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El último arriero de Cajamarca (Crónica)

En Cajamarca, los arrieros viven por y para la tierra. A continuación, les presentamos una crónica que cuenta la historia de uno de ellos.

Laura Valeria López Guzmán / @Lauravalerialo

17 de enero de 2020 - 04:08 p. m.
Efraín García o más como "El Negro García", es de los pocos arrieros que quedan en Cajamarca. Los jóvenes que nacen en estas zonas no ven el campo como una opción para salir adelante. / Laura Valeria López Guzmán
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Hacia las ocho y media de la mañana iba hacia el corregimiento de Anaime, a unos cuarenta minutos de Cajamarca, Tolima. La carretera pavimentada, con uno que otro bache, como es común en las vías terciarias, estaba rodeado de paisajes de diferentes tonos verdes. Al pasar la cabecera del corregimiento, el pavimento poco a poco se fue desvaneciendo. La tierra empezó a adueñarse del camino en medio de la lucha de la naturaleza por recuperar su territorio.

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Al llegar a la finca “Las Delicias”, intenté llamar a Efraín García, pero la señal se había quedado atrás en el camino asfaltado. García es el arriero más conocido de estas tierras y desde que llegué me hablaron de él. A lo lejos vi a un señor montando una bestia, no pude ver bien su rostro, pues su sombrero le hacía sombra. A medida que se iba acercando se empezaron a multiplicar las mulas, unas ocho o diez lo acompañaban, que venían cargadas de arracacha y la sepa de esta, también había un bulto a cada lado de las mulas. Bajé del carro y pregunté “¿Efraín?”

 -Sí. ¿Laura? Sumercé, déjeme descargo las mulas y nos vamos hacia los cultivos.

Al terminar de dejar los bultos a un lado de la carretera, Efraín se acercó, me dio la mano y me indicó el trayecto. Debía ir caminando.

-¿Le digo algo?- dijo, tratando de romper el hielo-. Me encanta montar a caballo.

-¿Puedo irme en uno?

Efraín se sorprendió, pues ningún animal estaba ensillado.

-Pero, mona, le doy el caballo, este es mansito, déjeme le pongo la mulera para que no se ensucie y se pueda ir más cómoda.

-Gracias, así está bien.

Subí por los empinados cultivos de arracacha durante unos cinco minutos, hasta donde quiso el caballo.

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Cajamarca es un municipio del departamento del Tolima, en el noroccidente del país. Es conocido como la despensa agrícola de Colombia. Gracias a su posición geográfica cuenta con un clima ideal para cultivar diferentes productos: frutas, verduras y tubérculos. Salen bultos de fríjol, aguacate Hass, hortalizas, lulo, naranja y arracacha constantemente a las principales plazas de mercados de distintas ciudades del país.

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Desde donde estaba se veían muchos cultivos cubriendo las laderas de las montañas. Desde la distancia, las personas de otras fincas o parcelas parecían hormigas y las mulas se camuflaban con el color de la tierra. En la parcela en la que estaba había cerca de unos veinte trabajadores, entre ellos había niños de doce a dieciséis años, mientras el resto eran hombres hasta sesenta años. Solo había una mujer, pero nadie parecía fijarse en estos detalles. En el campo también estaban varios perros, caballos, mulas y pájaros que cantaban. De vez en cuando una nube tapaba el sol y nos daba la oportunidad de descansar.

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Efraín García es arriero por vocación. Conoció el oficio de transportar productos del campo en mulas por su papá, quien trabajó como arriero hasta que no pudo más del cansancio y decidió retirarse, como consecuencia, les entregó sus animales al menor de sus hijos que siguió la tradición.

Dependiendo del trajín, Efraín se levanta desde las 2.00a.m. a cargar y arriar las mulas que, en este caso, van cargadas de arracacha o de la sepa. La sepa es el sobrante de este tubérculo y se utiliza para abonar la tierra, pero, sobre todo, para alimentar a las mulas y los caballos. El pasto no es suficiente alimento para las bestias que necesitan algo que las llene de energía para que puedan rendir más de diez horas de trabajo.

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En algunas ocasiones sus hijas lo acompañan, le ayudan a recoger la sepa y picarla para así tenerla lista para dárselas a las mulas en las noches. Cada carga de arracacha ha permitido que Efraín, como muchos otros campesinos y arrieros de la zona, saquen adelante a sus familias. “Yo le debo la vida a mis mulitas, sin ellas no sabría qué hacer o cómo pagarles a mis hijas el colegio”.

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Efraín cuenta que Cajamarca no se salvó de la violencia del conflicto armado. Hubo presencia de las FARC, paramilitares y ejército. De hecho, Efraín compartió una que otra mesa con la guerrilla. Le pregunté cómo hizo con las vacunas que pedían estos grupos armados, su respuesta me sorprendió.

-Mona, le digo, yo me hago matar por cien pesos, yo trabajo para mi familia, no para la violencia.

-Entonces, ¿cómo hacía? Supongo que en algún momento se la pidieron.

-Mona, yo preferí trabajar para ellos, ayudarles con mis mulitas, llevar cargas de un lado a otro, pero eso sí, nunca le dije a nadie. Si la guerrilla me preguntaba algo sobre los paras yo no decía nada, y así con todos.

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El campo en Cajamarca hoy sufre las consecuencias del conflicto armado y la ausencia del Estado. Muchos jóvenes no ven en el trabajo de la tierra una opción de “progreso”, así que deciden emigrar a las ciudades. Los que tienen acceso a la tecnología y al internet empiezan a alejarse de sus ancestros por un modelo de vida impulsado desde las ciudades.

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El “Negro García”, como le dicen de cariño a Efraín, es el ejemplo del campesino íntegro, la imagen del campesino colombiano. El que se enfrentó al conflicto armado, el que se enfrentó a un país donde sus ancestros le pidieron al gobierno dos millones de pesos para invertir en maquinaria e infraestructura, centenares de gallinas, ganado y cerdos, y este se los negó. 

Efraín es un campesino, es un ser lleno de conocimiento que con solo mirar un árbol sabe si este sirve para la construcción de una casa, de un puente, una cerca o para la leña. Sabe que, dependiendo de la altura, la arracacha dura más o menos entre doce a dieciocho meses en cosechar. Sabe reconocer cuando el producto de sus cultivos contiene agrotóxicos o agroquímicos, si el viento los avisa de lluvias o de días calurosos. Sabe dónde y cómo cultivar. Sabe. Simplemente sabe.

Por Laura Valeria López Guzmán / @Lauravalerialo

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