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En tiempos de encierro, lo más útil es hacer lo más inútil (Relatos y reflexiones)

Somos seres de rendimiento. Somos la sociedad que siempre está en movimiento, que siempre está produciendo. Somos las personas que siempre se están produciendo a sí mismas, y en una época en que nos hemos visto obligadas a no producir y a no estar en movimiento, nos consume la pesada relación con nosotros mismos. La solución está en recobrar la relación con el otro y el mundo, pero tal vez sea demasiado tarde para una sociedad que ha sentido tanto desdén por lo inútil.

Juliana Vargas - @jvargasleal
13 de mayo de 2021 - 01:20 a. m.
"El hombre de rendimiento no podrá ser un Quijote, el mayor héroe de la inutilidad por excelencia. No podrá encontrar ideales, como el Quijote los encontró en los inútiles libros de caballerías".
"El hombre de rendimiento no podrá ser un Quijote, el mayor héroe de la inutilidad por excelencia. No podrá encontrar ideales, como el Quijote los encontró en los inútiles libros de caballerías".
Foto: Pixabay

Lo más útil habría sido escribir una novela o al menos intentarlo. De esa manera, habríamos padecido las dudas de esa primera línea, de esa primera línea que lleva a la siguiente, y a la siguiente, y a la siguiente. Nos habríamos golpeado la cabeza pensando en cómo construir al protagonista, y nos habríamos rendido por unos días antes de consolidar al antagonista. Pero acabar con la caracterización del antagonista habría sido un éxito, un pequeño éxito dentro de esta labor que es dejar tinta y sangre sobre la hoja.

Y entonces habría llegado ese momento mágico en que la novela rompe las cadenas del tiempo. Nos habría absorbido, se habría escrito a ella misma, nosotros tan sólo habríamos sido un medio para su supervivencia y, sobre todo, los personajes habrían adquirido vida propia. Habrían evolucionado a su manera. Hoy habrían realizado actos loables, y mañana habrían hecho algo deleznable. Habrían ido y venido como cualquier otro humano; como nosotros, que somos tan heroicos como malignos a la vez.

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Pero escribir una novela fue y ha sido lo más inútil, pues no tiene más beneficio que escapar y reflexionar, y la gratuidad y el desinterés son valores que hoy en día se consideran contracorriente y pasados de moda.

Lo que está de moda es el rendimiento. Yo rindo, tú rindes, nosotros rendimos en un ciclo de autoexplotación que no tiene fin. Somos una generación bendita que no trabaja por obligación, sino por el placer, el entretenimiento y la libertad; en especial por la libertad de saberse dueño de sí mismo, sin rendirle cuentas al otro. No obstante, esta libertad del otro no solo es emancipadora y liberadora.

Y no es liberadora porque somos una generación que ha olvidado el significado del término “comunidad”. Somos una sociedad global que, sin embargo, está compuesta por egos aislados, encerrados en sí mismos sin ningún tipo de vínculo con el otro. La interacción en redes sociales no hace sino exacerbar la relación con uno mismo. Cada tweet, post y foto no es una interacción, sino una exposición de uno mismo. Y cada tweet lleva al siguiente, y al siguiente, y al siguiente, hasta convertirnos en personajes, hasta convertirnos en mercancía y explotarnos a nosotros mismos.

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Y en esta sociedad compuesta por egos aislados y narcisistas, la única visión que hay es una llena de personas que corren afanosas por las calles, o corrían, porque ahora ya no están sólo encerradas en sí mismas, sino también dentro de sus casas. Como alguna vez dijo Eugéne Ionesco, no miraban ni a derecha ni a izquierda, con gesto preocupado, los ojos fijos en el suelo como los perros. Se lanzaban hacia adelante, sin mirar ante sí, pues recorrían maquinalmente el trayecto, conocido de antemano. En todas las grandes ciudades del mundo era lo mismo. El hombre moderno, universal, era el hombre apurado, no tenía tiempo, era prisionero de la necesidad, no comprendía que algo podía no ser útil; no comprendía tampoco que, en el fondo, lo útil podía ser un peso inútil, agobiante. Si no se comprende la utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte. Y un país en donde no se comprende el arte es un país de esclavos o de robots, un país de gente desdichada, de gente que no ríe ni sonríe, un país sin espíritu; donde no hay humorismo, donde no hay risa, hay cólera y odio.

La cólera y el odio aún existen, pero ahora aquellos egos aislados no pueden recorrer las calles que tan bien conocían. No pueden correr detrás de las necesidades que ellos mismos crearon. Ahora están en sus casos sin poder rendir, y cuando el hombre del rendimiento no puede rendir, pierde el sentido de su vida. Es por eso que ahora inunda las redes sociales con sus mensajes que no comunican, con sus sentimientos que los demás egos narcisistas no hacen suyos, con su angustia y con su pesada relación consigo mismo. No rinde, y por esa razón llega el punto en que se cansa de su supuesta soberanía, y así es como el mundo implota con la depresión, que no es que un trastorno narcisista que nace de una relación truncada con el otro y de una falta de relación con el mundo. Los hombres están vivos y al mismo tiempo no lo están. Si los hombres habían imaginado con un apocalipsis zombie, ese apocalipsis llegó cuando el hombre de rendimiento se relacionó consigo mismo hasta tomar rasgos destructivos.

Ay, si aquellos hombres tan productivos supieran… Supieran que la inutilidad de escribir una novela es lo más útil que pudieron haber hecho. Habría sido lo más útil porque habría sido la cura para romper las fronteras de sus egos, para realmente entablar la relación con el otro, para encerrarse en sus casas sin el afán de rendir, para contemplar y reflexionar sobre la belleza y la tragedia que es nuestra vida.

Pero el hombre de rendimiento no se detiene ante lo inútil. No escribirá sobre héroes y villanos, aquellas maravillosas personificaciones de tantas personas que rondan este mundo. No podrá saber lo que es entregarse al otro, lo que es entender a los incomprendidos, lo que es ahondar en las razones de los antagonistas y lo que es autodescubrirse con cada línea que sigue a la siguiente, y a la siguiente, y a la siguiente.

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El hombre de rendimiento no podrá ser un Quijote, el mayor héroe de la inutilidad por excelencia. No podrá encontrar ideales, como el Quijote los encontró en los inútiles libros de caballerías. No podrá darle el sentido a la vida que sí consiguió aquel hidalgo porque no emprenderá empresas sólo por el mero amor hacia el relato o el interés por la vida de los demás. Lo inútil y gratuito de las aventuras del Caballero de la Triste Figura revela la necesidad de afrontar con valentía las empresas destinadas al fracaso, pero el hombre de rendimiento no quiere saber de fracaso, de ese mismo fracaso del que come todos los días encerrado en su casa y en sí mismo. Si algo de importancia le diera a la inutilidad de lo gratuito, lo desinteresado y a la relación con el otro, podría salir del ciclo de autoexplotación al que lo somete el rendimiento y su consecuente depresión.

Por Juliana Vargas - @jvargasleal

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