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Presentamos esta conversación con Gabriela Arciniegas sobre su trilogía Helena, la reina condenada. La autora nos habló de su herencia literaria, su pasión por la investigación y la fuerza creativa que la acompaña desde niña.
¿Desde hace cuánto escribe y cuántos libros lleva publicados desde ese momento en el que decidió dedicarse a la escritura, además teniendo en cuenta que es una herencia familiar?
Creo que ahí sí soy el resultado de un gremio familiar de escritores, porque mi abuelo escribía, mi mamá también escribía y mi tía todavía escribe. En cuanto a mi abuelo, Germán Arciniegas, aunque era historiador y no se consideraba a sí mismo escritor, sus libros no solamente dan cuenta de hechos históricos, sino que les metía poesía y hasta un toque de ficción.
Crecí rodeada de libros y desde antes de saber escribir, a mí me contaban muchas historias.
Así que, a los tres años, más o menos, esa edad en la que le preguntan a uno qué quiere ser cuando sea grande, a lo que muchos dicen “quiero ser astronauta”, “quiero ser policía”, “quiero ser bombero”, yo decía “quiero ser escritora”.
Hasta este momento con la trilogía de Helena, sumaría unos 15 libros en total.
Usted de alguna manera heredó las ganas de investigar y eso se ha reflejado en su trabajo con Helena...
Independientemente del género al que uno se dedique, siempre necesita una dosis de investigación.
Si es de terror, es importante saber de culturas antiguas y dioses antiguos, pues de ese modo, ese conocimiento ancestral nutre mucho la obra.
Hasta para los géneros más fantásticos. Tolkien, por ejemplo, era lingüista. Muchos, sin importar su profesión, han tenido que investigar. La obra de los grandes autores siempre refleja investigaciones de algún tipo, bien sea sobre botánica, zoología o sobre culturas antiguas, el escritor ejerce de investigador.
Viene a la mente la relación del género terror con el tema de Helena, por el título que lleva precisamente esta trilogía, La reina condenada. Seguramente muchos hemos condenado a Helena, que por su belleza se armó todo un tropel, y eso la puede llevar a un personaje terrorífico, ¿cómo fue ese proceso de reivindicación de Helena?
Tocas un punto importante. Primero, la relación de Helena con el terror, existe en el sentido más literal por la conexión de este género con las culturas antiguas. Lo que dije antes, el hecho de que todos los dioses de la antigüedad exigieran sacrificios humanos tiene relación con este género. Por ejemplo, durante una plaga, si no se le rezaba al dios correcto, la plaga iba a seguir. Los dioses, en conclusión, eran los monstruos de la antigüedad. Eran entidades temibles.
Ahora, Helena podía verse en algunas versiones como una figura bella pero a la vez aterradora, pues sobre ella pesaba la maldición de que, quien se enamorara de su belleza, estaría condenado a sufrir una desgracia. En su mismo nombre, Helena, que es un nombre que proviene del griego antiguo y significa antorcha, estaba sellado ese destino, ya eso nos dice bastante. Esta característica, en apariencia pueril como un nombre y un cuerpo, condujo según Homero al catastrófico fin de una era. Y si vamos a lo histórico, ahora que se comprobó que esa guerra sí existió, se sabe además que no sólo Troya desapareció en el año 1280 a.C., sino que poco después se destruyeron, casi de forma sincrónica, todos los pueblos aqueos, y todos estos, además, desaparecieron igual que Troya: quemados (Homero, en el año 700 a.C., perteneció a una cultura diferente). Además, apenas 80 años después de este evento, se extinguió también el imperio hitita, que colindaba con Troya y del que se dice que tuvo una relación política con dicha ciudad.
Esto es muy significativo, ya que la obra de Homero no solo marcó un hito en la literatura antigua griega, sino que también relató un hecho categórico para la historia de la antigüedad, tanto griega como de estos pueblos asiáticos.
La figura de Helena, entonces, se volvió un mito, un personaje ficcional, y un referente universal. Uno habla de Helena la Bella y Helena de Troya, y todo el mundo sabe de qué está hablando. De esa pregunta partió otra: ¿Por qué tuvo que ser ella la culpable de todo esto? Si nos ponemos a pensar, en una guerra suelen jugar intereses diversos. La excusa para iniciarlas sí puede ser la mujer, el hijo, el primo que mataron, pero hay que investigar más a fondo las verdaderas causas. Y desde el punto de vista histórico, la guerra que nos cuenta Homero no fue por una mujer, fue por dos elementos fundamentales. El primero era el hierro y el segundo el territorio. Al final todas se reducen a lo mismo. En este caso, mientras Asia ya había entrado a la era del hierro, los pueblos aqueos solo podían tener acceso a este mineral gracias a los meteoritos. El hierro, a diferencia del bronce, es un material resistente y capaz de producir mucho más daño en la guerra. El bronce, en cambio, además de que no podía sacársele tanto filo, dependía de varios metales para ser creado, principalmente estaño y cobre. Así pues, en una época tan bélica (cualquier parecido con el presente es pura coincidencia), tener un acceso directo a un mineral tan poderoso era empresa de todos. Y en segundo lugar, el territorio de Troya, ubicado en la cintura del reloj de arena entre Grecia y Asia, era privilegiado desde el punto de vista geográfico. Así pues, podía ser romántico (y algo misógino) pensar que una mujer pudiera ocasionar semejante masacre, pero la realidad fue muy diferente.
Entonces surge la siguiente pregunta: ¿cómo eran las mujeres en esa época, y qué más tenía Helena que ofrecernos además de la belleza? ¿Y cuál era ese ideal de belleza para esa época? Cada cultura y cada época ha tenido ideales diferentes: en el Renacimiento, era tener los dientes chiquitos, separados, la frente ancha y tener bastante carne, porque eso significaba salud y fertilidad; entre los incas, tener el cráneo alargado; en otras culturas, ser bizca o tener el cuello largo como el de una jirafa. Hollywood nos entregó una belleza rubia, que no coincide para nada con las culturas egeas, cuyos habitantes debían ser morenos y las mujeres, voluptuosas, de pelo negro azabache.
Así que, entre la arqueología, la historia y la literatura, nos van entregando algo más fiel a la realidad.
<b>Al final, todo se resume en el cuerpo. La guerra, en teoría, gira en torno al territorio y los recursos, pero en realidad el afectado siempre es el cuerpo.”</b>
¿Qué palabras podrían describir a Helena en conjunto, más allá de su cuerpo y su belleza, hacia lo que habita dentro de ese cuerpo?
Toda la historia de Helena está centrada en el cuerpo. En la belleza, por un lado, pero los textos de las culturas contemporáneas revelan gran cantidad de ritos relacionados, por ejemplo, con las etapas de la vida, tanto de los hombres como de las mujeres: el paso de la infancia a la adultez, el embarazo, el parto, la partida hacia la guerra.
Entre los hititas, tan poco mencionados en la antigüedad, pero que convivieron con las culturas en cuestión, había un rito del perdón, en el que tenía que haber una desnudez física y una desnudez de alma. En este rito, se realizaban actos que hoy podrían ser psicomágicos, un poco jodorowskianos, casi precursores de la psicomagia.
Y, en general, en las culturas del siglo XIII a.C., que es la época que nos concierne, todo giraba en torno al cuerpo: la idea sobre los dioses, el objetivo de su ira, los ritos para apaciguarlos, y sí, también la guerra, que en el papel giraba alrededor del territorio, de los recursos; pero, en realidad, el que se afectaba era el cuerpo de los soldados y hasta de los reyes, quienes en esa época salían a pelear al pie de sus ejércitos. La guerra al final es un acto biopolítico, como diría Foucault. El cuerpo siempre es el centro.
De modo que el problema es bastante grave: por un lado, Helena no dejó nada escrito, y no se puede saber quién era ella como personaje histórico. Por otro, cuando Homero habla de ella, seiscientos años después, ella ya es una ficcionalización. Los hechos relativos a la guerra los conocimos como oír el final de un juego de teléfono roto. Sin embargo, dentro de esa versión ficcional nos dio unas pistas para quien quisiera pensar en una Helena posible: era hija de Zeus, lo que le daba la capacidad de leer el vuelo de las aves; tenía la habilidad de hacer vaticinios, de saber de pócimas entre otras cosas, simplemente por tener esa genética divina. Me gustó la idea de imaginar una Helena poderosa y extrasensorial.
Empecé a investigar cuáles eran las posibilidades de acción que tenía una mujer de cuna noble, pero, por ser mujer, invisibilizada. Del lado occidental del Egeo, en Esparta, solo podía ser sacerdotisa, esposa o esclava, o las tres cosas a lo largo de su vida. Pero, del otro lado, en Asia menor, pueblos como los hititas tenían magas y médicas dentro de las cortes, roles que eran muy definidos y apreciados en la sociedad.
Troya, entonces, al ser una ciudad cercana a imperios como este, ofrecía una vida más rica para las mujeres. Me pareció muy importante explorar cómo esta Helena histórica pudo encontrar alguna satisfacción por fin estando en Troya. A pesar de llegar en calidad de esposa del enemigo, de posible espía, de posible causa de una guerra, esta cultura, tan diferente de la suya, tenía que haber sido más evolucionada que la suya y más “woman friendly”, para ponerlo en términos de hoy.