El Magazín Cultural

“Escribir ‘Bolívar’ fue mi campaña libertadora”: Juana Uribe

La guionista de la serie del Canal Caracol explica su proceso investigativo y creativo.

Nelson Fredy Padilla / npadilla@elespectador.com
22 de septiembre de 2019 - 02:00 a. m.
 Juana Uribe ha escrito series como “De pies a cabeza” y “La niña”. También produjo “Escobar, el patrón del mal”. / Mauricio Alvarado - El Espectador
Juana Uribe ha escrito series como “De pies a cabeza” y “La niña”. También produjo “Escobar, el patrón del mal”. / Mauricio Alvarado - El Espectador

Esta semana el Canal Caracol estrenó en Colombia la serie Bolívar, que lleva dos meses al aire vía Netflix en más de 120 países. El guion es obra de la escritora y vicepresidenta del canal, Juana Uribe, que aquí cuenta el detrás de cámaras.

¿Cómo surgió el proyecto?

Lo trajo el director de la serie, Luis Alberto Restrepo. Propuso centrarnos en la relación de Bolívar con Manuelita Sáenz y contar de ahí en adelante. Estuvimos de acuerdo en que partiendo de un punto tan tardío de su vida, cuando ya habían pasado las grandes batallas, es complicado de narrar porque la gente no arma una dimensión exacta de lo que es el personaje. Entonces lo contamos desde niño, para que se entendiera de dónde surgió y el contexto de la época. (Más: Los actores que encarnan a Bolívar y Manuelita).

Y también recrean al Bolívar joven, luego al maduro para completar su dimensión humana, más allá de la del héroe histórico. ¿Es el objetivo?

Exactamente. Creo que los colombianos sabemos muy poquito de él. Lo que los venezolanos saben de Bolívar es una barbaridad y nuestra ignorancia es infinita. Empezando porque tenemos una extraña sensación de que es un colombiano que casualmente nació en Caracas y, además, lo sentimos casi que cachaco cuando en realidad empieza es un niño que nace en el Caribe, que se cría en fincas, que es de una familia millonaria, una persona muy privilegiada para la época. Investigamos y fue cambiando esa idea preconcebida.

Esa investigación incluyó a expertos, como el psiquiatra Ricardo Aponte. ¿Qué les llamó la atención del factor mental?

En mis más recientes proyectos he trabajado con este psicoanalista y empezamos a estudiar el comportamiento de Bolívar. Me ayudó a entender que era un niño hiperactivo. Hoy en día sería insoportable y lo hubieran medicado, porque no se quedaba quieto. No tenía buena relación con la autoridad, era increíblemente inteligente y seguramente su familia lo sabía, porque hay un tío que le deja una herencia, y asumimos que es porque era el inteligente de la familia. Su mamá tiene una fascinación con él, pero es un niño que no cuadra dentro de los cánones de la época, empezando porque se juntaba con los esclavos, era un aventurero y tenía muy buena relación con la naturaleza. (Más: La opinión del presidente de Caracol Televisión, Gonzalo Córdoba).

¿Eso les permitió recrear mejor al militar? ¿Qué otros rasgos les llamaron la atención?

A partir de eso entendimos más el carácter de quien fue después un soldado y un general que comandaba un ejército contra unas condiciones geográficas y espaciales terribles. Es que no acabábamos de escribir un capítulo cuando se iba a Ecuador, que no es como decir hoy voy a Quito en avión. No. Era con su tropa en unas travesías extremas a pie y a lomo de mula. Y eso está determinado por una fisiología, un temperamento y una genética muy especiales. Eso es lo más especial que descubrimos, porque uno solo ve en los cuadros originales a un hombre delgaditico, finito, con unos discursos potentes. Así entendimos por qué era capaz de subirse a un caballo o a un barco para viajes de meses y volver. Eso determinó mucho su relación con Santander, porque mientras él quería quedarse en Bogotá armando el gobierno, Bolívar quería seguir y seguir.

¿Qué les reveló la bibliografía?

Por ejemplo, en el libro de Indalecio Liévano Aguirre (historiador colombiano 1917-1982) hay un reporte médico que dice que Bolívar es adicto al peligro, que lo necesita para poder vivir. Eso muestra por qué era tan temerario, por qué se enfrentó al páramo de Pisba, por qué la Batalla de Boyacá, por qué se igualó a un ejército, como el español, que era mucho mayor en hombres y en fuerza.

La biografía de Liévano es de 1956. También revisó la del alemán Gerhard Masur, que apareció en español en 1960, y llegó hasta las del británico John Lynch (2006) y la de la peruana Marie Arana (2013). ¿Sufrió con tantas versiones?

Sí, claro, y con esfuerzo adicional, porque Arana no estaba traducida al español. En la mitad del proceso puse en Twitter: “Dios mío, alguien que les diga a los historiadores que sean un poquito concretos”. A ellos les falta capacidad de comunicar para el gran público. La información estaba, pero era complejo entender cosas como por qué se declaró dictador. No se aventuran a interpretar por estar siempre apegados a las fechas, a los documentos, lo cual está muy bien, pero intentábamos entender momentos claves, y era tan difícil porque se iban por las ramas.

¿En qué ayudaron los historiadores Camilo Uribe e Isabel Arroyo?

Había escrito hace muchos años una película de una serie que hizo Gabriel García Márquez con Audiovisuales que se llamó Amores y delitos. Ahí aprendí sobre trabajar con historiadores, que es muy angustioso; ellos quieren el rigor de lo que fue y cuando uno escribe ficción uno les dice: “Un momentico, necesito poderme mover en el terreno de lo que pudo ser”. Descartar lo que no fue y especular en lo que pudo ser. Un poco el trabajo de Camilo, al principio, y después lo reemplazó Isabel, fue ayudar a absolver dudas. Les preguntaba: “¿Esto hubiera podido pasar?”.

¿Otros historiadores los critican?

Una historiadora venezolana nos criticó porque María Concepción, la mamá de Bolívar, se mete en el galpón de los esclavos y ella dice: “Jamás se metería”. ¿Quién dice que no? ¿Por qué no? Ella era la dueña y vivía un momento de desesperación porque la hacienda se le estaba cayendo. El apoyo de los historiadores fue para que lo que quedó tenga coherencia histórica y credibilidad. También me ayudaron con interpretaciones. Al revisar cartas, una cosa es lo que escribes y otra lo que pasa en la época. Bolívar en medio de la furia y el resentimiento podía escribir un agradecimiento, aunque detrás había una ironía, premeditación política, algo cínico. Lo más difícil fue la etapa en la que él se declara dictador, y traducirle al público qué significaba ser dictador en ese momento, que es diferente a serlo ahora. Ellos me ayudaban a ponerlo en contexto. Lo mismo en momentos como los encuentros con San Martín, con Miranda, parta darles una mirada más allá de lo que pasó.

¿Cuánto tiempo demandó esto?

Año y medio, casi dos años. Y fue paralelo a la escritura, porque en un momento dado decidimos parar solo de investigar e ir escribiendo e investigando.

¿Fue como hacer una maestría en Bolívar?

Sí, en equipo, porque era imposible tener toda esa información en la cabeza. En un momento dije: “Me voy a enloquecer”. Descubrí que la mejor manera de avanzar era conectarme emocionalmente con cada momento y fue maravilloso ir viviendo eso con el personaje; cuando acaba de perder a su mamá, a su mujer, y sentir qué le pasa. Una metodología que fuimos encontrando. Escribía los guiones y el resto del equipo (Ricardo Aponte, María Clara Torres, Leonor Sardi, Laura Rojas y los dos historiadores) avanzaba leyendo e investigando y me decían: “Ahora viene tal cosa”.

¿El reto se volvió armar al Bolívar emocional, que no es el de las biografías?

Sí. Nunca lo encontré textualmente así. Lo construimos.

¿No consultó esas posibilidades emocionales en los bolívares de la literatura; García Márquez, William Ospina, Evelio Rosero, por ejemplo?

No. Nos cuidamos mucho de eso porque tendríamos que haberles comprado los derechos. Lo pensé y dije: “No puedo porque es una elaboración de Gabo”. Entonces hice la mía. Sí había leído hace tiempos El general en su laberinto, pero para esto decidí no leer ficción, porque no podría establecer qué habían inventado los escritores y qué no, y podía cometer un plagio sin darme cuenta. Ellos sí especularon totalmente. Nosotros cruzamos la investigación con la significación emocional.

Noto en la serie un esfuerzo pedagógico con recursos como la voz en off del propio Bolívar o mapas que guían al televidente para que la historia no se le haga difícil. ¿Cómo llegaron a eso?

Uno de los retos más complicados fueron los tiempos; mantener tensión e interés mientras él viaja meses. Es hacer una larga elipsis y que se entienda y, además, que las otras historias sigan andando. Así acudimos a mapas para que la gente dimensionara lo que eran sus travesías, por ejemplo atravesar una cordillera a caballo, y entendiera por qué aparece en Bogotá y no en Quito.

Los soldados lo llamaban “Culo de hierro”, según la biógrafa Arana.

Sí. Un verdadero “culo de hierro” y cargaba hasta con la tina para bañarse. Todo eso lo mostramos.

¿Cómo tejió el lado emocional?

Primero encontramos y mostramos todas sus pérdidas: su mamá, su mujer, su abuelo. Pierde todas las personas que va queriendo y eso le forja un carácter desarraigado, desapegado. Toma la decisión de no volver a casarse y se vuelve un mujeriego empedernido hasta que conoce a Manuelita.

Definen a Bolívar “hombre, amante, libertador”. ¿De último libertador para primero acercarlo al corazón y a la mente de los televidentes?

Primero que entiendan realmente su vida, de dónde venía, cómo se enteró de las injusticias que sufría la gente en esa época, qué aprendió en Europa, cómo llegó a sentirse una persona con capacidad de liderazgo, qué ideales lo motivaban, hasta entender el tamaño de su hazaña. Es muy sui géneris que una persona que tiene todo sea la que haga la revolución. Por eso no quisimos arrancar con él arriba, sino construyéndolo a través de sus amores. Hay una etapa anterior a la que empieza a ser el libertador, que es el Bolívar enamorado, casado, que se ve como un hombre de familia, con sus tierras, queda viudo, vuelve a Europa y se desboca hasta que recuerda lo que le decía su esposa: que tenía una vocación muy importante y que no debía perderla.

Me interesó que el retrato no es el del macho de siempre, sino el que completan las mujeres en roles trascendentales para el proceso de independencia. ¿Cómo lo hizo?

Al descubrir que él es un niño que pierde a su papá a los dos años y luego se cría son sus hermanas y su mamá, una mamá que toma las riendas de las fincas, los negocios y la vida de la familia, que lidera y decide. Así me parece que ve a las mujeres en su vida, no solo a través del amor. Su historia con María Teresa es muy romántica, pero la trae a América a mostrarle el mundo que quiere liberar.

Ellas influyen hasta en lo político y militar. ¿Una documentación difícil?

Lo que hicimos con ellas fue no inventar nada, porque las historias están documentadas. Era simplemente traerlas a primer plano.

Como cuando la nobel bielorrusa Svetlana Alexiévich revisa el papel soviético en la Segunda Guerra Mundial. Se pregunta por qué la historia fue contada por hombres y decide darles la voz a las mujeres.

Exacto. Especialmente con Manuelita quisimos resaltar su vida, porque ella llega muy tarde a la de Bolívar. Ahí tomamos la decisión de que cuando él pierde a su mujer y jura que no volverá a enamorarse, empezamos a contar quién era Manuelita desde los nueve años y la gente la va a seguir hasta que se encuentran los dos personajes que el público adora. No es que él llega y la seduce, ella ya es una revolucionaria y el que se convierte en amante es él, si vamos a ser precisos. Ellos viven un maravilloso amor libre, él nunca le pide dejar a su marido, ella nunca le pidió tener algo más serio. Él la llevaba a todas partes, a las reuniones, le daba un espacio con su gente, la mojigatería está en la lectura. Y lo mismo hacía Santander con Nicolasa Ibáñez. Ellos impusieron a sus mujeres.

Impresiona la fuerza de la pasión de los amantes. ¿En qué se inspiró?

Fue durísimo. Las historias de amor de María Teresa y Manuelita son un atrevimiento. Es más fácil perder el pudor con personajes que uno crea, pero hacerlo con referentes históricos era un reto. Tuve que sentarme a leer a Jane Austen para ponerme a tono con la época.

¿Cómo concilió el tono de “Orgullo y prejuicio” con “Bolívar”?

Siempre busco una musicalidad, aquí textos que me ayudaran a entender cómo se hablaba de amor. En el caso de Manuelita me inspiré en sus cartas, que son fantásticas.

Hasta que Bolívar la declara “la libertadora del libertador”.

Sí, cuando ella le salva la vida. Eso es bien tarde. Él le da un reconocimiento a las mil batallas que dieron juntos.

También le da fuerza a la voz de la mujer negra, esclavizada. ¿Otra reivindicación histórica?

Se le dio voz a la mujer que crió al libertador por factores como que cuando la mamá está embarazada hace que esa esclava se case para que tenga un hijo y a la vez pueda amamantar a Bolívar, una costumbre de la época. Como tiene demasiados hijos y obligaciones, Hipólita tiene a Dionisio, que también es un gran amigo de Bolívar, para poder lactar doble, y ese papel se lo reconoce hasta el final.

Otro personaje interesante es el profesor Simón Rodríguez, quien primero le abre la mente a Bolívar. ¿Es otra propuesta pedagógica?

Eso es muy bonito. Bolívar queda en manos de un tío que detesta, que quiere quedarse con su fortuna y que intenta educarlo con profesores tradicionales. Ninguno aguanta y aparece Simón Rodríguez con unos métodos rarísimos. No está con él mucho tiempo, pero es una gran influencia, porque junto a él oye las primeras ideas sobre insurrección y revolución. Le da libros como el Emilio (tratado de filosofía de Rousseau) y aventuras de supervivencia como Robinson Crusoe, lo saca del aula de clase, le abre la mente a lo intelectual y a lo militar. No se vuelven a ver sino en París muchos años más tarde, pero lo marca. Ahí hicimos una especulación: frente a todas sus tragedias él le enseña que en la vida va a seguir perdiendo gente, pero que debe seguir sin apegarse: “Usted tiene que aprender a irse”.

¿Otros ejemplos de ficción incorporada?

Reproducir personajes anónimos que no están documentados. Por ejemplo, quiénes lo acompañaban en las batallas. Se dice que había una mujer en Pisba que tuvo un hijo en el paso. A esa mujer le hicimos toda una historia hasta el final. Hay un registro de que hay un pintor con él y le dimos vida. Está todo el tiempo registrando y tiene una vida, una mujer. En Bogotá había un personaje mítico llamado “El sereno”, el que prendía y apagaba las luces. Pues le dimos un rol importantísimo: recibe a Bolívar cuando escapa en la conspiración septembrina. El papel nuestro, además de contar la historia, es que entretenga, y esos personajes nos ayudan mucho mientras los principales están ceñidos a la historia aunque interpretados.

¿Cómo resume el tamaño del proyecto, hecho en cinco países con un equipo de producción de 120 personas, 400 actores, 8.000 extras y que se vendió a Netflix para todo el mundo?

Uno sabe que va a ser importante, pero nunca hasta dónde va a llegar. Las cosas se van dando. No es solo Netflix, sino que llegó en un momento histórico porque hay cuatro millones de venezolanos migrando por el mundo, hay cuatro millones de familias dándole dimensión. Ha sido una cosa increíble que nos han contado. Amado u odiado, recuperan de alguna manera el Bolívar que habían perdido durante el chavismo.

Hasta Nicolás Maduro opinó, primero criticando y luego aplaudiendo. ¿Qué opina?

No hemos querido entrar mucho en esa polémica, porque todo está permeado por un tema político que no merece importancia. Lo cierto es que al final se dio cuenta de que ese Bolívar está siendo querido, admirado y debió pensar: “Cómo me voy a bajar de este bus”. No se deberían usar esas emociones para manipular, más teniendo en cuenta que 30 años de chavismo distorsionaron la imagen del Libertador. En lo personal, viendo el éxodo uno no puede dejar de pensar en esta tragedia y cómo se consideran migrantes a los descendientes de quienes vinieron antes y nos ayudaron a alcanzar la libertad.

¿Están cumpliendo con el objetivo original que era volver la cara hacia Bolívar en el año del Bicentenario?

Una de las mayores satisfacciones es oír a la gente que me dice: “Me puse a ver la serie y me despertó tanta curiosidad, que me compré las biografías y empecé a leer”. Eso ya es una victoria, porque no buscamos imponer una visión, sino abrir las mentes a un diálogo sobre las facetas de Bolívar.

¿ Y el objetivo a nivel educativo?

Me encantaría que los profesores vean la serie con los alumnos, investiguen y digan en qué están de acuerdo o no. Que aprovechen el lenguaje audiovisual como herramienta pedagógica. Por Netflix Simón Bolívar y las batallas han estado entre los diez más buscados en Wikipedia en el mundo. La gente verifica a ver qué cambiamos.

¿Qué lección le queda con Bolívar a la escritora de “De pies a cabeza” y de “La niña”?

No hubiera creído ser capaz de una cosa de este tamaño, pero tomé la decisión y les dije: “Esto lo escribo yo, pero con argumentos de todo el equipo”. Responsabilizarme del proceso de escritura fue como mi campaña libertadora. Me siento como si me hubiera graduado, luego de estudiar, investigar, preguntar y volver a preguntar. No fue como en La niña, donde tenía el dominio completo de personajes que había creado basada en una historia real.

Neruda dijo que Bolívar es uno de los grandes personajes de la historia de la humanidad. ¿Está de acuerdo?

Estoy de acuerdo. Es un titán. Representa la fuerza de la voluntad y de la decisión de tener un ideal y mover el mundo para hacerlo realidad. Es impresionante cómo no perdió el foco de liberar a América. Bolívar es un dolor de abandono convertido en fuerza.

Y el factor afectivo se transforma en él en poder mental.

En medio de esos dolores vio el placer narciso de trascender. Dicen que lo vio Napoleón primero y Bolívar lo hizo porque podía y se gastó toda su fortuna en ello. Era adicto a una batalla más y a otra más. Por eso se derrumba cuando ya tiene que parar y volver a la burocracia de Bogotá. Eso ya no le produce fascinación, creo yo.

* El Espectador es parte del mismo grupo de medios de comunicación del Canal Caracol.

Por Nelson Fredy Padilla / npadilla@elespectador.com

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