Este texto nace para ser leído antes de una representación de la obra “Hasta encontrarte”, en un espacio que desde el Festival de Otoño de Madrid se ha bautizado como “Antesalas" y que se pensó como espacio libre de spoilers, porque la idea es asentar un contexto amplio en el que enmarcar la obra. Primero, porque las obras tienen un sentido estético, se hacen de determinada forma por algo que no está separado del tiempo y el lugar en el que se piensan y se ejecutan. Y luego, por eso mismo, también presentan un sentido ético, una razón política, en el más noble sentido de la palabra, a veces por situarse en el margen del puro entretenimiento, y a veces porque son pensadas a conciencia como artefactos dispuestos a incidir, a ser algo más que goce estético, sin menospreciar este último.
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“Hasta encontrarte” es una de esas obras que se hacen, sin descuidar el cómo, en absoluto, pero privilegiando el para qué. Y en sí misma lleva implícito el contexto que la explica. Aun así, creo que algo se puede decir, sin entrar a desentrañar el argumento ni anticipar el final.
Ver de cerca a las “personas buscadoras”
El concepto “final”, la idea de final, cobra una relevancia especial en la realidad reflejada en esta historia que narra, excepcionalmente, la actriz Vicky Araico. Hace unos días pude ver en el Centro de Danza Matadero la obra “Calentamiento”, de Rocío Molina, que se está convirtiendo en un pequeño fenómeno, y escuchaba a la bailaora decir en escena que ella siempre quiere estar empezando, empezar una y otra vez, para alejar la idea de final. Creo que nadie podría desear más radicalmente empezar de nuevo como una persona buscadora.
Personas buscadoras… si uno lo pronuncia sin conocer esta trágica realidad, puede sonar a gente que busca cosas, que busca tesoros, que va por la playa con un detector de metales peinando la orilla. Esta gente busca personas en un país, México, que vive, como dijo una de esas personas buscadoras, una crisis de desaparición. Que no es una crisis de hace poco. Se tiene registro desde 1964, nada menos. Y la cifra que arroja este registro es de 114.000 personas desaparecidas hasta el momento. Entre un 20 y 25 % son mujeres, la mayoría de entre 15 y 19 años. Estas son cifras oficiales, pero dado el patrón de impunidad y violencia instalado en el país, puede que la cifra llegue a rozar el doble.
En España la cifra está en torno a los 26.000, contando con las desapariciones voluntarias, las involuntarias, como las personas con algún deterioro cognitivo o por causa de accidente o catástrofe natural, y las desapariciones forzosas. En México hablamos solo de desapariciones forzadas. Es decir, personas que han desaparecido a causa de un secuestro, violencia de género, represión del estado o violencia relacionada con el narco.
114.000 son prácticamente las mismas personas que en España siguen enterradas y no identificadas en fosas comunes de la Guerra Civil, con lo que por ahí tenemos un motivo de identificación y un medio para la empatía. Claro que en el caso de las personas desaparecidas en México, hasta que no se encuentra un cadáver, realmente sus buscadores no dan a nadie por muerto.
Sobre retratar dignamente el dolor
Uno se pregunta qué es peor, una muerte o una desaparición. Imagínense por un momento ese momento en el que un hijo o una hija, una hermana o un padre no llegan a casa cuando tenían que llegar, y que no llegan más tarde, que no llegan mañana, que no llegan en una semana, que no llegan en un mes… que no llegan nunca. Ese calvario, esa bajada a los infiernos, es lo que relata esta obra. “Queremos dignamente retratar el dolor”, dijeron Vicky Araico y el director de la obra, el británico Nir Paldi. Porque la obra es una coproducción entre una compañía mexicana, El ingenio del caldero, y una inglesa, Ad Infinitum, con la participación de Teatro UNAM.
Un crítico de México, califica el submundo mexicano como “buffet para creadores de historias que lo toman por lo frívolo con la única intención de llenar teatros”. Pero este no es el caso. Esto es un proyecto consciente de Vicky Araico, que además de actriz, es abogada. Es su forma de “hacer algo”. Esto es un algo que irradia, es investigación, es apoyo a los colectivos de madres buscadoras, es un podcast, es una obra de teatro, es un intento de buscar justicia y reparación.
Potencia ética y estética del arte y tradición teatral se unen en este monólogo. Potencia y fortaleza del arte de interpretar con base en la corporalidad y el movimiento, pequeños detalles que llevan a la actriz a transitar de personaje a personaje (más de 10), tal cual, sin apósitos. Solo un elemento en escena, esa roca incandescente que recuerda el infierno al que desciende una madre buscadora, tirando de la metáfora del mito mexica del Mictlán, el inframundo al que llegan las almas después de morir y los nueve niveles que hay que bajar, como los nueve círculos del infierno de Dante en la “Divina comedia".
El drama ha sido construido a través de entrevistas a dos madres buscadoras del colectivo Familias Resilientes Buscando sus Corazones Desaparecidos en Morelia (en su Facebook suben fotos de personas desaparecidas cada día, es interminable), de las que también se desprenden los dos episodios del pódcast que lleva el mismo nombre que la obra.
Pero la obra es ficción, es la historia de una desaparición y una búsqueda en la que se ven determinados patrones que se repiten y que hablan muy ampliamente de la condición humana y su relación con el mal en un sentido casi filosófico. Y aun así, lo que cuenta Vicky Araico es la punta del iceberg.
A la espera de la justicia
La ONU creó en los años 90, a raíz de la Guerra de Bosnia, la Comisión Internacional sobre personas desaparecidas. Supuso un cambio de paradigma porque se asumía que los estados tenían que ocuparse de la búsqueda de sus desaparecidos, como problema social con solución pública, por una cuestión de derechos humanos, básicamente. Y se empezó a usar el ADN como prueba de identificación.
¿Qué pasa? Que México vive en una permanente crisis forense, que no existen bases de datos bien hechas y actualizadas, que sus estructuras son deficitarias o directamente corruptas… gasolina para la desesperanza, para la resignación o para la salida violenta, entrando en esa espiral de violencia que genera más violencia.
Sin embargo, las personas buscadoras se terminan organizando y creando brigadas nacionales de busca, bajo el lema “Con esperanza y sin cansancio, hasta encontrarles”. Y eso es lo que se ve en esta obra, cómo la búsqueda pasa a ser el centro de la vida, la tarea del día a día, con el activismo y la movilización constante como único trabajo. Movilizaciones que a la postre se han revelado fundamentales para que las instituciones se “pongan las pilas” una vez más, porque, como cuentan en el podcast, han llegado a abrirse oficinas de atención y apoyo a la investigación en algunas localidades por la presión de las acciones sociales incansables de los buscadores organizados.
Los buscadores y buscadoras se entregan en cuerpo y alma a la búsqueda y hay muchos que terminan haciéndose, por necesidad más que nada, expertos judiciales y forenses, hasta el punto de que son estas brigadas las que terminan enseñando a las autoridades y señalando muchas veces lugares donde desentierran cuerpos que ellos mismos ayudan a identificar y a devolver a sus familiares.
Mientras que entre los desaparecidos hay hombres y mujeres, los grupos de buscadores son en realidad buscadoras. Las mujeres son mayoría: madres, hijas, hermanas… los hombres brillan por su ausencia, y, según opinó un cura que habló en el podcast, es porque los hombres no tienen la capacidad de llorar por temor, por pudor, por machismo, ni lloran ni son capaces de abrazarse entre ellos y darse consuelo.
Esto no deja de ser reflejo del machismo patriarcal de un estado que es patriarcal hasta el tuétano, aunque ahora haya una presidenta, pero tan vulnerable ante las manos de un ciudadano cualquiera como se pudo ver hace poco.
En México se ha generado una gran desconfianza, pocos creen en la prerrogativa clásica de que el estado nación se crea para proteger a sus ciudadanos en las necesidades más básicas. En México el contrato social parece estar hecho pedazos. La impunidad genera violencia y la violencia más impunidad. Se invisibiliza a las víctimas, que previamente han sido culpabilizadas de su situación.
Para todas esas mujeres, la heroicidad es una cara que tiene su cruz. Que va más allá del ninguneo de las autoridades. La búsqueda se convierte en el único sentido de la vida, pierden sus trabajos, pierden poco a poco el favor y el apoyo de las personas cercanas, llegan a romper con la familia. Si tienen otros hijos o hijas, estos sufren la doble pérdida, la del hermano o hermana, y la de la madre, que vive obsesionada en la búsqueda diaria.
La otra cara del drama de las buscadoras
Por otro lado, hay consecuencias que uno no piensa, pero que también están ahí. Porque la gran mayoría de estos desaparecidos son de clase obrera, son personas económicamente muy vulnerables. Ante una situación de desaparición, no se puede cobrar un seguro, no se puede activar una pensión, porque legalmente esa persona no está ni viva ni muerta hasta que se encuentre. Y luego hay que contratar un abogado, hacerse cargo de la burocracia, de los desplazamientos, sin trabajar, sin poder ser personas productivas, ni relacionarse de manera normal, porque el estado es tan frágil y las mujeres que lo viven se siente tan inseguras, que cualquier cosa las hunde en la angustia o en la depresión.
Hay incluso personas buscadoras que son hostigadas y violentadas por el mismo hecho de buscar, de hurgar donde no deben. Hasta tal punto es así que Amnistía Intencional publicó hace unos meses el informe “Desaparecer otra vez: violencias y afectaciones que enfrentan las madres buscadoras en México”, donde se recoge el siguiente dato: desde 2014 y hasta junio de este año, se han registrado 16 homicidios de personas buscadoras de las que 11 son madres, dos hermanas, dos esposas y una activista.
También están siendo víctimas de desplazamiento forzado por parte de los mismos criminales que desaparecieron a sus seres queridos. Hasta 180 buscadoras entrevistadas para este informe, el 27 %, tuvieron que irse de su casa y cambiar de domicilio o de ciudad por las amenazas.
La salud mental juega un importante papel aquí, la idea de suicidio, la soledad, la tristeza, el abandono, la vida condicionada… A las buscadoras les deja de importar comer o dormir; el autocuidado se olvida. Cuesta asumir que quizás la persona que buscan no aparecerá nunca. De ahí que al final, esos colectivos se conviertan en una familia. Allí pueden hablar y ser escuchados. Y ese contar y ser escuchado es el principio de una mínima sanación.
Una mirada realista
En “Hasta encontrarte” ejercemos esta escucha, como público, en un teatro, ante una pieza artística; nos haremos conscientes de que formamos parte de una misma sociedad donde estas personas necesitan al menos una muestra de empatía y solidaridad para seguir viviendo. Difundir, contar, detallar, dar esto a conocer, llamar la atención… Mientras llegan las herramientas para la paz que debería proporcionar un estado funcional, solo queda la opción de hacer algo, por poco que sea. Porque no hacer nada y quedarse al margen, ya lo dijo Desmond Tutu, es quedarse del lado del opresor.
Bibiana Mendoza, una mujer de 34 años que se convirtió en buscadora el 8 de enero de 2018, cuando su hermano Manuel fue sustraído de su domicilio por hombres armados, en Guanajuato, fue a ver esta obra. Era la primera vez que veía una representación artística inspirada en una persona buscadora, y dijo lo siguiente:
“Por lo general, en mi colectivo tenemos la regla de no ver series o películas que traten sobre personas desaparecidas, porque no creemos que tengan la capacidad de retratar lo que es ser una madre buscadora, pero a esta obra me invitaron personas a las que quiero y admiro mucho, y por eso tuve la confianza de verla”.
Al salir, señaló que se sintió sorprendida “porque no sólo nos ve desde el lado de las mártires que el país espera que seamos, sino también refleja perfectamente todo lo que implica una desaparición, cómo tenemos que descuidar o abandonar a veces a las personas que están a nuestro alrededor, y cómo nos vamos transformando hasta reconocernos de otra manera”.
En YouTube se encuentran vídeos sobre las movilizaciones y en la propia web de Teatro UNAM está la información de la obra con el enlace al podcast. Y si usted quiere seguir indagando, hay una película dirigida por Natalia Beristáin, que se llama “Ruido”, al igual que un documental llamado “Volverte a ver”, de 2020, donde se sigue a un grupo de buscadoras que se forman en arqueología forense para participar en la apertura de fosas.