Habría que imaginarlo yendo de pueblo en pueblo y de parroquia en parroquia para solicitarle a los sacerdotes que le permitieran enterrar a su padre como “Dios manda”, y habría que suponer su dolor ante los reiterados rechazos: “No, señor, lo sentimos mucho, pero no podemos”, “Mi señor, es imposible, su señor padre fue excomulgado”. Habría, en fin, que esbozar la hipótesis de que una de las razones fundamentales por las que Juan Calvino se volvió protestante, y con los años, fundamentalista, fue porque no pudo darle cristiana sepultura a su padre. Más allá de las conjeturas, lo cierto fue que Calvino nació el 10 de julio de 1509 en Noyon, Picardía, al norte de Francia, un poblado que en tiempos de la Edad Media fue utilizado como centro de operaciones de los merovingios, y fue bautizado como Jean Chauviner, o Jean Cauvin.
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Antes de cumplir 15 años, su padre, Gérard Cauvin, lo envió a París para que estudiara filosofía y teología, primero en el Collège de la Marche, y luego en el de Montaigu. Apenas llegó a Montaigu, supo que ahí mismo habían estudiado Erasmo de Róterdam y Rabelais. En el fondo, la familia de Calvino deseaba que tanto él como sus dos hermanos, Carlos y Antonio, fueran abogados. El señor Cauvin, notario y registrador público del tribunal eclesiástico, consideraba que el derecho le daría mayores posibilidades económicas y sociales. En 1523, matriculó a su hijo en la Universidad de París para que aprendiera y se recibiera de abogado. Tres años más tarde lo trasladó a la de Orleáns, y en 1529 Calvino se marchó a la Universidad de Bourges, donde recibió su título de abogacía en 1532.
Entre varios otros aspectos, en Bourges comenzó a aprender en profundidad lo que era el Humanismo, y a algunos de los más importantes humanistas de su tiempo, comenzando por Erasmo, quien una y otra vez había dicho y escrito que las nuevas sociedades debían encaminarse hacia el pasado, recoger los viejos conocimientos y la sabiduría de los griegos y romanos, y a partir de eso, construir un nuevo mundo. Uno de los puntos esenciales de su teoría era reformar a la iglesia y lograr que los feligreses leyeran la Biblia en su idioma original. Erasmo tradujo el Nuevo Testamento, y siguiendo su ejemplo, Calvino aprendió griego koiné para poder leer y entender a cabalidad los textos de los clásicos, tanto de la Grecia antigua como de la Roma imperial. En Bourges también estudió las tesis de Martín Lutero.
Poco antes de cumplir 30 años, Calvino redactó el primer borrador de su libro “Institución de la religión cristiana”, para algunos estudiosos, como lo citó Peter Watson en “Ideas, historia intelectual de la humanidad”, “El texto más significativo y lúcido de la Reforma”. “Mientras los escritos de Lutero eran diatribas emocionales, redactadas en un intento de expresar sus sentimientos íntimos —explicó Watson—, Calvino empezó a poner por escrito un sistema moral y doctrinario sólidamente razonado y formulado con gran lógica”. Dos años más tarde, su tratado tenía ochenta capítulos. Su doctrina, en esencia y como lo reseñaron los historiadores Jacob Bronowski y Bruce Mazlish en “La tradición intelectual occidental”, “era que el hombre era una criatura indefensa ante un Dios omnipotente”.
El ser humano estaba predestinado, y nada podía alterar su sino, argumentaba Calvino. Desde su nacimiento, Dios tenía decidido si se iba al infierno o al paraíso, pero no lo sabía, y su salvación o condena dependerían de sus actos en este mundo. “En cierto sentido, esta doctrina era una forma de terrorismo religioso”, acotó Watson, para explicar unas líneas más adelante que los escritos de Calvino coincidieron con unas revueltas que habían incendiado gran parte de Ginebra. La ciudad se había levantado contra su obispo católico, y Calvino se aprovechó de la situación para repetir cuantas veces pudo que el Estado debía estar subordinado a la Iglesia. Dios estaba primero que todo lo demás, decía, por lo tanto, la obediencia a él era más importante que la obediencia a cualquier tipo de Estado.
Ante el terror desatado por las turbas, las principales autoridades ginebrinas se pusieron de acuerdo y llamaron a Calvino. Le pidieron que les ayudara a reorganizar la ciudad según el modelo de la Biblia. Apenas arribó, fue designado como “Profesor de las Sagradas Escrituras”, y como máxima autoridad de las leyes divinas, exigió que la gente de la ciudad y sus alrededores actuara de acuerdo con sus preceptos, que era como decir, de acuerdo con las reglas que había estipulado en sus textos, “Ordonnances ecclésiastiques”, y “Ordonnances sur le régimen du peuble”, en español, “Ordenanzas eclesiásticas”, y “Ordenanzas sobre el régimen del pueblo”. Durante varios años, el pueblo de Ginebra vivió según la moral y las reglas de Juan Calvino, y fue vigilada y juzgada por una especie de tribunal organizado por él.
Como lo escribió Watson, recogiendo a Brian Moynahan en su obra “The Faith”, “La gente de Ginebra vivió de acuerdo con Calvino. Los pastores visitaban cada hogar una vez al año para garantizar que las familias continuaran fieles a la fe. Cualquier que se opusiera a ella era obligado a marcharse, encarcelado o, en los peores casos, ejecutado”. Para cumplir con sus objetivos, Juan Calvino fundó la Universidad de Ginebra, y creó y organizó dos instituciones dentro del gobierno, el Ministerio, que se encargaba de formar grupos que predicaban y daban ejemplo, y el Consistorio, que determinaba la moral y los hábitos que debían cumplirse. Sus 18 miembros, 12 ancianos y seis ministros, se reunían una vez por semana y tenían la potestad de excomulgar a los feligreses, entre otras tantas.
Por estos tribunales, la manera de vivir en Ginebra se transformó. La gente se levantaba temprano, trabajaba con ahínco, ahorraba y se preocupaba por ser un ejemplo para los demás. En últimas, como lo señalaron Bronowski y Mazlish, la Iglesia y sus instituciones funcionaban para crear hombres nuevos que no se limitaran a venerarle, sino que fueran dignos de hacerlo. “El régimen dio su nombre al movimiento ‘puritano’”, como escribió Watson, y su fundamentalismo bíblico trascendió. El ‘Calvinismo’ llevó a varios estudiosos a afirmar con el tiempo que con la Reforma el capitalismo tomó fuerza, y que por él surgieron los estados-nación y un nuevo orden de poderes en Europa luego de varias sublevaciones que desembocaron en la “Guerra de los Treinta Años”.