El Magazín Cultural

Juan Pérez Floristán: el piano con un sonido renovado

Reseña sobre la presentación del pianista español ofrecida en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Pérez Floristán también visitó escenarios en Santa Marta y Barranquilla.

Melissa Vargas*
06 de noviembre de 2017 - 07:03 p. m.
El pianista español Juan Pérez Floristán también comentó las obras estableciendo una relación más personal con el público asistente a la Sala de Conciertos, en Bogotá. / Gabriel Rojas © Banco de la República
El pianista español Juan Pérez Floristán también comentó las obras estableciendo una relación más personal con el público asistente a la Sala de Conciertos, en Bogotá. / Gabriel Rojas © Banco de la República

Entrar a la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango es siempre un regalo y escuchar la música que se presenta en ella es un privilegio. Así viví el concierto de Juan Pérez Floristán, quien con frescura y refinamiento interpretó un poderoso programa para piano solo que incluyó obras de Chopin, Rachmáninov, Beethoveen y Moussorgsky.

Comenzaré esta reseña comentando el bis que nos concedió Pérez al final del concierto, Danza de la moza donosa del compositor argentino Alberto Ginastera, reveló el gusto que tiene el pianista español. No pudo ser más perfecto, hilaba como anillo al dedo con la primera parte del programa: seis preludios de Chopin y Rachmáninov entrelazados a través de la sonoridad, el carácter y la estructura de cada obra. Rubatos ondulantes en un mar de capas de sonido, de matices y de armónicos que me conmovieron notablemente.

Este círculo, de bis y preludios, encerraba las dos principales obras del programa: Sonata No. 23 en fa menor, Op. 57, también llamada ‘Appassionata’ de Beethoveen y Cuadros de una exposición de Moussorgsky. La primera llevada al piano con pasión, elaboración y contundencia por Pérez Floristán, en la que escuché estratos llenos de ritmos, motivos, resonancias, dinámicas y colores, cada uno en su sitio soportando esa estructura que desde principios del siglo XIX sigue resonando en nuestra memoria. Destaco cómo el pianista articuló los fraseos y dinámicas para develar lo poderosa que es la repetición al inicio del segundo movimiento. La segunda, una obra mayor de carácter programático, muy diferente en estética y sonoridad, llenó la sala con timbres y melodías recordándome que la genialidad y el virtuosismo están también en la capacidad de reflexionar sonoramente sobre el entorno y construir con ello un arte genuino.

Juan Pérez Floristán, además, conversó y comentó las obras a escuchar estableciendo una relación más personal con el público asistente; comenzó con una breve explicación sobre la naturaleza y evolución de los preludios, continuando con la referencia al virtuosismo y gusto por la improvisación que tenía Beethoveen y elogiando su capacidad para componer una sonata con unas cuantas notas en la melodía, y cerró con la explicación de cómo Moussorgsky llenó de contenido el recorrido de un cuadro a otro en esa memorable exposición. Este tipo de comportamientos, cada vez más común en los intérpretes actuales, deja ver aspectos de la personalidad y el intelecto que conecta con ese momento místico en el que una persona hace una interpretación y da vida a una obra.

El clásico vestido de negro fue abordado por un veinteañero que le dio aliento, no solo al instrumento sino a un repertorio que es ya tradicional y en algunos casos reiterativo entre los pianistas. Estoy segura de que para quienes lo escucharon por primera vez en vivo fue toda una experiencia. Intérpretes así, preocupados por la música son bienvenidos siempre.

*Compositora, intérprete, pedagoga e improvisadora.

 

Por Melissa Vargas*

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