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Jero Freixas llegó a Colombia sin saber en qué equipo de fútbol jugó “El parcero” García Márquez. Le dijo a Rita, su hija, que Colombia era más que la película “Encanto” y la familia Madrigal. Le dijo que Colombia también era El “Pibe” Valderrama, Rincón y “Aspirla”, así con una sola l.
Jose, su esposa, no aguanto más y lo dejó hablando solo. Ella no entiende, nunca ha entendido, cómo el personaje que interpreta su esposo vea el mundo solo con referencias de fútbol. El video en el que Freixas finge no saber quién es el autor de “Cien años de soledad” se viralizó y horas después el hincha de Independiente compartía camerino con los jugadores de Millonarios.
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A propósito del paso de actor y comediante argentino por Colombia, recordamos este perfil que publicamos hace un par de años. Jerónimo Freixas, la vida antes de la viralidad”, fue el título de ese texto. En esta esta entrevista para El Espectador contó cómo logró que el teatro fuera el motor de su vida.
Jero Freixas y García Márquez
Aunque para la familia Freixas Perkins ser hincha de Independiente de Avellaneda es casi una obligación y ver fútbol una responsabilidad, Jerónimo, el sexto de los siete hijos de Fernando y María Irene, estaba convencido de que ninguno de sus viejos sería cómplice en su sueño por ser futbolista.
A escondidas de todos y de todo, Jerónimo llamó a varios equipos de fútbol de la capital federal de Buenos Aires para preguntar cuándo y dónde se iban a hacer las pruebas para los chicos que querían probar suerte en el profesionalismo. Al joven Jerónimo, quien entonces tenía 18 años, lo citaron en el barrio Liniers, sede del Club Atlético Vélez Sarsfield. La prueba sería el lunes siguiente de aquella llamada.
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Rafael Freixas (Mondiola), hermano menor de Jerónimo, fue el único en enterarse que “Jero” iba a ratearse (escaparse) de la escuela para ir a darle patadas a un balón de fútbol. “En la mañana armé una maleta y empaqué los botines, la pantaloneta, la camiseta y las medias. Cuando íbamos en el colectivo hacia a la escuela, le dije a mi hermano, ‘che, hoy no voy, me voy a probar a Vélez’, dije”.
Jerónimo no pudo llegar a Liniers. Se subió en el tren que no era, se perdió, se asustó y cuando por fin logró llegar a la cancha, ya no había nadie.
Por razones que hoy ya no tiene muy presentes, Jerónimo cuenta que don Fernando se enteró de lo que había hecho y en vez de imponerle un severo castigo, le contó que tenía un conocido que trabajaba en River y que, si quería probarse en el equipo millonario, que lo hiciera. “Sácate las ganas, yo sé que tenés condiciones, me dijo”.
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La prueba que Jerónimo en River no fue indiferente para ninguno de los hermanos Freixas Perkins. Todos, a su modo, le desearon suerte. “Recuerdo que mi hermano Joaquín me recomendó que no me pusiera la vincha (balaca). Entonces tenía el pelo largo, pero ¿viste? uno crece, se convierte en papá y todo se va al carajo. ‘Andá con bajo perfil y no llegués agrandadito, porque te van a moler a palos’, me dijo”.
La mañana de fútbol en River estuvo bien. Aunque solía jugar de 10, “Jero” se ubicó en la cancha como volante central. No corrió mucho, pero fue inteligente con sus movimientos. “Me fue bien y me citaron para la siguiente semana, pero no me gustó el ambiente. Todos los papás de los chicos que se estaban probando gritaban con mucha vehemencia y en la cancha se sentía un clima muy adverso. Aunque me fue bien, no me gustó el ambiente y me cagué del susto.
A la semana siguiente me quise hacer el boludo. La noche anterior a la prueba me tomé unos tragos de más y eso, sumado al susto que tenía, hizo que jugara pésimo. Hasta allí llegó mi intento por ser futbolista profesional”, dice Jerónimo Freixas en entrevista para El Espectador.
Ese fracaso futbolero lo llevó directo a los brazos del teatro, su otra pasión. Pero ahí, la cosa era más complicada. Fernando Freixas no permitiría jamás que ninguno de sus hijos se metiera a un oficio practicado por gente de izquierda y atea. Aunque el viejo era amante de la ópera, la comedia musical, y le gustaba pintar, sabía que para Videla y sus matones, los teatreros y su noción de la libertad, eran una amenaza para el régimen. Para su régimen.
“Desde niño tuve una conexión con el teatro. A los 12 años me inscribí en el centro cultural de Buenos Aires y cuando fui a la primera clase me quedé como loco. Me enamoré de los juegos teatrales, de actuar, de interpretar. Todo lo que tenía en la imaginación y hacía en mi casa frente al espejo, lo estaba haciendo en un teatro. Sentía que era magia”.
Un papel dentro de la adaptación de la obra Blanca por fuera y Rosa por dentro, escrita por el actor y dramaturgo español Enrique Jardiel Poncela, fue el debut oficial de Jerónimo Freixas en las tablas.
“Mi madrina, que hacía parte de un grupo de teatro de gente grande, y sabía que me gustaba la actuación, me contó que estaban preparando una obra para fin de año y que les hacía falta un actor joven. Hice el papel de un español medio bruto y torpe, pero muy gracioso. Interpretarlo fue una cosa realmente increíble”.
Jerónimo Freixas no se animó a confesarle a su papá que quería estudiar actuación. Sabía que el asunto iba a ser problemático y prefirió callar. Una vez se graduó del bachillerato y luego de un test vocacional que pagaron sus padres en el que un par de sicólogas le dijeron que tenía facultades para la abogacía y la comunicación, Freixas ingresó a la Universidad de Buenos Aires para intentar ser periodista.
El asunto no duró mucho. Un año después y en contra de lo que le dijeron sus padres, se salió de comunicación y se inscribió en el programa de arte dramático en la Universidad del Salvador, una universidad privada de Buenos Aires.
“Con la poca información que tenía y después de llorar mucho porque mi papá me dijo que no me iba apoyar, tomé un colectivo y, entre sudado y desesperado, llegué a las corridas a la oficina de las directivas. Me preguntaron que si tenía cita. Les dije que no, que estaba desesperado y que lo único que quería hacer era estudiar teatro”.
Al otro día, a regañadientes, don Fernando y doña María Irene fueron a hablar con las directivas de la universidad. “Les dijeron que iba poder ser investigador teatral, periodista, no solo actor. Aparte la universidad era católica y daban clases de teología, entonces eso los tranquilizó un poquito (…) ese primer año de arte dramático fue el más feliz de mi vida. No quería que llegaran los fines de semana, quería estar metido todo el tiempo en la universidad. Tomaba clases de actuación, clown, expresión corporal, conexión creativa, historia del teatro. Fue una locura”.
Sin embargo, no tener el apoyo pleno de sus padres le iba a pasar factura. Dos años después abandonó la carrera de arte dramático y empezó a estudiar sociología. “Mis papás no me preguntaban mucho sobre la actuación y eso aumentó mis inseguridades. Tenía miedo y no sabía responder las inquietudes del viejo. ‘¿De qué vas a vivir?, te vas a cagar de hambre, no vas a tener un mango (peso) en el bolsillo’, por eso empecé Sociología”.
Paralelamente “Jero” siguió actuando en obras independientes. El teatro, aunque era su ecosistema, no le significaba estabilidad económica. Volvió a estudiar arte dramático, pero la presión de sus padres le ganó de nuevo la batalla.
“Recuerdo que mi mamá me dijo que por última vez me iba a apoyar en una carrera, que no fuera teatro, para que pudiera ser alguien en la vida. Opté por relaciones internacionales. Las clases me gustaban, pero el bichito del teatro jamás me abandonó. A los dos años me salí de la carrera y empecé a trabajar como mensajero en el día y en las noches daba clases en una escuela de teatro”.
Fueron ocho años trabajando como mensajero. Entonces ya se había casado con Jose de Cabo y había nacido Rita. “Tras renunciar a ese trabajo me dediqué de lleno a los videos. Ahí fue cuando pasó lo de La pareja del mundial, el video que cambió nuestras vidas”. El resto es historia.
