

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Susto que se acentuó cuando recordó que por ser casi las diez no iba a encontrar de dónde llamar pues su casa rural quedaba retirada de un teléfono y, además, las cabinas que había, para entonces ya estaban cerradas. Tampoco quería joderle la vida a María, su vecina, toda vez que hacía poco ella había tenido un disgusto con él, por un hecho del que había sido testigo su esposa, y fuera de eso consideró que la hora no era la más oportuna para, con el pretexto de pedirle prestado el celular (el suyo no tenía minutos), tratar de limar asperezas. Entonces, se sumió en la tristeza y volvió a llorar, esta vez no por razones melodramáticas ni por manipulaciones mediáticas sino por un asunto que se justificaba plenamente. Por una razón sentimental, se trataba de uno de sus mejores amigos, si no el mejor, eso no lo sabía él, no menos poderosa que todas esas bombas lacrimógenas disparadas por la televisión en todos los tiempos… sin consideración a nada ni a nadie, salvo a los dueños del poder.

Enseguida, pensó, lo mejor que podía hacer era tratar de dormir. Pero, cómo intentar dormir cuando hay un amigo en peligro, pensaba entre sollozos y como tratando de olvidarse de la impotencia, palabra/estigma entre los habitantes de este país. Intentó distraerse con Videodrome, de Cronenberg, filme que en ese momento pasaba por TV pero, de pronto, pensó que era algo demasiado denso, como en efecto es, (se trata del horror de la destrucción del cuerpo, por influencia de la TV) y más bien prefirió las frivolidades, que también son en efecto, de El radar, que capta todo lo que pasa y lo que viene, sin importar que nada de lo que pase ni de lo que viene sea captado debidamente… “Porque hay que ver cómo se trivializa todo”, decía un crítico, en la madrugada, cuando hay menos riesgo de que la censura en forma de plomo caiga sobre él, “especialmente cuando el reportero es José Juan Gabriel o Darío, Paliño o Arribismendi, el primero entrevistando en un campo de béisbol a Mr. Braunfield, quien habla como Chukie, para decir que él no lamenta la muerte de Tirofijo; el segundo, lamiéndole la suela de los zapatos a aquél politicastro que no es ni chicha ni limoná, dice él mismo para exculparse, y que cada vez que viene a Bogotá se unta Vaporub para no resfriarse. Sin hablar de Yoryi Alfred, el gordito bobalicón que cada noche, para despedir con optimismo al segundo país más feliz del mundo (perdonen, eso sí, que haya olvidado el primero… dice) saca, cual mago de su chistera, una sabia frase de esas que vuelve a poner a muchos en la ruta si no de la felicidad al menos de la alegría…”

Pero, ¿qué alegría podía sentir Andrés en ese momento? Ninguna. De repente, quiso salir corriendo, pero por el frío dudó, de la casita en que vivía, para gritar a los cuatro vientos que habían matado a su amigo y tal vez a un hermano: no estaba seguro de que tuviera hermanos, lo que lo tranquilizaba). Pero, en ese instante, notó que era muy tarde y fuera de eso él estaba sucio pues debido a que habían quitado el agua en el sector no se había bañado, cosa que además de furia le daba pena. En medio de la decepción, pensó que lo mejor era tratar de conciliar el sueño, aunque fuera mayor el insomnio. Intentó dormir pero antes, cosa rara en él, se echó la bendición, él, ateo, frente a la foto de su hijita muerta años atrás en un accidente que el único diario de circulación nacional presentó como un suicidio, para engrosar sus arcas a costa del dolor ajeno, una mercancía para sus dueños, y le pidió, con total sinceridad y no menos incertidumbre, le ayudara para que la víctima fuera un homónimo y no su amigo, bueno, dos, pues se trataba de unos hermanos asesinados junto a otras tres personas.

Con la tranquilidad de quien ha rezado, aunque solo crea en rezos para casos de excepción, se acostó, dispuesto, ahora sí, a conciliar el sueño. Contra todo pronóstico, lo logró. Sin embargo, a las 6:10 a. m. se despertó sobresaltado, aunque había puesto su celular a las ocho, quizás porque se acordó de las palabras del papá: “Al que madruga, Dios le ayuda, mijito…” (“¿Aunque sea a-ateo, pa-papá?”, agregaba él para sí y como entre sueños y se respondía como entre sueños: “Sí, mijito”, remedando, sin tartamudear, al papá), decidido, ahora sí, a pedirle prestado el celular a la vecina. Cuando se aprestaba a hacerlo, como a quien le cae un rayo del que aun así sale ileso, recordó que hacía poco su amigo le había contado un incidente con un alto funcionario y ahora candidato/presidente, en inmediaciones de esa tierra tan pródiga en frutas y agua, donde casi todos los expresidentes tienen sus haciendas. Y el susto helado que lo poseía, tuvo un incremento mayor, por ejemplo, al precio que entonces, dado el fuerte invierno, tenían la papa, el tomate, la carne y demás alimentos, ahora importados. 

A pesar de todo, pasó a la casa contigua, llamó a la vecina una, dos veces y nada. Hasta que, a la tercera, desde el segundo piso de la vivienda se oyó una voz tenue: “Ya bajo, don Andrés” A lo que él contestó: “Bue-eno, señora Ma-María” Enseguida, hizo la primera y obvia llamada al celular del amigo, pero, nada, a buzón. Hecho que multiplicó su angustia, al pensar de inmediato que, si la mandaba a buzón, era porque… pero, no, de repente recordó que eso no era posible, aunque, pensándolo bien, “sí era po-posible como quiera que estábamos en Co-c(a)lombia, no en Su-iii-za”. Entonces, decidió llamar a su esposa, pero ésta al primer timbrazo tampoco le respondió: buzón. La llamó al fijo y ahora sí obtuvo respuesta: le contó sobre la factible muerte de su amigo. Sobrevino un mutuo mutis por el foro y una lacónica voz de sorpresa de ella: “¿Cómo?” “Mija, que proba-ba-blemente se trata de Elmer, aunque no estoy se-seguro.” “Pero, mi amor, no es fácil que Elmer tenga un tocayo…”, dijo ella. 

Su respuesta lo dejó estupefacto. Como pudo se zafó del desconcierto que le produjo y como quien prende otro fusible pensó que su mujer podía tener razón (no en su cruel ironía), “después de todo, esto no es Sui-za, sino Co-calombia”, país del que se podría decir que quien no haya vivido en él no sabe qué es el miedo y recordó lo que Elmer le contó: “Iba por Anapoima, en el carro; de pronto, noté que no había paso en la carretera, entonces atravesé la barrera de seguridad y al ver al sujeto que ya sabe, le grité: ‘¿Qué pasa, es que para trotar debe cerrar todas las vías, acaso son suyas?, hijo de puta…’” Y recordaba, también, que, por el susto, su amigo, negro como el carbón, pasó a tener el gris cenizo de un basuquero… tono que ahora encarnaba en Andrés, quien así confirmaba por qué al basuco le dicen susto.

Sin embargo, el verdadero susto no se lo llevó Elmer ni menos Andrés, sino el alto funcionario y ahora seguro/presidente que nunca había experimentado tanto temor como esta vez ante la furia de un hombre que no tenía nada que perder y sí mucho por ganar al atreverse a desafiar al poder intolerante e intolerable. El inefable susto vino cuando Elmer, sin alarde, le mostró su arma al alto funcionario, una Beretta, 9 mm, y en tono que hizo sopa en el ánimo del ya ex ministro, le dijo: “Mire, Ministrone, recuerde que con esta misma pistola fuerzas del Estado, ya identificadas por nosotros, asesinaron hace un mes a Juan de Dios Corcuera, defensor de DDHH y uno de los fundadores de la ONEB, a quien se encontró en su casa de Suba desnudo, torturado y con siete balazos en la cabeza… ¿lo recuerda, cabrón? Y que la orden de asesinarlo la dio usted, ¿tampoco lo rec…?” Y éste, en un gesto apenas perceptible, dejó ver en su mirada que Elmer tenía razón. Corcuera era uno de los seis dirigentes asesinados con posterioridad a la marcha del 6 de marzo… Leitmotiv por el que ahora Andrés, en su desesperación, creía que Elmer estaba muerto: como producto de una retaliación oficial.

Los detalles de cómo allegados a Elmer recuperaron el arma no vienen al caso, tampoco el hecho de que se importó de Italia en tiempos del director del DAS y luego cónsul en Milán. Todo es parte del sumario de la Fiscalía, organismo “impoluto, sobre todo desde la gestión de Osoario”, como sostenía ante los medios el Mesías, cuando le preguntaron por la salida de Siguera. No obstante, Rafigarcia, ex funcionario del DAS, bajo juramento, como consta en sus denuncias y en El Despertador, aseveró que “la infiltración de los paras en la Fiscalía había sido peor que en el mismo DAS” y que “Osoario fue un gran aliado de Yoryi Siguera”. 

Al pensar en esto, Andrés dejó de llorar y, aún ateo, agradeció a su hija los favores recibidos; luego, dijo: “Algo que leí so-sobre religión, en Estambul, de Pa-Pamuk, me hizo reír co-como loco y me produjo un esca-ca-lofrío tan tenaz como el que me da cada vez que re-recuerdo la imagen que hasta los 13 años tuve de Di-i-os… ¡no más! En adelante, me volví adicto al se-sexo y al li-licor y ahora no me que-queda más que la esencia de la religión: la cu-culpa… no por motivos pe-personales, sino por el su-susto del Ministrone… porque, como diría su jefe, el paisa omnipo-po-tente: ‘¡Ah sustico tan berriondo! Parecido al que sentí cuando vi a mi hijo con un ma-marine, en la misma cama: ¡Qué otro su-susto más be-berriondo!’”

Pensilvania, vie 30/mayo, a pocas horas de saberse la noticia sobre el posible asesinato de mi amigo Elmer.

 

* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín, desde 2012, y columnista de EE, desde el 23/mar/2018. Corresponsal de revista Matérika, Costa Rica. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Invitado por UFES, Vitória, Brasil, al III Congreso Int. Literatura y Revolución – El estatuto (contra)colonial de la Humanidad (29-30/oct/2019). Autor, traductor y coautor, con Luis Eustáquio Soares, en el portal Rebelión. E-mail: lucasmusar@yahoo.com

Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento*

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