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Erik Arellana Bautista: Poesía contra el olvido

El nuevo libro del escritor bogotano resalta la lucha de su madre, Nydia Érika Bautista, desaparecida en 1983.

Ángela Martín Laiton
08 de enero de 2016 - 03:56 a. m.

Es el último domingo de agosto de 1987. Suenan las campanas de la iglesia anunciando la próxima eucaristía, en la que se celebrará la primera comunión de un chico listo que está esperando a su mamá. Terminado el evento, Nydia Érika Bautista sale de su casa, pero no vuelve. No volvió porque la violencia, el odio y el poder son así: no hay códigos, no hay familia, no hay humanidad para ese otro que sólo puede ser visto como enemigo.

Nydia Érika Bautista estudiaba sociología en la Universidad Nacional de Colombia. Fue una lectora voraz desde la niñez y también una chica de extracción popular que soñó con la construcción de una realidad diferente para los suyos, para “los hermanos del pueblo”, o sea, todos nosotros los marginados que estamos a este lado de la cancha. A la protagonista de esta historia la recuerdan por estudiosa, por curiosa, por andar metida entre libros mientras sus herma nos estaban en los juegos. Así, alimentando su curiosidad con lecturas, forjó un carácter crítico, entendió a temprana edad la desigualdad y la injusticia; siendo estudiante universitaria fue directora del periódico El Aquelarre.

En la universidad inició su militancia en el M-19 hacia 1984. Allí le apostó a la construcción desde lo popular. Trabajó en diferentes lugares del país y trató de darle vuelo a los sueños de una Colombia diferente. El 30 de agosto de 1987, en el barrio Casablanca del suroccidente de Bogotá, fue detenida por un grupo de hombres, unidades militares adscritas a la Brigada 20 del Ejército. Tres años después el sargento Bernardo Alfonso Garzón Garzón admitió su responsabilidad en su desaparición.

Desde ese momento, la vida de Érik, su hijo, y de Yanette Bautista, su hermana, cambiaron para siempre. No dejaron de buscarla, porque el dolor de la desaparición forzada está cargado con el peso de la incertidumbre: a dónde se la llevaron, quiénes, por qué, y si está viva, y si la mataron, y si sufre, dónde sufre, quiénes le causan ese sufrimiento, quiénes nos causan ese sufrimiento. Es en esa búsqueda de amor y de dolor en la que se enmarca la resistencia de los familiares de los desaparecidos, que no se conforman con que alguien admita su culpabilidad, porque quienes están en cada retrato, en cada galería de la memoria, hacen parte también de su historia y quedaron suspendidos en una suerte de limbo que nadie termina de comprender.

Años después, y mientras Érik y su familia continuaron luchando por esclarecer no sólo el crimen de Nydia Érika sino el de miles de desaparecidos que existen en nuestro país, aterricé una tarde en una de las conmemoraciones que hace en Bogotá H.I.J.O.S. (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio), sumando entrevistas para una investigación sobre historia y memoria. Los conocí, me mostraron su trabajo poético y cómo Érik logró volcar la lucha por la memoria en la poesía y la literatura. Allí redescubrí la magia de la literatura en momentos de angustia, soledad, odio y dolor, pues aunque aquel muchacho pudo optar por muchas salidas, escogió la literatura, o la literatura lo eligió y, en sus propias palabras, “la poesía lo salvó”.

Ahora acaba de publicar de nuevo y yo sigo tras la historia de las múltiples formas de narrar la memoria, de mantener viva la memoria en un país que ha elegido el olvido cientos de veces, porque normalizamos la guerra, contamos los muertos y los narramos cada noche mientras cenamos, deshumanizándolos, deshumanizándonos. Es ahí donde madres como las de Soacha o de La Candelaria salen a la calle a llorar a sus hijos, a reclamarlos, a organizarse y luchar. Érik Arellana Bautista, a través de Cuaderno de viaje, nos ha regalado la larga lucha de su mamá, la de su familia, dándole un rostro a la promesa que más admira, extraña y recuerda: la mujer que era Nydia Érika Bautista.

Por Ángela Martín Laiton

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