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Con La Grazia, Paolo Sorrentino regresa a la competición oficial del Festival de Venecia con una obra que abandona la grandilocuencia de sus inicios para adentrarse en terrenos más íntimos, pausados y contemplativos. En su habitual colaboración con Toni Servillo, esta vez en el papel de un presidente de la República ficticio, Sorrentino construye una reflexión serena sobre el poder, el paso del tiempo y la fragilidad humana.
En una entrevista íntima para unos pocos periodistas, el cineasta compartió detalles sobre el origen y la estructura emocional de una película que se aleja de las declaraciones ideológicas para centrarse en los dilemas personales.
“La eutanasia no está planteada como una afirmación rotunda”, explicó. “El presidente no firma la ley por una decisión personal sobre su propia muerte, sino porque acepta ser influenciado por las ideas de la nueva generación, representada por su hija”.
Lejos de una tesis política, La Grazia plantea un conflicto entre generaciones, entre la solemnidad del poder y la sensibilidad del cambio. En este punto, la figura de Aurora —el recuerdo de una mujer que marcó al protagonista— actúa como símbolo. “Aurora no está basada en una persona real”, afirmó Sorrentino. “Representa la voz de la nueva generación. Es un personaje simbólico”.
Este diálogo generacional no es sólo temático, sino también estético. En comparación con sus trabajos anteriores, el director admitió una evolución hacia lo personal. “Es cierto, mis últimas películas son más sentimentales”, confesó. “Antes hacía cine porque amaba el cine. Ahora veo menos películas y me hago preguntas más íntimas. Por eso mis películas están más conectadas con mi vida que con el cine del pasado”.
A diferencia de Loro o La grande bellezza, donde el exceso visual y narrativo era parte del estilo, La Grazia se presenta como una obra más contenida. “Sí, es menos operística. Me permití involucrarme emocionalmente y reducir el artificio”, reconoció. Aún así, el humor sigue presente, aunque en dosis más inesperadas y naturales. “Tal vez porque soy italiano”, dijo con ironía. “Crecí con la comedia italiana, que equilibra perfectamente el drama y la estupidez. Aprendí de esos directores y guionistas”.
Uno de los momentos más comentados del filme es la aparición del rapero Guè, interpretándose a sí mismo y cantando frente a la cámara. Para Sorrentino, esta escena no rompe el tono de la película, sino que se integra como parte de ese tejido narrativo híbrido que le permite mezclar lo sublime con lo absurdo.
La música, de hecho, juega un papel significativo en el ritmo emocional de la película. “La escena de baile con música electrónica fue pensada así desde el principio”, explicó. “La música ya estaba elegida antes de rodar. En cambio, en la escena del presidente portugués caminando bajo la lluvia, al principio iba a ser solo viento, sin música, pero luego sentí que necesitaba un elemento más”.
Sobre la construcción del personaje principal, Sorrentino aclaró que no hay una figura real detrás de la inspiración. “No me basé en ningún político específico”, dijo. “Pero sí hay un hilo común que atraviesa a los presidentes italianos de los últimos 30 años: la responsabilidad, la duda, el sentido del deber”. En ese sentido, La Grazia construye un presidente idealizado, no como un héroe, sino como una figura de poder desgastada por la conciencia.
“Hoy en día es raro encontrar políticos que vean su vocación como algo casi religioso”, añadió. “Este personaje ficticio refleja mi idea de lo que un político debería ser”.
En ese contexto, el entorno del protagonista también está cuidadosamente diseñado. Todos los personajes, incluso secundarios como periodistas o asesores, muestran lucidez e inteligencia. “Eso fue deliberado”, confirmó el cineasta. “Quise crear un mundo elevado, porque corresponde al cargo más alto del sistema político italiano. Conocí a personas que trabajan con presidentes y son todas extremadamente cultas”.
Uno de los temas que más resonó entre el público y la prensa fue el concepto de celos o envidia que atraviesa al protagonista. Para Sorrentino, este detalle conecta con el tema central de la exasperación emocional. “Los celos están vinculados con la desesperación. Como una mujer que mata a su esposo violento o alguien que no puede más con el sufrimiento de su pareja. La eutanasia aquí representa ese límite, ese rincón emocional del que el personaje quiere salir”.
Finalmente, preguntado por los cambios en su estilo narrativo, Sorrentino fue directo: “Estoy envejeciendo, claro. Y eso cambia la forma en que uno escribe, en que uno mira. No sé si es nostalgia, pero sí una mayor necesidad de verdad”.
Con La Grazia, Sorrentino demuestra que no ha perdido la capacidad de observar lo esencial: el paso del tiempo, la dignidad del silencio y la búsqueda de sentido en medio del poder. Un cine menos brillante, pero más lúcido. Y, sobre todo, más humano.