Eduardo Zalamea Borda (Ulises), quien publicó en 1947 el primer cuento de Gabriel García Márquez, fue el compañero de fórmula de Guillermo Cano en la dirección del nuevo “Dominical” de 1948. Allí este se sintió como Cano en el agua, porque la literatura era su pasión. Ulises publicaba la columna “Fin de semana”, cereza en el pastel del “Magazín” por su prosa refinada; Otto de Greiff escribía sobre música y Gonzalo González (GOG) tenía su columna “Preguntas y respuestas”.
Así entró Guillermo Cano en contacto con una pléyade de escritores de distintas generaciones y demostró sus dotes para empaquetar en una revista apetecibles materiales de diversa índole. En ese empeño lo acompañó su maestro Álvaro Pachón de la Torre, a quien dedicó una bella semblanza titulada “Mi personaje inolvidable”, cuando falleció en un accidente automovilístico en marzo de 1953. En ella recordó los primeros tiempos del “Dominical” y precisó que fue iniciativa de don Gabriel Cano:
“(…) y con mi poquísima experiencia queríamos convertirlo en una gran revista al estilo de las mejores publicaciones norteamericanas. Nosotros preparábamos el material de El Espectador Dominical, seleccionándolo de libros y revistas de éxito, y contábamos con la ayuda esporádica de uno que otro periodista de renombre”.
Seguramente de las conversaciones que sostenían, alimentadas con la experiencia que traía Pachón de la Torre del periodismo estadounidense y la fascinación de Guillermo Cano por esas revistas que conoció en Estados Unidos, acabó de cuajar el formato de magazín que combinaba la literatura nacional e internacional con la crónica social, deportiva y femenina; los relatos policiacos, la crítica cultural y la divulgación científica, sumándole un diseño atractivo, despliegue fotográfico e ilustraciones de los artistas y caricaturistas más prometedores del momento: Enrique Grau, Hernán Merino, Hernando y Lucy Tejada.
Dado que la salida del suplemento coincidió con las violentas jornadas del Bogotazo, Elvira Salcedo Román entrevistó a Bertha Hernández de Ospina, primera dama de armas tomar para defender al presidente. Guillermo Cano, por su parte, publicó una crónica sobre la destrucción de las librerías de la ciudad y evocó ese eslogan por el que se conocía a Bogotá en el exterior: “La capital del café y de los libros”.
Arropado por los lectores, en 1950, el “Magazín Dominical” dio su grito de independencia como empresa autónoma, gerenciada por Alfonso Cano, en la que todos los redactores tenían acciones. El “Doctor Pachoncito” pasó a codirigirlo con Guillermo Cano, y cuando este último debió asumir la dirección del diario tras los ataques incendiarios del 6 de septiembre de 1952, se quedó solo frente al hebdomadario hasta su muerte trágica.
Otras plumas destacables fueron Darío Bautista, Lucio Duzán (cuyo verdadero nombre era Juan María Galvis), Camilo Pardo Umaña, Antonio Panesso Robledo, Eduardo Caballero Calderón, Próspero Morales Pradilla, Eddy Torres, Jorge Zalamea y Elisa Mújica. En la sección deportiva se engolosinaban Mike Forero y Guillermo Cano, con el apoyo de Carlos Arturo Rueda.
Felipe González Toledo escribía la crónica judicial con ribetes literarios (“un Sherlock Holmes de exquisita flema rola”, según Germán Pinzón); Paulo E. Forero, la crónica de vida cotidiana, y José Guerra, la cultural. La divulgación científica e histórica corrió por cuenta de Rafael Serrano Camargo y del corresponsal en Nueva York, Félix Martí Ibáñez, español republicano. El corresponsal de La Habana y del Caribe se firmaba con el seudónimo de Juan Nogales y en París despachaba el exquisito Uriel Ospina. Camilo Pardo Umaña (hermano de la popular Emilia) escribía las crónicas históricas sobre haciendas sabaneras. Y Gustavo Wills Ricaurte, condiscípulo de Guillermo Cano en el Gimnasio Moderno, tenía la columna “Palabras, palabras”, que firmaba como Hamlet.
El estilo gráfico de la revista entraba por los ojos y en los primeros años del “Magazín” pasaron por las portadas los mejores fotógrafos del periódico y del país: Alberto Garrido, Daniel Rodríguez, Leo Matiz, Nereo López, Héctor Acebes, Saúl Orduz, los hermanos Cárdenas, Gabriel Carvajal y Alfonso Benavides (estos dos corresponsales en Medellín) y ocasionalmente el decano Luis B. Ramos. Las portadas fueron en blanco y negro hasta que se introdujo el color (todavía defectuoso), en 1952. A partir de entonces se alternaban las fotografías con las ilustraciones de Merino, cocreador del personaje de José Dolores.
No hay que ir muy lejos para encontrar la historia de los orígenes del “Dominical”, porque un autor anónimo la contó en la crónica “Vida y milagros de El Espectador Dominical”, del 24 de octubre de 1948.
“(…) Guillermo Cano tiene a su cargo una responsabilidad especial. Por eso, después de escribir su acostumbrada nota para la sección de “Día a día”, toma unas cuartillas de papel y con ellas hace un cuadernillo de 24 páginas. En la portada escribe con lápiz “Edición Dominical”, y luego marca cada una de las páginas con títulos que dicen: “Reportaje Pachón”, “Fin de semana”, “Cuento traducido por Guzmán”, “Pintura”, “Literatura”, “Novela”, “Deportes”, “Sociedad”, etc. Este cuadernillo, que en el argot periodístico se denomina el “bote”, es el esquema o patrón del próximo “Magazín Dominical”. Día por día, a medida que lleguen los originales y pasen a los linotipos, las páginas originarias del “bote” se van a convertir en cada una de esas páginas que usted recorre ávidamente con los ojos en este momento, apreciable lector. El trabajo cobrará especial intensidad en las horas de la noche del jueves y en la mañana del viernes, porque la edición tiene que cerrarse esa tarde, con el fin de que circule el sábado temprano. El viernes a las siete de la noche, con el cabello en desorden, enfundado el largo y nervioso cuerpo en una blusa de dril, Guillermo Cano, frente a las platinas, atenderá los últimos detalles de la armada cambiando de lugar los lingotes de plomo para que sea mejor la presentación de un artículo, o consiguiendo un pequeño aviso para tapar el hueco que se presentó en una página. Minutos después comenzará la música asordinada y monocorde de la rotativa complementada a la mañana siguiente por esa otra alegre clarinada de los voceadores, que gritan: El Espectador Dominical”.