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Entre mundos y fronteras: resistir desde la nostalgia en la poesía de Sonia Guiñansaca

Sonia Guiñansaca es poeta, indígena, queer y migrante ecuatoriana, residente en EE. UU. En su libro “Nostalgia y fronteras” retoma el recuerdo de ese tránsito y lo convierte en poesía. Su escritura íntima y fragmentaria, al igual que su activismo, nos lleva a reflexionar sobre la situación que atraviesa la comunidad migrante hoy en día.

Micaela Chiliquinga

06 de diciembre de 2025 - 06:00 p. m.
Además de escribir, Sonia Guiñansaca se ha convertido en activista por los derechos de los migrantes.
Foto: Rommy Torrico
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A sus cinco años, Sonia Guiñansaca no entendía muy bien el significado de migrar. “Solo un peluche vendrá contigo. Escoge uno”, le dijo su abuelita. “Al resto, diles que volverás”. Lo que no sabía era que ese retorno no llegaría hasta ya entrada en la adultez. Mientras tanto, tuvo que encontrar otra manera de expresar ese desarraigo que vivió a tan corta edad.

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Durante su infancia, Guiñansaca tuvo un diario con una peculiar portada de “un tigre con brillitos”, donde empezó a escribir lo que le pasaba en su día a día. Ya en su adolescencia escribió varios poemas y sus lecturas eran, principalmente, de autores y autoras negras, como Toni Morrison. Una vez pasada su graduación decidió convertirse en activista, debido a lo que ocurría con la comunidad indocumentada y con sus propios padres, que diariamente luchaban en sus trabajos para obtener garantías mínimas.

Notó que hacía falta un lugar donde las personas migrantes pudieran contar sus historias, por lo que se involucró en la organización de espacios como talleres de escritura o el slam poetry, concursos de micrófono abierto, donde los asistentes recitaban poemas y el público decidía quién era el ganador.

Estos momentos de creación colectiva y de acercamiento con su comunidad ayudaron a Guiñansaca en sus inicios con la escritura, hasta que en 2016 autopublicó “Nostalgia y fronteras”. Este libro se ha convertido en el testimonio de su experiencia migratoria y en una forma de reivindicación de su identidad no solo como migrante, sino como queer y persona indígena.

En 2026 se cumplirán 10 años de la primera edición de "Nostalgia y fronteras"
Foto: Cortesía Sonia Guiñansaca

El libro fue originalmente publicado en inglés, pero en 2023 Severo Editorial, un proyecto independiente ecuatoriano, le contactó para proponerle una edición traducida al español y al quichua. “Anhelo escribir este poema en quichua, hablo un español quebrado, el inglés con un fuerte acento neoyorquino, me pregunto si mi lengua algún día sanará de ese quiebre”, dice el último poema de esa antología.

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Guiñansaca describió al quichua como su “lengua original”, aunque no tuvo a nadie que se la enseñara. Por eso quiso que esta lengua se hiciera presente, como una forma de regresar al territorio y, especialmente, a sus abuelitos, quienes sí la hablaban. Además, la traducción al quichua es la primera en aparecer en las páginas del libro.

“Para mí era importante que los poemas en quichua aparecieran primero, porque quería que las lenguas coloniales quedaran atrás. Siempre están muy presentes y siempre aparecen primero, pero no son las primeras lenguas para mí. Por eso quise que el quichua encabece el libro, para que la comunidad que lo habla se sienta como la primera audiencia”, expresó.

Sonia Guiñansaca pertenece a la comunidad indígena kichwa kañari.
Foto: Cortesía Sonia Guiñansaca

Esta necesidad de acercarse a la lengua de sus abuelitos se ve plasmada a lo largo de obra, sobre todo desde la figura de su abuelita Alegría. Al preguntarle por ella, dijo que la recuerda más que nada a través de fotos, donde la ve con su larga pollera. Para Guiñansaca, las imágenes se han convertido en “otra lengua”, que le ayuda a traer esas memorias al presente.

“Muchos de mis poemas vienen desde esa perspectiva de la nostalgia: el deseo de tener más recuerdos con ella, de imaginar cómo sería nuestra relación ahora, que soy adulta, qué consejos me daría”. Sin embargo, hay algo que no ha olvidado: cuando la llamaba por su segundo nombre, Verónica, “Veroniquita”, y, sobre todo, el recuerdo de ese amor y cuidado que le profesaba a pesar de la distancia.

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Las memorias difusas de la niñez y de su vida familiar son un elemento que también aparece recurrentemente en sus versos. “A veces a mi padre y a mi madre no los siento míos, se sienten como si fueran de este país”. Guiñansaca mencionó que algunos de estos poemas surgieron como una forma de “procesar el trauma y el resentimiento que surgieron a sus 5 años”, debido a que sus papás tuvieron que migrar primero.

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Desde su perspectiva, la migración es un tema complejo de explicar en las infancias, por todo lo que este proceso involucra: “¿Cómo explicarles a los niños un tema tan complicado, que involucra leyes y contextos más allá de lo que ha pasado recientemente? ¿Cómo hacerles entender que EE. UU. ha desestabilizado los gobiernos y las economías de nuestros países?”.

Mostrar esa rabia y tristeza de la niñez la ayudó a desprenderse de la culpa que se les había asignado tanto a sus padres como a sí misma, cuando solo estaban intentando sobrevivir. Ahora, en la adultez, se ha dado cuenta de que el darle voz a su “yo más joven” le ha llevado a comprender su propia historia y a acercarse a otras personas que también resuenan con sus experiencias.

La comunidad ha sido fundamental en la formación de su identidad tanto personal como artística. “Nostalgia y fronteras” es descrito por Guiñansaca como un proyecto comunitario, ya que para su creación intervinieron otros dos artistas indocumentados: Rommy Torrico y Emilia Fiallos. Desde esta reivindicación de lo colectivo, su obra se ha convertido en un puente para seguir defendiendo los derechos de los migrantes y la comunidad queer.

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“El libro me abrió puertas en espacios literarios para impulsar a más escritores indocumentados. También me permitió dialogar con líderes de distintos movimientos para analizar la conexión con la migración y fortaleció mi relación con la comunidad migrante, porque a través de la poesía, el arte y la música podemos reconocernos”.

Además, afirmó que vivir y luchar es un proceso colectivo. Por ese motivo creó “House of Alegria”, un proyecto destinado a ayudar a artistas queer indocumentados por medio de residencias, conversatorios, guías de redacción, entre otras iniciativas. “El propósito no es ocupar un lugar único desde la escritura, quiero que exista una ola, un océano de escritores y poetas migrantes”.

Durante el paro nacional de 2025 en Ecuador, Guiñansaca se convirtió en vocera de las denuncias por violaciones de derechos humanos sufridas en contra de la población indígena. Las movilizaciones surgieron a partir de la eliminación del subsidio del diésel por parte del gobierno de Daniel Noboa.

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De acuerdo con “Tinta digital”, medio alternativo ecuatoriano, el paro dejó tres fallecidos y se registraron 282 personas heridas, 15 desaparecidas temporalmente y 346 reportes de vulneraciones de DD. HH. También se denunciaron detenciones ilegales, agresiones a periodistas, acoso financiero a organizaciones sociales y la persecución de personas indígenas, incluso de aquellas que no habían participado en las protestas.

“Como activista y persona que se involucra en la organización comunitaria en Estados Unidos, reconocí inmediatamente un patrón: la estrategia de presentar a las comunidades indígenas como ‘terroristas’ simplemente por levantar su voz y ejercer su derecho a la resistencia. Es una narrativa vieja, usada una y otra vez para deslegitimar, deshumanizar y desempoderar a los pueblos indígenas”, afirmó.

Además, el paro trajo consigo hechos de violencia simbólica. Cuando dos jóvenes indígenas fueron detenidos durante las protestas, las fuerzas del Estado les cortaron sus trenzas, una característica ancestral asociada a su comunidad. Referente a estos hechos, Guiñansaca dijo que había comentarios, como “bien hecho, ahora sí parecen humanos”. No obstante, también reconoció que la resistencia de las comunidades le había dado esperanza, y que esto se vio reflejado cuando ganó el “No” en la consulta popular realizada por el gobierno ese mismo año.

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Esas fronteras que ha vivido como migrante, indígena y queer han marcado cada fragmento de su obra. Al preguntarle por el significado de las fronteras en su vida, dijo que estas no siempre han existido y que, antes de la colonización, “las naciones y comunidades indígenas se movían de manera natural y colectiva, con el entendimiento de que somos humanos que se desplazan y que somos vecinos”.

También mencionó que actualmente en EE.UU. existen ciertos tipos de migraciones que son más aceptados: un migrante blanco no atraviesa lo mismo que un migrante que “no encaja en una comprensión racista de quién merece ser visto como humano”. Desde su perspectiva, ahí es donde surgen las fronteras, pero confía en que, algún día, y desde una visión humanitaria, estas podrían desaparecer.

Por eso, para Guiñansaca la literatura migrante es fundamental en una administración marcada por su política antimigratoria, así como por fronteras y centros de detención cada vez más militarizados. Sin embargo, mencionó la importancia de que esos migrantes cuenten sus propias historias.

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“Existen narrativas negativas, como que los migrantes son violentos o criminales. Y cuando se intenta contrarrestar esa visión, solo se comparten narrativas ‘positivas’, como que los migrantes son buenos, que pagan impuestos y que son grandes trabajadores. Eso nos reduce: nuestra vida parece valer solo si trabajamos bien, no por ser padres, hijos o simplemente seres humanos con derecho a vivir”.

En el caso de Guiñansaca, uno de esos recursos para contar su propia historia ha sido la nostalgia. “Aprendí esto a los seis años, y a los doce, y de nuevo a los veinte. Año tras año tras año. La nostalgia y la añoranza nunca se van”. A pesar de que nunca se vayan, afirmó que los migrantes tienen un “superpoder”: transportarse entre “distintas dimensiones del tiempo”, a partir de fotografías y llamadas telefónicas.

Al no poder volver físicamente a sus países, la memoria se convierte en un recurso creativo y en una forma de “recuperar agencia” sobre lo que se ha perdido. Desde su punto de vista, el recuerdo ha llevado a los migrantes a crear nuevos caminos para volver, aunque no sea físicamente, a su hogar.

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La nostalgia, entonces, se convierte en un acto de resistencia y la memoria, como forma de reivindicación personal y colectiva, ha quedado para siempre plasmada en la escritura de Sonia Guiñansaca.

Por Micaela Chiliquinga

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