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Gaspar Hoyos, el flautista que cambió de espejo

El músico clásico, quien dice que en esta etapa de su vida se siente más tranquilo, pues el éxito y la fama han quedado en un segundo plano, asegura que sus prioridades ahora son la colectividad y el sentido de comunidad. Mañana, en el marco del VI Festival Internacional de Música Clásica de Bogotá, que se realiza desde hoy y hasta el sábado 8 de abril, se estará presentando a las 11:00 a.m. en el Teatro Colsubsidio Roberto Arias Pérez.

Danelys Vega Cardozo
05 de abril de 2023 - 12:00 p. m.
Gaspar Hoyos, el flautista que cambió de espejo
Foto: William Niampira

Las calles están desoladas. Hay más máscaras que de costumbre. Solo queda confiar en las miradas. La humanidad está resguardada en cuatro paredes. Gaspar Hoyos está encerrado. “Cuarentena obligatoria”, anuncian en la televisión. Ha dejado de ser flautista o, mejor, ha dejado de reconocerse así bajo las circunstancias actuales de aislamiento. “¿Quién soy?”, se preguntó. “No importa quién soy yo. Lo que importa es quiénes somos todos juntos”.

Nunca había tenido tanta conciencia de la comunidad como en esos dos meses de encierro. Antes de que el virus llamado covid-19 se apoderara de las calles, él solía ir con su flauta a las escuelas para tocarles a los niños. Lo mismo hacía en los ancianatos con los viejos. Aquellos momentos los consideraba tan solo como “misiones concretas”. “¿Qué puedo hacer desde mi casa?”, se cuestionó. La respuesta a su pregunta la halló gracias a la ópera donde tocaba y continúa haciéndolo: la Ópera National de Lorraine. Entonces se puso en marcha un nuevo proyecto: la gente ya no tendría que ir a escucharlos hasta donde estaban, ellos irían hasta sus casas y lo harían a través de videollamadas. Todos los días ofrecieron conciertos por ese medio. Algunos de los asistentes virtuales escucharon por primera vez ópera. Gaspar Hoyos cayó en cuenta de que era como un payaso, un malabarista o un escritor, que podía “hacer soñar a alguien durante cinco o veinte minutos o una hora de concierto”.

En realidad, no le gustaba para nada esa comunicación mediada por una pantalla. Sin embargo, debía admitir algo: esas videollamadas lo ayudaron a ser consciente de la “importancia que tenemos todos para todos”. Se dio cuenta de que la relevancia de aquel medio de comunicación recaía en el hecho de tocar para otra persona. Porque “si ella no estuviera, ¿qué sería eso para mí?”, pensó. “Nada”.

Seguramente, igual sentiría mariposas y escalofríos. Incluso algunas lágrimas recorrerían su rostro. Tal vez hasta una sonrisa se dibujaría en su boca. Todo eso era lo que le provocaba oír y tocar música clásica con su flauta desde que era un niño. Pero eso no le bastaba: la música también era para compartir, sino “después de un tiempo dejas de tocar, porque para qué”.

-Sí, eres alguien gracias a los otros. Nos definimos a partir de ahí, le dijo una periodista con quien conversaba.

-Sí, la belleza de todo es que no podemos definirnos si no existen los otros.

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***

Ahora ya no hay misiones concretas o acontecimientos específicos. Ahora importa cada minuto, independientemente del día, el lugar o la población. Ya no es relevante si su público son niños, ancianos, ricos o pobres, porque su misión es “con todos y a todo momento”. Incluso, ya no importa si lo hace como músico, sino como ser humano. “Con mi sonrisa, mis buenos días, mi mirada o agradecimiento”. Todo eso era algo que veía muy presente en los colombianos, pero pareciera que se estuviera esfumando.

Cada vez que iba a Colombia, así fuera por dos semanas, podía conversar con alguien en un cajero, un centro comercial o algún otro lugar. Entonces regresaba a Francia con las “pilas puestas”, como si lo hubieran conectado a una corriente de energía. Pero la última vez que visitó su país las cosas fueron distintas. Se encontró con muchas islas: con personas pegadas a una pantalla y con audífonos puestos. “En Francia no hemos tenido nunca ese entusiasmo, esa amabilidad colombiana, pero no me gustaría que eso se perdiera en Colombia”.

Hay otro fenómeno que lo angustia, aunque admite que no solo es colombiano, sino universal: la falta de líderes intelectuales. “No sé qué pasó, dónde están o si es que ya nadie les cree”. Y la verdad es que a él le gustaría que hubiese líderes en todos los campos, para ver “si salimos de este lío en el que estamos”. “¿Quién puede proponer una solución que sea bonita y funcione? ¿Dónde están esos líderes?”, suele preguntarse.

-Sí, pero, ¿es necesario que haya un líder para que hagamos algo? Si esperamos a que eso suceda, pues nunca haremos nada.

-Sí, cada uno tiene que hacer lo suyo para mejorar las cosas, pero el problema es que hay mucha gente que no sabe qué hacer para mejorar la situación en general. Es ahí cuando entra el líder a mostrarles qué pueden hacer; no les impone algo, sino que les muestra opciones.

Opciones son las que les da a sus alumnos, a quienes solo les brinda las pautas técnicas a nivel musical. “Si fuera un profesor de poesía, pienso que daría la gramática, la ortografía, la manera de construir el poema, pero no daría las palabras, el tema, ni las sombras, ni las luces”. No siempre tuvo aquel pensamiento. Cuando estaba iniciando en la docencia reproducía lo que sus maestros le habían enseñado. Él era el espejo de ellos y buscaba que sus alumnos también lo fueran. Ahora lo que le interesa es que sus estudiantes florezcan siendo ellos mismos.

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-¿Por qué ese cambio?

-Creo que es la modestia. Pienso que el ego, esa identificación de uno con alguien, se va borrando cuando eres consciente de la importancia de la comunidad. Si cada uno es él mismo, esa comunidad va a ser muy rica, con una variedad de personas, de propuestas, de ideas. Hay una frase de una bailarina (no recuerdo su nombre) que dice: “En la historia del universo no hay si no un tú. Tú eres único: no ha habido un antes y un después de ti”. Eso es muy importante porque cada uno es diferente, y si uno intenta copiar a otros, está limitando sus posibilidades propias.

Limitaciones que él mismo se ponía y no solo como docente, sino también como músico. Algunas veces intentó imitar a otros intérpretes clásicos. “Cuando escuchas a los ‘mejores’ en un instrumento, obviamente, los vas a copiar. Con eso viene el problema de que sientes que nunca llegarás a ser tan buenos como ellos. Escuché mucho a Rampal y nunca llegué a ser como él, pero es que, en la historia del universo, como hablábamos antes, solo hay un tú”. Llegar a esa conclusión fue posible gracias a aquella frase de la bailarina. Entonces se convenció de que, si quería llegar más allá, tenía que ser él.

-¿Esa es su apuesta actual: ser usted mismo?

-Sí, ser yo mismo sin preocuparme por quién soy, porque lo que importa es quiénes somos.

***

Al flautista Jean-Pierre Rampal no solo lo escuchó, sino que también lo conoció e incluso alcanzó a ser su alumno, el último de todos. La primera vez que lo vio fue en 1998 en el concierto Jean-Pierre Rampal que se realizó en París. “Gané premios, pero el primer premio fue haber conocido a Rampal. Pensaba: ‘Sí está ahí. Existe’. Fue bellísimo intercambiar ideas con él y, sobre todo, hablar de música con él”.

-En particular, ¿qué le dejó esa experiencia?

-Que la música es, sobre todo, emoción.

Y para él la vida sin emociones no vale la pena, “porque la vida es corta, es una sola. No podemos pasarnos la vida pensando en cosas materiales: en el trabajo, en el sueldo. Un día nos jubilaremos, entonces miraremos hacia atrás y nos preguntaremos: “¿Qué hicimos? ¿Qué sentimos?” Y si la respuesta a eso es que hicimos mucho, pero sentimos poco, es una lástima. Cuando miras la vida de un ser humano, lo importante es eso: el amor, la amistad, las emociones, más que los éxitos, los logros y la fama… Nada de eso importa”.

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Pero algún día estuvo del otro lado de la moneda: algún día fue uno de esos jóvenes interesados en el éxito y en las cosas materiales, “pero me he dado cuenta de que eso no es lo verdaderamente importante”. Ninguna situación en concreto lo llevó a adoptar ese pensamiento. “Son los años que van pasando y la sabiduría que va llegando sola”.

Está seguro de que si el día de mañana falleciera, podría decir que valió la pena la vida que tuvo. “Pero si mi vida hubiese estado concentrada en mi carrera de flautista o solo hubiese girado en torno a mí, en ser alguien o ser famoso, creo que no podría decir lo mismo. Lo lindo sería preguntarme: ‘Si me muero mañana, ¿cómo me van a recordar?’”. Y él quiere que lo recuerden como alguien que contribuyó a la comunidad, aunque todavía no sepa cómo hacerlo desde su papel de músico clásico. “Me pregunto: ‘¿De qué manera mi trabajo puede mejorar la sociedad?’. Esa es una respuesta que estoy buscando y que me interesa mucho. Si la tienes, por favor dímela”.

-Pienso que cada uno debe hallar su propia respuesta a esa pregunta. Todavía tiene tiempo para encontrarla.

-Sí…

***

Tiempo después de conocer a Rampal empezó a ir a su casa a tomar clases de flauta. No fueron muchas, porque el flautista francés se enfermó. Entonces comenzó a sentirse cansado, así que hablaban y él le decía: “Hoy no vamos a trabajar, no vamos a hacer clase. Hoy no puedes venir”. A pesar de que no fueron tantos encuentros, hubo algo que le transmitió para toda la vida: la fuerza, “pero también esas ganas de hacer un poco de poesía para la gente, para el mundo”.

Quizás esa es la poesía que hace a través de su flauta, su verdadera pasión o su adicción, como también le llama. “Es una conexión física muy importante”. Su adicción se lo atribuye a que la flauta tiene una relación con el aire, “con el soplo, con la respiración, es decir, con la vida”. Entonces, si un día no tiene compromisos (citas, cuentas por pagar, etc.) puede quedarse todo el día en su casa tocando la flauta. En su época como alumno pasaba lo mismo: estudiaba todo el día si era posible. Pero el instrumento de estudio pudo haber sido otro.

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Tenía 12 cuando descubrió la discoteca de música de su mamá; empezó a devorarse la clásica. Desde que llegaba del colegio Refous, donde estudiaba, ponía a girar los discos de vinilo. Escuchaba muchas sinfonías y obras barrocas. El instrumento que se destacaba en aquellas piezas era el violín. Un día le dijo a su mejor amigo que se inscribieran en algunas de las clases particulares de música que ofrecía su colegio. Le sugirió que aprendieran violín.

-No. ¿Para qué violín? Eso es muy feo. Estudiemos flauta.

-Listo, que sea flauta.

Llamó a su papá y le pidió que le consiguiera ese instrumento.

-¿Cómo así que una flauta?

-Sí, es que quiero estudiar flauta.

-Bueno. Voy a tratar de conseguir una.

La consiguió, pero su amigo no. “Ahora es arquitecto o algo así”.

De a poco, Gaspar Hoyos se alejó del fútbol. Dejó de ser arquero. “Dejé todo por la música, puedes preguntarles a mis profesores de bachillerato cuando mis notas bajaron”. Y es que desde que empezó a tocar la flauta tuvo la certeza de que la música era su camino, lo que quería hacer por el resto de su vida. Después de aquel hallazgo no tuvo ni tiene otras pasiones que se equiparen a la flauta. A esas otras les llama pasatiempos, como es el caso de la cocina y la lectura.

Su camino hacia las letras empezó gracias a los libros para niños que le regalaban. Recuerda, sobre todo, leer y releer un libro en particular durante su infancia: Cuentos del pícaro Tío conejo. Aún conserva aquellas narraciones. No son las únicas, porque los cuentos completos de Julio Cortázar también permanecen con él. “Los leo y dejo pasar un tiempo sin hacerlo. Luego los vuelvo a leer y, como se me olvidan, siempre encuentro cosas sorprendentes en ellos”. Ha escrito artículos, pero si “escribiera una novela, o incluso un cuento, no sería capaz de mostrárselo ni a mi amigo más cercano, porque hay gente que hace eso mucho mejor que yo y nadie me necesita para proponer ese tipo de cosas”. Lo mismo le sucede con la composición: sus creaciones las guarda en secreto. “Hay tantas composiciones tan bonitas, tan bien hechas, que quién soy para proponer algo”.

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***

Hace 18 años llegó a su vida Esteban y, unos años después, Tobías, sus hijos. Entonces aprendió a modificar el tiempo de estudio de la flauta, ya no podía tocarla todo el día. Le tocó acostumbrarse a que a veces hubiera reguero. Aprendió que en ocasiones debía dejar de hacer lo que estaba haciendo para atender a esas voces que decían: “Papá, papá”. “Al principio no entendía qué pasaba, qué era esa tormenta. Después te acostumbras y aprendes a ser paciente”. Su única apuesta con sus hijos es que sean felices y que ayuden a otros a que también lo sean. “Por ahora vamos bien”.

-¿Por qué lo dice?

-Porque los he visto cuando están con otras personas, me he dado cuenta de que se sienten bien, que no tienen ese problema de fingir ser personas chéveres, inteligentes y bien educadas, sino que están tranquilos, sin fanfarronear. No están concentrados en sí mismos, y eso me parece importante para cualquier ser humano.

-¿Por qué?

-Porque cuando estás concentrado en ti mismo es porque te has identificado con ciertos perfumes: éxito, fama, belleza, etc. Entonces, vas a sentirte insatisfecho y muchas veces puedes sentirte amenazado porque no eres suficientemente bello, rico, inteligente, etcétera. Pero cuando estás más pendiente de los otros, todas esas facetas de tu yo, de tu ego, no son tan importantes, y estás más tranquilo.

-En comparación con su etapa de juventud, ¿ahora se siente más tranquilo?

-Sí, estoy más tranquilo, pero eso me lleva a otra pregunta: ¿esa tranquilidad llega porque ya has tenido éxito y tienes una situación estable y todo eso? No sé si alguien joven que no tiene casa, que no tiene trabajo, puede hablar de la misma manera. En todo caso, estoy seguro de que esa tranquilidad, esa modestia, ese estar más pendiente de los otros, hace que seas más feliz.

Danelys Vega Cardozo

Por Danelys Vega Cardozo

Comunicadora social y periodista de la Universidad de La Sabana con énfasis en periodismo internacional y comunicación política, y un diplomado en comunicación y periodismo de moda. Perteneció al semillero de investigación Acción social y Comunidades, bajo el proyecto Educaré.danelys_vegadvega@elespectador.com

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