Y lo es, porque para quienes lo ignoran, el autor del relato citado es nada más y nada menos que Felisberto Hernández, un escritor de esos que se conocen poco, pero se aprecian mucho. Y lo sigue siendo, porque después de leer la narrativa del uruguayo es poco probable que el lector no se interrogue por la procedencia del autor. Digo: no es normal que alguien le transmita sensaciones a objetos, a silencios, a circunferencias. Y cosas así por el estilo.
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De modo que ya precisado esto, resulta llamativo -de verdad que sí-, conocer qué vendría siendo eso otro que el narrador dice que debe escribir. Es pertinente y suscita fecundas conjeturas cuando se repasa un poco la vida de Hernández y se conoce que fue un pianista fracasado que merodeaba entre Montevideo y Buenos Aires; que fue de extrema derecha; que fue un amante frustrado que solía regresar a brazos de su madre; que una de sus cónyuges fue miembro de la KGB y él, al parecer, no se dio por enterado.
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En suma, Felisberto Hernández es (fue y será) acaso igual o más llamativo que su obra. Es un escritor de esos que le hace pensar a uno que algo de razón tenía Heidegger cuando decía que el artista es el origen de la obra, y la obra el origen del artista. “Ninguno puede ser sin el otro. Pero ninguno de los dos soporta tampoco al otro por separado”.
Es de esas plumas que certificaba las consignas de Saint-Beuve: no es posible hacer crítica literaria sin conocer la vida de la víctima. Para conocer el crimen es preciso conocer al criminal, digamos.
Así también lo reconoce Washinton Lockhart, biógrafo del uruguayo, cuando dice: “Pocos casos podrían encontrarse en los que vida y obra formen una unidad tan indisoluble, a tal extremo que puede afirmarse que no nos daremos cuenta cabalmente de lo que escribió si ignoramos como debió llevar su vida, y recíprocamente, que su vida no sería comprensible sin el conocimiento de su obra”.
Es un narrador exquisito, raro, excepcional, y sin embargo no hace parte de las preferencias del gran público. ¿Por qué? Desde luego, las razones deben ser varias, pero hay una que parece posible: su anticomunismo.
O bueno, así lo considera un escritor coetáneo a él, que goza de mucho mejor reconocimiento: Juan Carlos Onetti, en un artículo titulado “Felisberto, el naif,” dice:
“En este silencio o eco escaso de su obra pueden haber intervenido, además delo que será dicho, factores políticos. Felisberto —siempre se le llamó así— era conservador, hombre de extrema derecha, discutidor en voz alta en reuniones con sus colegas, tanto en peñas como en domicilios más o menos privados. Esto ocurría cerca de la guerra del 39 y sus secuencias. Y en aquel Uruguay de su tiempo le era imposible tropezar con adherentes”.
En complemento habría que añadir que su sectarismo también se desarrolló en el ámbito de lo público, como lo certifican sus apuntes radiales par El Espectador; en ese espacio lanzaba retahílas políticas, en algunos casos con el humor que caracteriza su obra, como cuando le encuentra el juego de palabras al acrónimo URSS:
“Sr Renegado, Ud. es URSS: “Un Renegado Sin Suerte”, “Un Reo Sin Salva-ción”, “Un Rico Sin Sesos”, “Un Rufián Sin Saberlo”, “Un Reverendo SinSantidad”, “Un Resfrío Sin Sobretodo”, “Un Rústico Sistema Social”, “ÚnicoResultado Su Sepulcro» y, especialmente, “Una Risa Sin Sentido””.
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Eso es Felisberto. Para quien quiera hacerse una idea más amplia del humano es conveniente leer sus biografías y ese perfil que Tomás Eloy Martínez le dedicó, que da más insumos para creer que sí, no le podemos hacer nada: su obra estaba muy vinculada con su vida: “Para que nadie olvide a Felisberto Hernández”.
Las hortensias
Un ejemplo que certifica sus cualidades narrativas -su rareza, su singularidad, su estilo- es Las hortensias, en ella es posible localizar varias de las coordenadas del mundo felibesteriano.
“¿Es usted feo? No se preocupe. ¿Es usted tímido? No se preocupe. En una Hortensia tendrá usted un amor silencioso, sin riñas, sin respuestas agobiantes, sin comadronas”.
Estamos en 1939. Y la historia parece sencilla: la relación de una excéntrica pareja con una muñeca a la que el esposo confunde con su mujer. Y luego a las manías del cónyuge con estas; la mujer se entera: se escinde la relación amorosa; finalmente, un delirio se apodera del señor.
Es llamativo, sí, pero en líneas generales pareciera que no se distingue a una relación entre dos pacientes de la insania.
Desde luego, en detalle la historia trasciende vacuidades. En las descripciones de los personajes; en especial en Horacio (el marido), estriba el acierto narrativo del relato, que apenas iniciando nos dice:
“Coleccionaba muñecas un poco más altas que las mujeres normales. En un gran salón había hecho construir tres habitaciones de vidrio; en la más amplia estaban todas las muñecas que esperaban el instante de ser elegidas para tomar parte en escenas que componían en las otras habitaciones. Esta tarea estaba a cargo de muchas personas: en primer término, autores de leyendas (en pocas palabras debía expresar la situación en que se encontraban las muñecas que aparecían en cada habitación); otros artistas se ocupaban de la escenografía, de los vestidos, de la música, etc.”.
Las leyendas que acompañan a las muñecas son de este tipo:
“Vitrina segunda. Esta mujer espera, para pronto un niño. Ahora vive en un faro junto al mar; se ha alejado del mundo porque han criticado sus amores con un marino. A cada instante ella piensa: “Quiero que mi hijo sea solitario y que solo escuche el mar””.
Y entonces el efecto aparece: en poco, la atención del lector se define. Naturalmente, uno quiere saber más. El acto de imaginar lo narrado es sorprendente. Pero todavía es temprano. En un comienzo, la relación con las muñecas es un consenso entre cónyuges. Pero luego Horacio se obsesiona con Hortensia, que es como le han llamado a la muñeca en honor al nombre de su mujer: María Hortensia. Para evitar confusiones, a la esposa solo se le menciona por su primer mote.
“Descontarle Hortensia a María era como descontarle el arte a un artista. Hortensia no sólo era una manera de ser de María sino que era su rasgo más encantador; y él se preguntaba cómo había podido amar a María cuando ella no tenía a Hortensia”.
Horacio es un individuo maniático y supersticioso; le atribuye presagios a hechos desconectados, y se detiene en los ruidos, los silencios, los objetos; digno vocero de un personaje felisbertiano:
“Después volvió a pensar en los ruidos. Desde hacía mucho tiempo él creía que, tanto los ruidos como los sonidos tenían vida propia y pertenecían a distintas familias”.
Otro elemento que suscita interés, es el contraste entre marido y mujer. En principio María parece más lúcida que Horacio. Pero ambos comparten, aunque de manera distinta, sus propias peculiaridades. El relato está enfocado en Horacio, pero a uno como lector le queda la sensación de que María podría ser igual de extraña que el esposo: “te quiero porque eres loco”, le dice ella a él.
En un comienzo, la esposa concibe a Hortensia como una compañía -como una hija-, pero luego se embriaga de celos y ejecuta acciones inesperadas, como apuñalarle. (¡Sí: apuñalar a una muñeca por celotipia!).
En cualquier caso, el protagonismo del relato recae en el cónyuge y sus obsesiones: los espejos a los que no puede ver; los ruidos de la fábrica cercanos a su casa; la atribución de actitudes a las ventanas.
Al final, no sabemos si es por instinto natural el encantamiento de Horacio por las hortensias (como son llamadas las muñecas acompañantes). No sabemos si es víctima de sus desvaríos. No sabemos si es un síntoma de profunda soledad. “De cualquier manera aquella noche sus ojos se entregaron, con glotonería, a la diversidad de sus muñecas. Pero al día siguiente amaneció con un gran cansancio y a la noche tuvo miedo de la muerte. Se sentía angustiado de no saber cuándo moriría ni el lugar de su cuerpo que primero sería atacado. Cada vez le costaba más estar solo; las muñecas no le hacían compañía y parecían decirle: “Nosotras somos muñecas; y tú arréglate como puedas”.
Lo que induce a pensar que las Hortensias no eran la panacea contra el hombre solitario. No obstante, en eso radica, en buena medida, el ingenio del escritor uruguayo.
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¿Cuál es ese ingenio? En primer lugar, la creación de personajes fascinantes y absurdos; en segundo lugar, en despertar toda la curiosidad del lector, que no halla respuestas ni interrogantes, pues su esencia es netamente estética. O sea: en crear seres en un mundo parecido a este, pero con exóticas singularidades. En desbordar la imaginación del lector. En llevarlo a escenas fantásticas sin por ello hacer uso de los elementos fantásticos.
Lo de Felisberto, en resumidas cuentas, es recostarse sobre los aspectos más comunes.
Uno lo lee, lo relee y no puede dejar de preguntarse: ¿Cómo surgen estos relatos? ¿Cómo los crea? ¿Cómo los concibe?
Felisberto responde:
“Obligado o traicionado por mí mismo a decir cómo hago mis cuentos, recurriré a explicaciones exteriores a ellos. No son completamente naturales, en el sentido .de no intervenir la conciencia. Eso me sería antipático. No son dominados por una teoría de la conciencia. Eso me sería extremadamente antipático. Preferiría decir que esa intervención es misteriosa. Mis cuentos no tienen estructuras lógicas. A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de la conciencia, ésta también me es desconocida”.
Así es. Y no fue gratis el comentario de Ítalo Calvino: “No se parece a nadie”.
A todo lo cual habría que añadir otra cualidad: su condición de vidente. Pues estamos hablando de muñecas que suplen las necesidades de individuos; es decir: pareciera una trama de una narración de este siglo (1), pero se trata de una novela publicada setenta años antes.
Todo lo cual, nos permite señalar que lo de Felisberto es de plumas potentes. De artistas que nacieron adelantados a su tiempo, y quizá por ello no gozaron de mayor prestigio.
“Lo más seguro de todo es que no sé cómo hago mis cuentos, porque cada uno de ellos tiene su vida extraña y propia. Pero también sé que viven peleando con la conciencia para evitar los extranjeros que ella les recomienda”.
Felisberto, en todo caso, es un escritor que engalana la historia de la literatura latinoamericana por la exclusividad de su estilo, por la atemporalidad de sus ficciones y porque es de los pocos músicos que dejó un legado ajeno a su instrumento: el piano.
“No creo que solamente deba escribir lo que sé, sino también lo otro”. Ignoro la percepción del lector, pero me aventuro a pensar que, con todo lo anterior, resulta aun más fascinante saber qué rayos vendría siendo eso otro.
Bibliografía
-Caminos del bosque- Martin Heidegger, Alianza editorial, 2010.
-Felisberto Hernández, una biografía literaria- Washington Lockhart, Arca, Montevideo, 1991.
-Felisberto, el naïf- Juan Carlos Onetti, artículo disponible en línea: https://el-anaquel.com/2014/04/10/felisberto-el-naif-juan-carlos-onetti/ .
-Felisberto Hernández, el anticomunismo como problema- José Gabriel Lagos, disponible la plataforma Academia.edu:https://www.academia.edu/36986873/Felisberto_Hern%C3%A1ndez_el_anticomunismo_como_problema
-Explicación falsa de mis cuentos- Felisberto Hernández, disponible en línea https://www.revistadelauniversidad.mx/articles-files/a48c1720-ee4a-4156-a48d-fb7fb7010c83
-Narraciones incompletas- Felisberto Hernández, Siruela, 1990.
O para hacerse otra perspectiva, sería conveniente repasar la película ‘Her’.