El Magazín Cultural

Expediente Flaubert

En un hecho inusual de la historia de la literatura, una mujer de la ficción vivió un juicio en la realidad. Aunque tres hombres se sentaron en el sillón de los acusados, la conducta de Madame Bovary era el eje del proceso.

Alberto Medina López
22 de agosto de 2020 - 02:00 a. m.
Portada del libro "Madame Bovary", escrito por Gustave Flaubert.
Portada del libro "Madame Bovary", escrito por Gustave Flaubert.
Foto: Archivo Particular

La justicia napoleónica del segundo imperio francés le cobraba su adulterio, el pecado de su frustración como mujer atrapada en un matrimonio desabrido y sin amor.

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Su creador, Gustave Flaubert; Pichat, el director de la revista Revue de París donde se publicó por entregas la obra, y Pillet, el impresor, tuvieron que responder ante un tribunal bajo la acusación de “ultraje a la moral pública y la religión”.

El fiscal Ernest Pinard leyó juiciosamente la novela para condenarla con una premisa de su propia cosecha: “Imponer las reglas de la decencia pública en el arte no es subyugarlo, sino honrarlo”.

En su acusación, el funcionario leía fragmentos del libro con el objetivo de demostrar cómo la esposa alardeaba de su adulterio como si buscara un aplauso.

“-¡Tengo un amante, tengo un amante!, se repetía. Y se regodeaba en aquella idea, como si se sintiera renacer a una nueva pubertad, sobrevenida de repente”.

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No había en ella una pizca de arrepentimiento, y eso indignaba al fiscal.

“Ya había llegado la hora del triunfo, y ahora el amor, durante tanto tiempo reprimido, estallaba en toda su plenitud, a borbotones gloriosos. Lo saboreaba sin remordimiento alguno, sin miedo ni angustia”.

No soportaba a su esposo Charles y “se regodeaba en los peores sarcasmos del adulterio triunfal”. Dos hombres, Rodolphe Boulanger y Léon Dupuis, fueron sus amantes.

Con esos argumentos el fiscal pidió su condena, pero el abogado defensor, Antoine Marie Jules Sénard, guardaba bajo la manga una carta demoledora para su época.

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Usó el suicidio de Madame Bovary para defender a sus clientes, con un argumento moralista: no hay glorificación del adulterio porque hay castigo. Emma pagó con su vida por el crimen cometido. Se suicidó con arsénico en polvo.

“Lo importante de Emma no es que muera ni que la castiguen por ello, sino que rompe con las convenciones de su tiempo”, escribió Azriel Bibliowicz en Historia de una cama, la biografía de Flaubert.

El juicio terminó en exoneración y no le quitó una sola coma a la novela. Por el contrario, cuenta Bibliowicz, una vez publicada como libro en 1857 se vendieron 30 mil ejemplares en la primera edición.

Por Alberto Medina López

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