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“Crecí en barrios donde la sabiduría no estaba en los libros sino en la tienda”: J. J. Junieles

John Jairo Junieles regresa con la reedición de su segunda novela, “Barrio Bomba”, publicada por Periscopio Editorial. Esta obra, que sigue dando de qué hablar por su retrato de la vida barrial, captura el pulso de lo cotidiano con humor y corazón.

Juan Sebastián Lozano Mendoza

12 de septiembre de 2025 - 01:00 p. m.
John Jairo Junieles afirmó ya estar trabajando en su tercera novela, mientras que explora otros géneros literarios como el cuento y la poesía.
Foto: Milagro Espinosa
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Barrio Bomba, la segunda novela de John Jairo Junieles, despliega un universo de voces y personajes que habitan un barrio ficticio donde lo cotidiano se entrelaza con lo insólito. Centrada en la familia Bonanza y sus vecinos, la obra retrata un vecindario marcado por la precariedad y la imaginación, al ritmo de la salsa, el bolero y el vallenato. A través de frases que recogen la sabiduría popular del Caribe colombiano, Junieles, descrito por el escritor Paul Brito como autor de una “fiesta verbal”, tejió un relato donde cada calle guarda historias de supervivencia y desencanto.

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A través del narrador Adán Bonanza, un joven de voz picaresca que observa su entorno con agudeza, Barrio Bomba explora la memoria colectiva de un lugar donde la esperanza y el caos conviven. Inspirada en la tradición de Gabriel García Márquez, la novela adopta un tono que mezcla lo real y lo fantástico, presentando un mosaico de personajes que reflejan las dinámicas de los barrios populares. Desde su publicación original en 2023 hasta su reciente reedición, Barrio Bomba invita a los lectores a adentrarse en un mundo donde las pequeñas historias tejen la identidad de una comunidad.

En Barrio Bomba, los personajes, a pesar de las dificultades, se puede decir que son felices. ¿La vida para usted es sobre todo una fiesta?

La vida es sobre todo una fiesta, divertida y terrible, como una fiesta improvisada de barrio, basta que suenen las campanas de un carro de helados o la alarma de un auto para que llegue el desorden y alguien se ponga a bailar. En esa fiesta turbulenta que es Colombia a veces suena champeta, a veces el himno nacional, y muchos discursos de políticos; siempre aparece plata para el ron, y la pista nunca se queda vacía, aunque tenga huecos. Una fiesta con mesas cojas, a veces terminas bajo ellas cuando empiezan a volar botellas, sillas Rimax, y a veces hasta balas. En esta fiesta nacional se convive con la tragedia: se va la luz, un aguacero convierte la calle en un río arrastrando gente, el perro se roba el pollo; pero todo eso es parte del guion. Mis personajes en Barrio Bomba —esos sí— se saben todos los trucos de la fiesta, saben improvisar, en eso son mejores que yo, ellos bailan en chanclas, equilibrando una botella en la cabeza, y piden que la salsa y la música de plancha suene en sus funerales.

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Adán Bonanza, el narrador de Barrio Bomba, es un Tom Sawyer o un Lazarillo de Tormes caribeño. ¿Cómo construyó este personaje picaresco, de verbo fluido?

Al personaje de Adán lo inventé como cuando yo fabricaba las cometas de niño, por pedazos: un poco del Lazarillo, un poco de Tom Sawyer, bastante de los vendedores populares en las plazas y esquinas de Sincelejo, Cartagena o Bogotá. Y un buen remiendo de mi propia infancia: esa larga cola que hace que la cometa se eleve con el viento en contra.

Quería que Adán tuviera la voz de esos sobrevivientes que nunca aprendieron a dejar de meter la pata, que juran que es la última vez, que prometen que ahora sí van a mirar por dónde caminan, siguen sobreviviendo, y después meten ambas patas con el mismo entusiasmo. Su voz muchas veces es como alguien que quiere reírse, pero se hace el serio, como la risa que uno trata de ocultar en un velorio, pero sigue saliendo, nerviosa; hasta que ya uno no sabe si llorar de risa o reírse del llanto. Uno termina bañado en lágrimas que nadie sabe si son de risa o de pena.

Ha descrito Barrio Bomba como un homenaje a los barrios populares colombianos, con su curiosa “sabiduría de esquina”.

Crecí en barrios donde la sabiduría no estaba en los libros sino en la tienda de la esquina, en las frases del que fiaba y nunca cobraba, o en la abuela o la tía que curaba todo con un rezo y un vaso de agua con sal. ¡Cristo mete tu hand! De ahí saqué esa galería de excéntricos: todos ellos tienen un poco de mis vecinos, de mis abuelos y de ese espíritu caribe universal que convierte la felicidad y la desgracia en cuentos curiosos después de comerse un sancocho.

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En la novela es notoria la influencia de García Márquez, pero este como en duelo de borrachos con Clint Eastwood. Háblenos de los artistas que lo influencian.

Por allá en la Cartagena de finales del siglo XX, García Márquez en sus cursos de periodismo nos dijo que en cada huevo de gallina puede caber todo el universo, que poco a poco es como se raya el coco, y Clint Eastwood nos alfabetizó, al enseñarnos que una mirada puede ser más letal que mil palabras: mi mamá sabe mucho de eso. Entre ellos dos me armaron la fiesta: el realismo mágico bailando cumbia con una película del oeste en una fiesta de un barrio en la frontera. También me marcaron Sandra Cisneros y su Casa en Mango Street, Fellini con su circo de personajes que nunca caben en un solo plano, y V. S. Naipaul y su novela Miguel Street. Tal vez soy como un director de cine sin cámara, perezoso, que no tiene que darle órdenes a cientos de personas: armo la película en la página. Nadie se hace solo. A Gabo se le nota la gran influencia de Faulkner, de Las mil y una noches, de Virginia Woolf, y muchos más.

En una entrevista, mencionó que los lectores “se orinarán de la risa” con Barrio Bomba. ¿Qué espera que los lectores se lleven de la experiencia de lectura del libro, más allá del humor?

Que se orinen de la risa está fenomenal, sobre todo en estos tiempos donde el humor cada vez más está en peligro, gracias a la Santa Inquisición de lo políticamente correcto. Pero lo que de verdad espero es que al cerrar el libro piensen: “¡Carajo, yo también viví algo así! ¡Yo también sobreviví a esas cosas!”. Que encuentren en el humor un espejo, porque reírse de la desgracia no la borra, pero la hace más llevadera, por eso los mexicanos se burlan de la muerte y hacen fiesta con ella. Y si después de leerla alguien se anima a saludar al vecino que nunca saluda, misión cumplida.

Ha dicho que quiere hacer películas, ¿algo que contar sobre eso? ¿Qué viene en cuanto a su trabajo literario?

Sí, quiero hacer películas, algún día, aunque todavía no sé si de acción, con explosiones que hagan temblar hasta el celador más veterano, o de esas donde lo único que explota es la cafetera y la cámara se queda fija durante dos horas.

Por ahora estoy atento a la traducción al italiano de mi novela El hombre que hablaba de Marlon Brando —que allá sonará más bien como L’uomo che parlava di Marlon Brando— y me dicen que saldrá en enero del 2026, justo en época de rebajas; gracias a esa gran poeta, cuentista y traductora que es Lucía Cupertino.

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Terminé mi quinto libro de cuentos, el séptimo de poesía, y estoy con la tercera novela a medio cocinar. Todo anda en distintas ollas, unas a fuego lento, otras que se me queman si me distraigo. Lo esencial, es seguir contando historias: en servilletas, en recibos de supermercado, en la palma de la mano o la arena de la playa si se acaba el papel. Porque en las esquinas, siempre, siempre hay alguien dispuesto a escuchar, aunque uno no haya terminado de inventarse el final.

Por Juan Sebastián Lozano Mendoza

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