En el corazón de Bogotá, cuando las luces de Espacio Continuo se enciendan por última vez, quedará abierto un portal hacia los escombros y las semillas del tiempo. La galería se despide con Memorias del colapso, la más reciente exposición de Miguel Cárdenas, un universo donde ruinas, paisajes y personajes flotan entre la arqueología del pasado y la imaginación de un futuro por venir.
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El artista confesó que la idea surgió casi como un relámpago. Había venido trabajando piezas en las que aparecían ruinas, escenarios desolados y objetos cargados de enigma. Pero cuando se le ofreció el espacio expositivo, comprendió que todas esas obras dispersas podían reunirse bajo un mismo signo: el del colapso. “Fue como si el título me llegara de golpe. Viendo la obra en el espacio, se reveló esa noción de un mundo a punto de derrumbarse, pero también de reinventarse”, señaló.
La exposición no se limita a mostrar cuadros colgados en un muro. Entrar en ella es atravesar un umbral. La sala se convierte en territorio incierto: fragmentos de esculturas se levantan como restos de una civilización por descifrar, pinturas que parecen ventanas hacia otros mundos expanden la mirada, y entre las sombras y los reflejos de la luz se despliega un ambiente de tránsito. Cárdenas quería que la experiencia fuera inmersiva, que el espectador sintiera que estaba caminando dentro de la ficción de los cuadros.
En sus obras, la memoria y la imaginación se cruzan como dos corrientes que no dejan de rozarse. Para Cárdenas, el arte siempre dialoga con lo que fue, pero con un pie adelantado hacia lo que vendrá. “Cuando miramos el arte del pasado vemos algo que fue contemporáneo en su tiempo, y aún hoy sigue vivo. Esa universalidad es la que me interesa: traer las ideas de entonces al presente y lanzarlas hacia adelante”, dijo.
De allí nació lo que él llamó arqueología futurista: una manera de observar lo desconocido con los ojos de quien busca vestigios. Así como en San Agustín los monolitos guardan secretos irresueltos, en Memorias del colapso aparecen objetos ambiguos, edificios apenas reconocibles, vehículos que podrían pertenecer tanto al presente como a un porvenir remoto. Lo inquietante es ese no-saber, la imposibilidad de descifrar del todo lo que se contempla. “Me interesa que en esa ambigüedad el espectador piense en nuestra sociedad como si fuera un hallazgo arqueológico del futuro”.
Ese recurso, explicó, fue también una manera de hablar del presente sin recurrir a la inmediatez de lo noticioso. En lugar de representar escenas concretas, prefiere la sugerencia. Un automóvil pintado podría ser de ayer o de dentro de treinta años; una escultura fragmentada parecería tanto un fósil como una proyección. Así, el artista se sitúa en la frontera donde el tiempo se pliega y nos confronta con la paradoja de estar vivos en medio de lo efímero.
El trasfondo, sin embargo, no es ajeno a las crisis que atraviesan nuestro tiempo. La pandemia, el deterioro de la democracia, la inminencia del cambio climático: todo se filtró en su mirada. “Sabemos que algo está fuera de balance. Vivimos adentro de un torbellino, con la certeza de que se aceleran transformaciones drásticas”. Y, sin embargo, en medio del derrumbe, el artista insiste en la posibilidad de germinación. Entre los escombros, crecen pequeñas plantas. Entre los restos de una ciudad arrasada, asoma la persistencia de las ideas. “Lo que siempre queda es el arte. Pienso en las cuevas de Altamira o en los petroglifos del Chiribiquete: son testimonios que sobreviven a todo. Las ideas nunca mueren, quedan listas para que otra generación las retome”.
La pintura es el punto de partida, el terreno fértil desde donde Cárdenas despliega su ficción plástica. Pero la exposición también incorpora esculturas que permiten al visitante habitar la atmósfera del cuadro. Objetos que invitan al espectador a atravesar la frontera entre lo real y lo imaginado. “Para mí la pintura tiene un alcance casi cinematográfico, y las esculturas son como fragmentos que se desprenden de esa ficción para convivir con nosotros”.
En esa frontera se instaló también la ficción como recurso para hablar de lo colectivo. Al despojar a los objetos de marcas temporales —un carro, una prenda, un edificio demasiado reconocible—, el artista liberó las imágenes de anclas históricas que podrían volverlas pasajeras. Lo ficticio, paradójicamente, se convirtió en la vía más directa hacia lo real. “Hay veces que una exageración o una invención radical nos conectan más con la esencia de la experiencia que una representación literal”.
El trasfondo de Memorias del colapso es, entonces, político y poético a la vez. Cárdenas observó cómo en cada florecimiento estaba implícita la semilla de la caída, y cómo cada caída abría espacio para un nuevo origen. No hay fatalismo, sino una conciencia lúcida: “Lo más realista es entender que todo esto conlleva un borrón y cuenta nueva”.
El imaginario apocalíptico no es ajeno a la historia del arte ni a la cultura occidental. Desde las visiones medievales del Juicio Final hasta la ciencia ficción contemporánea, el fin del mundo ha sido representado como escenario de condena, pero también de redención. En esa tensión se inscribe la obra de Cárdenas: lejos de recrear un horror fatalista, invoca la potencia de la destrucción como preludio de la renovación.
Si en un futuro remoto alguien encontrara sus obras como vestigios, imaginó que lo primero que leerían sería el vínculo profundo de nuestra sociedad con los objetos, y la manera en que estos cargaban significados más allá de su utilidad. Ese apego, aseguró, sería un enigma para quienes intentaran descifrar quiénes fuimos.
Ese gesto arqueológico resuena de manera particular en este momento. Porque Memorias del colapso no solo propone una lectura sobre el tiempo y la sociedad; también marca un hito en la vida cultural de la ciudad. Espacio Continuo, que durante años albergó exposiciones arriesgadas y apuestas de artistas contemporáneos, cierra sus puertas con esta muestra. “Es muy triste cuando desaparece un lugar cultural. No es algo que pueda reemplazarse de la noche a la mañana. Pero agradezco haber hecho parte de su último capítulo”, lamentó.
La despedida de la galería, entonces, se convierte en parte de la narrativa misma: un espacio que se extingue en el presente para transformarse en memoria. Así como las obras de Cárdenas imaginan sociedades que caen y renacen, la clausura de Espacio Continuo encarna la paradoja de la pérdida y la herencia. Quedará en la memoria como uno de esos lugares que marcaron la sensibilidad de una generación de artistas y espectadores.