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Granada, la ciudad andaluza que alguna vez vio nacer y llorar a Federico García Lorca, despidió con emoción y reflexión la XXI edición de su Festival Internacional de Poesía (FIP). Y lo hizo de la mano de Irene Vallejo, ensayista española y autora del aclamado El infinito en un junco, quien en la clausura ofreció algo más que palabras: tejió un puente invisible pero luminoso entre la poesía, la memoria y Colombia.
Vallejo cerró el festival con una charla que bien podría calificarse de ceremonia poética. Habló de libros como puertas a otros tiempos, de la posibilidad de ser “cosmopolitas del tiempo” al leer, y de cómo, aunque la historia no siempre permita que germinen ciertas semillas, los libros dan a esas semillas nuevas oportunidades de brotar, en otros suelos, en otros siglos.
Y fue entonces cuando, con voz cálida, nos transportó al Chocó, una de las regiones más marginadas de Colombia, para contar una historia que estremeció al público granadino. Allí conoció a Velia Vidal, una mujer afrocolombiana que, contra todo pronóstico, fundó un proyecto de promoción de lectura llamado Motete, llevando libros, canciones y esperanza a escuelas que apenas tienen mobiliario, mucho menos bibliotecas. Una apuesta por sembrar imaginación donde abunda la carencia.
“¿Cómo nació esta idea?”, le preguntó Vallejo a Vidal. La respuesta fue como un poema que viajó en el tiempo: “Leyendo el discurso de inauguración de la biblioteca de Fuente Vaqueros, de Federico García Lorca”.
En ese momento, el auditorio contuvo el aliento. Porque con esa anécdota Vallejo nos recordó que las palabras, aunque parezcan frágiles, no mueren del todo. Que a veces cruzan océanos, sobreviven guerras, dictaduras, silencios. Que Lorca, asesinado y arrojado a una fosa común en 1936, vive hoy en las voces de los niños del Chocó, cantando y leyendo bajo los árboles, en festivales creados por la comunidad.
“Federico está con los niños del Chocó”, dijo Vallejo. “Inspirando este proyecto de Motete. Y tiene muchísimas ramificaciones las palabras de Federico, que nadie pudo acallar gracias a los libros. Por eso creo que hay algo emocionante en esa capacidad de memoria”.
La XXI edición del FIP de Granada había comenzado con otra voz colombiana: la de la poeta Piedad Bonnett, reciente ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Su lectura inaugural marcó el tono del festival: uno de belleza, verdad y conciencia.
Que comenzara con Bonnett y terminara con el recuerdo de Lorca floreciendo en este territorio colombiano no es casualidad, sino una constelación. Un reconocimiento tácito del papel que Colombia ha jugado en el entramado iberoamericano de la poesía y de la lectura como acto político, amoroso y transformador.
Granada, que tantas veces ha sido símbolo de pérdida y renacimiento, entregó así un mensaje claro: la poesía no se queda en los mármoles de los teatros ni en las estanterías de los festivales. Camina, canta, resiste. Incluso en un niño del Chocó que recibe una mandarina y un libro como quien recibe el mundo.
Por Tamara Morales Orozco
