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Hilos mágicos que tejen historias: una mirada a “El árbol que quería ir al mar”

El árbol que quería ir al mar es un libro ilustrado del cineasta Rubén Mendoza, coescrito por Rubén Tabcharani, editado por Corónica Editorial, con dibujos de Amalia Mendoza Peña y traducido al kogui por Dujuan Chimunquero Limaco y Antonio Gil Escribano.

Natalia Barriga Gómez*

16 de septiembre de 2025 - 02:58 p. m.
Cuando tenía seis años, Amalia Mendoza Peña ayudó a ilustrar este libro de su padre, Rubén Mendoza.
Foto: Cortesía
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En julio de este año, se materializó en libro impreso la historia de un árbol que quería ir al mar y que se fue tejiendo a lo largo de seis años en un ritual hija y padre en busca del sueño, la imaginación y de alimentar la palabra. La idea inicial era que Amalia Mendoza, hija del cineasta Rubén Mendoza, llegara a la duermevela y luego se durmiera. Ella, entre animales de la selva y las ramas de árboles y flores, se quedaba despierta hasta el final de la historia escuchando y recreando el relato de una ceiba que después de cientos de años logra ver el mar en la distancia y se da cuenta de que ahora tiene un sueño transformador: quiere desprenderse de la tierra para entregarse al mar y nadar en las aguas del océano.

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El árbol que quería ir al mar fue tomando forma en medio de las preguntas, aportes e ilustraciones de Amalia, y de hilación de Rubén Mendoza, en un ejercicio que buscaba fortalecer los lazos y crear desde otros sentidos, curiosidades y exploraciones. Una búsqueda, diálogo y reflexión sobre ciertos tránsitos de la vida y de la exploración mística.

Esta historia-libro habla sobre hacer posible lo imposible, sobre los deseos, la transformación, los viajes, la compañía de otros seres mágicos, y sobre otras miradas sobre la muerte. Sobre desprendernos de lo que somos o parte de lo que somos para dejar de ser árbol y ser barco, canoa, o mar, y que ese proceso pueda ser más cálido como un abrazo, como un suave canto de ballenas, como un descanso liberador.

“Recuerdo mucho que la primera vez cuando ya era un plan hacer el libro, me puse a llorar porque me pareció muy triste. Pero después ilustrándolo fue más fácil entender que es un tema que también hay que hablar en algún momento de la vida. Me parece que el libro es una forma en el que los padres y madres pueden hablarlo con sus hijos e hijas, por medio de una metáfora del árbol, para que cualquier niño lo pueda entender. Me parece que es una herramienta para eso. También es algo que se puede tomar con tranquilidad, no solo con el sufrimiento de que no lo voy o la voy a volver a ver, que se puede tomar con tranquilidad, y respirar”, contó Amalia en la videollamada que tenemos para charlar sobre el proceso de creación del libro. Amalia tiene 11 años, y realizó las ilustraciones del libro cuando tenía seis. Le gusta bailar, viajar y cantar.

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Para Rubén Mendoza es importante ese diálogo sobre la muerte, otras miradas más tranquilas y compasivas que permitan pensar, caminar y navegar estos procesos con más esperanza, desde el reconocimiento de que la transformación y el cambio son principios que atraviesan la vida, y que el padecimiento no es la única forma de experimentar la muerte. Por eso este libro-historia-árbol es también una forma de compañía, de herramienta, de refugio posible.

“Para mí la muerte representa una esperanza casi que diaria. Una transformación, una paz, ahí sí como dicen en la Sierra, Mama no muere, para los que se han entrenado tan duro en el espíritu. Para mí es la esperanza de morir consciente, de saber cómo se apaga uno, quiénes lo están acompañando, con quien se pudo ir en paz. Más que morirme, me gustaría que la muerte me encuentre como digno de ese mar y transformado; dispuesto a navegar lo que sea que siga o no. Pero también morir en uno, estar dispuesto a transformarse, y a dejar de ser árbol”, agregó Rubén.

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El viaje de transformación que emprende la ceiba, acompañada por animales salvajes y fuerzas místicas, nos habla también de las muertes y transformaciones simbólicas, no solo las del cese de la vida en el cuerpo. Rubén recuerda que a lo largo del tiempo vivimos distintas formas de muertes, unas más pequeñas, otras más profundas. Identitarias, afectivas, de deseos, formas de vivir. Duelos de lo que ya no es y probablemente no será de nuevo. Pérdidas y agonías de partes de una misma, pero a la vez liberación. Espacio y nacimiento de otras formas de la identidad, de otras experiencias, otros mundos y posibilidades.

“Y me gusta cuando uno siente que es como un explorador de uno mismo, y de la transformación de la identidad”, agrega Rubén en un tono alentador porque a la vez muchos de esos cambios pueden ser de las mejores cosas que nos puedan pasar.

Las palabras como hilos mágicos que tejen caminos y encuentros

En el gran telar expansivo de la vida, los caminos de la Sierra Nevada de Santa Marta y de la historia de El árbol que quería ir al mar, se unieron. La palabra hablada de la historia de esa ceiba soñadora, se convirtió en palabra escrita, y luego en palabra interpretada al Kxaguba (Kogui), como un intento de entretejer cosmogonías y de compartir las historias con la comunidad.

El árbol que quería ir al mar, es ahora una edición bilingüe Español-Kxaguba. Aunque esta no es una historia propiamente Kxaguba, sí tiene muchas raíces nutridas por los saberes que habitan en la Sierra y en la comunidad sobre la naturaleza, y sobre la vida misma.

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“Tengo la esperanza de la palabra como sanación, ya que nos ha metido en tantos líos también está ahí la curación pienso yo, y la palabra también son líneas mágicas”, responde Rubén sobre qué representa el libro para ellos. Líneas mágicas que hilan caminos y tejidos, saberes, exploraciones y visiones.

Una de las cosas que más me ha gustado de ser humano es conocer la Sierra. Conocer un lugar donde aún hay un refugio muy especial para el pensamiento, como para que la principal actividad humana sea el contacto con la divinidad, reconocer el planeta como una madre divina, digamos. Me he sentido personalmente muy bien tratado por esa Sierra, me ha impuesto retos, a Amalia también. Pero es como ganarse el derecho de decirle cuánto la ama uno, o inclusive de tenerla como insumo de su corazón”, explica Rubén.

Desde hace varios años ya, Rubén y Amalia han tenido cercanía y conexión con este territorio y con parte de la comunidad Kxaguba que allí habita, por la realización de la película BambúMoon, proyecto audiovisual que desarrollan padre e hija, acompañados por un pequeño equipo de realizadores audiovisuales y con la bendición de la comunidad hace cinco años. Un proceso largo, personal y también colectivo que ha cambiado y ampliado sus visiones sobre la vida, y que “ha tenido que ver con ese impacto tan profundo de conocer hermanos y hermanas mayores que todavía ven en términos tan místicos la vida diaria”, explica el coautor del libro.

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En medio de las búsquedas editoriales para publicar el libro, fue brillando la posibilidad de hacer un proyecto comunitario que conectara la historia de este árbol con la comunidad Kxaguba de la Sierra, en una especie de compartir y retorno de amor y agradecimiento por todos los saberes y experiencias compartidas. Una forma de amor impreso que puede moverse entre montañas, manos, palabreos, caminos y sueños.

Con la aprobación de la comunidad, la historia de El árbol que quería al mar fue interpretada al Kogui por Dujuan Chimunquero Limaco y Antonio Gil Escribano, integrantes de la comunidad. Y dialogada y compartida en una de las visitas realizadas por el equipo de Corónica Editorial, quien publicó su primer libro en la colección ¡Ah! Luna, que tiene como objetivo crear puentes entre diferentes lenguas y cosmogonías, explorando narrativas que nacen de distintos terrenos, idiomas y comunidades.

“El viaje fue muy bonito, no solo compartir el cuento también en Kogui, sino también la actividad con ellos fue muy bonito y especial”, cuenta Amalia, quien en una dinámica con las niñas y los niños de la comunidad, recolectaron hojas de árboles para con ellas, dejar huellas de colores impresas, que luego serían la base del diseño del libro, además de las ilustraciones de Amalia.

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En el diseño a cargo de El Viento Media Lab, hay un juego con lo oculto, con lo que vemos y no vemos. Así como al árbol se le reveló el mar después de cientos de años, al pasar las páginas del libro se nos revelan formas y palabras por medio de un velo que conjura sueños. Un diseño que nos invita a volver a la imaginación para ver más, ver mejor, más profundo.

Soñar despierta y nutrir la imaginación

A Amalia le gusta soñar despierta, a veces imagina otros mundos posibles. Mundos en los que las cosas no suceden como en este conocido, mundos en los que las palabras y acciones son otras. “Soñamos despiertas y dormidas, hay que buscar los sueños despiertos. Me gusta que cuando te despiertas los sueños terminan”.

En cambio Rubén no suele soñar o recordar sus sueños por lo que prefiere soñar despierto: “Muchos de esos sueños van tomando forma. Si bien no he visto una ceiba echar andar, el hecho de que exista este libro contando esa historia es que esa sospecha que era solo un fantasma se fuera retiñendo en dibujos y en letras, hasta que se hiciera la verdad del libro. Y siempre lo he nombrado así en el cine: ir retiñendo sospechas, y a veces es increíble cómo lo que uno soñó de pronto un día está materializándose, frente a la cámara, encajando casi calcada con mejorías obvias que hace la naturaleza o el azar”.

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Amalia y Rubén recomiendan la lectura en voz alta con las madres y padres, y con otras personas, como un ritual para la imaginación y la creatividad. Una forma de encontrarse a soñar otros mundos, construirlos, modificarlos, preguntar por significados de palabras, sincronizar las respiraciones, detenerse en el asombro colectivo, y respirar:

“Hay una cosa especial en la lectura juntos, poner los corazones al tiempo, poner la respiración al tiempo, disponer el cuerpo, la voz, la comodidad. Yo leo en voz alta y Amalia siempre va siguiendo, corrigiendo las palabras que leo mal. Hay una cosa muy linda de disponer las respiraciones al tiempo, el pulso, la imaginación, de emocionarse al tiempo, tenemos mucha sintonía. Cuando algo nos conmueve es como uy, toca parar al tiempo. El libro está pensado un poco en eso, en esa dulzura de la lectura en voz alta. Ahí es cuando uno ve que la lectura hace un espíritu más libre”.

* Natalia Barriga Gómez es investigadora, periodista, creadora y activista que trabaja por los derechos humanos. Cofundadora y directora de la Fundación Ítaca Laboratorio Feminista. Colaboradora de Corónica

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Para conocer más información sobre El árbol que quería ir al mar visite: www.revistacoronica.com/

Por Natalia Barriga Gómez*

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