El valor literario que ha conservado un autor como Charles Dickens a través de los siglos se debe, quizás, a la sensibilidad que despierta sus relatos. Si bien, en sus novelas siempre se destaca la atmósfera de una época victoriana sumergida en carruajes transitando por callejones sombríos, la típica bruma que revolotea por las ásperas edificaciones londinenses, hombres en cuyos trajes lustrosos se ocultan actos inmorales y algunas mujeres de aspecto ceniciento reducidas a labores secundarias, su autenticidad narrativa ha ido más allá de una simple conexión con un ambiente particular.
Pero dentro de su amplio recorrido dedicado a la narrativa ejemplar, hay algunas obras específicas que todavía tienen un alto nivel de aceptación en los lectores. Por ejemplo; pese al evidente progreso de nuestro tiempo, una novela como Canción de Navidad (en inglés A Christmas Carol) sigue siendo un referente incuestionable en varias tradiciones, principalmente cuando estamos viviendo temporadas navideñas.
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Narra la historia de un prestigioso anciano llamado Mr. Scrooge quien goza de muchas riquezas producto del sufrimiento de sus deudores. Como un buen Grinch, detesta la Navidad y rechaza la pobreza humana. Tras la muerte de su socio Marley, sus posesiones materiales van en aumento descomunal al igual que la amargura de su corazón. Vive solo en una mansión lujosa y, entre su escasa familia, solo mantiene un contacto mínimo con un generoso sobrino para ser fiel a sus principios de hombre mezquino que consiste en mantenerse al margen de toda sensiblería común. Pero un evento inesperado logra un cambio rotundo en la rutina del viejo multimillonario. La aparición fantasmagórica de su antiguo socio Marley le advierte sobre la llegada de tres espíritus quienes le mostrarán el verdadero camino hacia la bondad: el primer espíritu lo guiará a un recorrido nostálgico sobre los eventos de las navidades pasadas; el segundo espíritu le enseñará su Navidad presente; y el tercero, a manera de premonición, le revelará cómo sería una Navidad futura si no cambia su avaricia y manera de pensar ante la humanidad.
Más allá de ubicar el tiempo de la obra a un evento que, para muchos, lastimosamente terminó el mes anterior, lo importante aquí es dar cuenta de que su vigencia aplica para todas las épocas del año; pues, en el fondo, su contenido es la viva representación de la injusticia en todos los aspectos posibles de nuestra vida.
Explorar de nuevo esta obra me impulsa a creer que el fenómeno literario de Dickens aún permanece en nuestro diario vivir y, al mismo tiempo, me permite distinguir a muchos Scrooges representados en varios personajes de nuestra actualidad. La única diferencia es que, muchos de ellos, hoy por hoy corroídos por la avaricia, el orgullo, el afán de atesorar más riquezas a costa del sufrimiento ajeno y sumidos en una soberbia inhumana cada vez más notoria, aún no han experimentado la visita de sus propios fantasmas.
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Cómo quisiera invocar a un espíritu dickensiano en estos días para que, dentro del imaginario colectivo, este pueda atravesar las pulidas mansiones de esos políticos avaros del poder, adalides de la incompetencia, que no han hecho otra cosa que promover la injusticia tras el rostro amable de un progreso inventado. Estoy seguro que unas voces de ultratumba los someterían a un juicio implacable, lleno de culpas, donde el horror causado por sus atrocidades los condenaría al más frío remordimiento y no tendrían más oportunidad que asumir un castigo divino suministrado por la tortura ejemplar, transformando así su olvido típico en imágenes de tormento que les recordaría eternamente todas las ocasiones en que se burlaron, con su acostumbrado cinismo, de las esperanzas de sus seguidores.
Cómo quisiera también que otro espíritu dickensiano echara una pasadita por las amplias oficinas de aquellas instituciones potentadas, amantes de la tacañería (al mejor estilo de la compañía Scrooge & Marley) y les mostrara, a través de sus pantallas de televisores Led de no sé cuántas pulgadas, mientras sus gerentes beben un buen trago de whisky, cómo pasan una noche cualquiera sus empleados que solo ganan lo necesario para sobrevivir (así como la triste familia Cratchit de la novela) porque muchas veces deben cumplir sin falta con sus obligaciones a base de explotación y humillaciones. Como muchos sabemos que es cosa difícil despertar algo de sensibilidad en estos célebres personajes, otra asustadita por parte de aquel espíritu no quedaría mal: algo así como una alucinación bien proyectada donde el fantasma de la bancarrota les golpeara las puertas de su estabilidad financiera y les produjera un susto al cuatro por mil.
También estaría encantado que un espíritu, ojalá uno bien espectral, apareciera para amedrentar a los Scrooges más desalmados de nuestro siglo llamados cobradores gota a gota. Ya sea en sueños, o mientras se disponen, con actitud amenazante e insensible, a atormentar a una de sus víctimas, bastaría un grito desgarrador retumbando en sus oídos para que estos despreciables sujetos por fin experimenten la misma sensación de angustia que sus deudores, quienes están obligados a soportar la presión diaria de pagarles una deuda al veinte por ciento de intereses; de lo contrario, la amenaza de muerte se traduce en una continua zozobra al saber que una lluvia de balazos estará pronto a interrumpir la escasa tranquilidad en sus míseros hogares. Con tal de que una alucinación aterradora ablande sus corazones de piedra y les permita reflexionar sobre el horror de practicar una labor tan indigna como la de ser un vulgar usurero, estaría más que complacido con los espíritus del más allá que rondan en el universo siniestro de Dickens.
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Como podemos ver, el contenido de una historia tan dinámica personificada en este suspicaz usurero tiene la ventaja de rejuvenecerse con el paso del tiempo. Porque sin importar la época en que fue publicada (casi en la Navidad de 1843), actualmente es una novela que también ha sido motivo de adaptaciones cinematográficas tan ingeniosas como la animación hecha por Disney en el 2009; del mismo modo que su traducción ha llegado a todos los rincones del mundo. Pero si hablamos de traducciones completas, fieles al contenido y con una portada, páginas e ilustraciones llamativas, es importante resaltar la recientemente hecha por Panamericana Editorial. Durante la relectura de esta obra, gracias a una edición única, me permitió familiarizarme mucho más con el entorno de una época alucinante.
Con una traducción formidable de Santiago Ochoa Cadavid, tanto en los diálogos como en varias aclaraciones de contenido, hay una gran fluidez que permite una comprensión ligera y práctica; muy difícil de encontrar en ediciones más antiguas. También es necesario resaltar la presentación vistosa en su portada junto con las ilustraciones del inglés Arthur Rackham que son muy acordes con la secuencia de la obra.
Espero que los lectores, tanto para aquellos que no han tenido la oportunidad de sumergirse en las páginas de este bello clásico como para los que tienen el deseo de emprender nuevamente esta travesía, se acerquen sin temor al universo de Scrooge y aprendan a lo largo de este 2023 la valiosa lección de “honrar la Navidad en sus corazones y guardarla así todo el año”.
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