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Una biografía de Dios

Jesús no sale a la vida pública hasta los treinta años porque era la edad establecida para ser rabí. antes, aprendió a ser hombre: a trabajar, sufrir y amar.

Julio César Londoño

24 de diciembre de 2025 - 10:00 a. m.
El filólogo Reenán cree que Jesús tuvo una infancia común y corriente en Nazaret.
Foto: EFE
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Cae la tarde de un invierno moderado en Palestina. Aún los nardos aroman los caminos. En los que conducen a Belén hay bastante movimiento. A pie, en mulas y en carretas avanzan las familias de la tribu de David. Algunas acampan para reponer fuerzas y esperar el alba. Los hombres levantan las tiendas. Las mujeres preparan los lechos y las vituallas: higos secos, pan ázimo, dátiles y el vino rojo de los lagares del Jordán. Los mayores cuentan a los jóvenes la historia de la tribu, la azarosa peregrinación de Mesopotamia a Canaán, a Egipto, a Judea. De pronto enmudecen. Una ráfaga helada cruza el campamento. Contra las piedras del camino restallan los cascos de los caballos, ondean temibles las banderas de los heraldos y las capas de los comandantes, brillan en la noche las águilas de oro y las espadas. Imponente pasa una legión romana.

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Entre los de la caravana están José, un artesano de Galilea, y María, su mujer. También ellos van a Belén para cumplir con el censo que ha sido ordenado desde Roma. Todos deben declarar hacienda y parentela. Augusto quiere conocer la situación exacta de Palestina.

El viaje es penoso para María, que está en vísperas de dar a luz. Para José, la pesadilla empezó el día que su prometida le dijo que era una virgen fecundada por el Espíritu. Su corazón se desgarró entre la duda y la fe, entre los celos y el amor, Pero calló. No podía exponer a María a los comentarios de las mujeres, a las rocas de los hombres. Tal vez se dijo, en medio de su confusión, que la vida siempre es un milagro.

Un poco después del nacimiento de la criatura llegaron tres señores persas. Hicieron muchas preguntas. Aseguraron que venían a celebrar el nacimiento de un rey. Recitaron una vieja profecía: de virgen nacerá el pastor de Israel.

Herodes Magno, monarca de Israel, no estaba durmiendo bien. Estaba enterado de la profecía, por supuesto. Era un pasaje famoso de las Escrituras. Recelaba de su pueblo, como todo tirano. Circulaban rumores de conspiraciones… Y su mujer no tenía un pelo de virgen. Entonces promulgó el atroz edicto: todos los niños menores de dos años serían degollados. La orden se cumplió al pie de la letra. Los gritos de las madres llenaron de espanto el Valle del Jordán.

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José, su mujer y el niño lograron escapar a Egipto, donde se ocultaron hasta la muerte de Herodes, acaecida dos años después, regresaron a palestina y se establecieron en Nazaret. El niño se llamó Jesús, el salvador en hebreo. Seguramente pasó allí su infancia y allí se perdió su rastro. Solo reaparecerá, ya hombre, para asombrar y morir. Pero, ¿qué fue de su vida, entre tanto? ¿Cómo pudo perderse el rastro de un hombre nacido en medio de tanta expectativa, aguardado con tanta esperanza?

Renán cree que Jesús tuvo una infancia común y corriente en Nazaret. «Debió reír, correr, saltar y caer como cualquier niño, aunque bajo el cuidado de un ángel de la guarda especialmente solícito –escribe preocupado el filólogo en su Vida de Jesús–. En las tardes, en las reuniones de los hombres en la carpintería de su padre, entre la escuadra, el formón y el compás y virutas de cedro y arce, conoció Las Escrituras. Oyó esperanzado, como todos, la profecía que anunciaba el advenimiento del salvador de Israel. Debió ser un alumno muy aventajado porque siendo todavía un adolescente llamaba la atención de los exégetas y los rabinos.

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»Recién cumplidos los veinte años volvió a Egipto y estudió medicina en Alejandría. Luego, en Mesopotamia, buscó la compañía de los magos.1 Viajó por Fenicia. Estuvo en Tiro, Sidón y Samos. En estos viajes, quizá en los muelles que tocaban barcos griegos, aprendió los ardides retóricos con los que confundiría a los fariseos: Soy el que soy… Dad al César lo que es del César2. Los oscuros autores de los evangelios apócrifos recuerdan o imaginan el estupor de los niños que jugaban con Él cuando los gorriones de arcilla modelados por el pequeño Dios echaron a volar; el día que petrificó, con una mirada furiosa, al muchacho que se atrevió a injuriarlo; la vez que María quiso castigarlo pero el látigo cobro vida y escamas, se enroscó como una serpiente y casi la pica; la vez que los techos de las casas de los recaudadores romanos en Nazaret amanecieron cubiertos de ratas.

Según una antigua leyenda cátara, recogida en el siglo XVII en la Enciclopedia herética del benedictino Pierre de la Fontaneille, Jesús formó parte desde muy joven de la secta de los Tekarios. El nombre les venía del uso de la teka, una suerte de alfanje corta que aún puede verse en el cinto de los beduinos. Un tekario podía alimentarse de cactus por meses, permanecer despierto durante una semana y recitar de memoria el Pentateuco. El odio era la falta más grave dentro de la organización; también el amor. Sus crímenes obedecían a móviles políticos y religiosos. El carácter secreto de la secta explicaría la desaparición del nazareno de la vida pública. Aunque multa obstat, la leyenda es plausible. Basta recordar que Jesús era un héroe y que los héroes no pueden juzgarse, ni regirse, de acuerdo con las leyes corrientes de los hombres.

Económica y coherente es la versión ortodoxa. Jesús no sale a la vida pública hasta los treinta años porque esa era la edad establecida para ser sacerdote de La Ley, o rabí. En el intervalo nada raro acontece. Lejos de aprender artes extraordinarias, superfluas para un Dios, aprende a ser hombre: a trabajar, sufrir y amar.

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Aún cabe otra posibilidad. Jesús sufrió toda su vida el acoso de los fantasmas de los miles de niños degollados por su causa. Con los años el mal se agravó. Ni los viajes ni el trabajo ni el amor pudieron acallar los gritos truncos de los niños, el desgarrado clamor de las madres belemitas. Entonces desafió el fanatismo de su pueblo y provocó el recelo de un imperio, hasta encontrar al fin reposo en la cruz, «la máquina infame».

Ninguno de los cronistas de la Antigüedad adivinó la importancia histórica de Jesús. Griegos y romanos fueron ciegos a la revelación. Claro que ya habían pasado los mejores días de Grecia, y que era difícil prever desde Roma la trascendencia de esa secta minúscula que perseveraba en una remota provincia del imperio. Nadie podía imaginar que en cuatro siglos el cristianismo sería la religión oficial del imperio; que el mundo adoraría una cruz.

Pilato hace un gesto y Jesús desaparece. Jesús desaparece y Roma es el Vaticano.

Notas

Si exceptuamos a los evangelistas, la primera mención de Jesús en la historia fue consignada por Tácito hacia el año 100 d. C. Es una referencia a la persecución ordenada por Nerón contra los cristianos (64-65 d. C.): «Ningún medio humano, ni regias generosidades, ni ceremonias expiatorias lograban acallar el rumor infame de que el incendio de Roma había sido provocado por órdenes del emperador. Entonces Nerón buscó chivos expiatorios y castigó con refinados tormentos a aquellos cuyas abominaciones los hacían odiosos y a quienes la multitud llamaba cristianos.

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Este nombre viene de Chrestus, un judío disidente que fue condenado al suplicio por el procurador Poncio Pilato durante el reinado de Tiberio. Aunque prontamente reprimida, esta abominable superstición creció después, no sólo en Judea, donde se originó el mal, sino también en Roma, adonde fluye todo cuanto de detestable y vergonzoso hay en el mundo y se acrecienta con numerosa clientela». (Anales, IV). De aquí la censura de Borges: «Los ojos ven lo que están habituades a ver. Tácito no percibió la crucifixión, aunque la registra su libro. («El pudor de la historia»).

La primera nota piadosa sobre Jesús salida de una pluma pagana la encontramos en la carta que un estoico sirio, Mara Bar Serapión, hace llegar a hijo, estudiante en Odessa, alrededor del 150 d.C. «El rey sabio de los judíos ha sido crucificado por ellos mismos».

En una carta fechada en el 112 d. C., Plinio el Joven, procónsul l de Bitinia, pide consejo al emperador Trajano sobre la sanción que debía imponerse a los miembros de una secta que habían sido sorprendidos cuando cantaba himnos a Cristo, su Dios.

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En defensa de Tito Livio, que no registra la existencia de Jesús en su minuciosa y contemporánea obra (58 a.C. – 17 d. C) se puede alegar la pérdida de la mayor parte de las Décadas de su Ab urbe condita.

El Cristus que menciona Suetonio, un líder de los cristianos que vivió en Roma durante el reinado de Claudio (41-34 d. C.) es evidentemente un homónimo. (Las vidas de los césares).

1En la época la profesión comprendía disciplinas diversas: matemática, astrología, música, medicina y la alcabalaj, arte adivinatorio del que derivó la cábala.

2Esta respuesta es famosa. En el juicio que le adelantó Pilato, un fariseo le mostró a Jesús una moneda con la efigie de Tiberio y le preguntó: ¿Te parece bien que los judíos le paguemos impuestos a Roma? Era una pregunta capciosa. Contestar negativamente sería interpretado como una respuesta sediciosa contra el tribunal romano que lo juzgaba. Decir que estaba de acuerdo lo indispondría con los judíos. Su respuesta, «Dad al César lo que es del César», fue una salida precisa.

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