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Carolina Noguera y una serenata para el río interior

“Serenata pagana”, pieza obligatoria del Concurso Internacional de Violín Ciudad de Bogotá, que culminó el 7 de noviembre en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, condensa el trabajo de la compositora caleña y su búsqueda sonora de la ternura.

Paula Andrea Baracaldo Barón

08 de noviembre de 2025 - 09:00 a. m.
Parte de la formación de la compositora Carolina Noguera se llevó a cabo en el Conservatorio Antonio María Valencia, en Cali.
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El sonido del río al borde del camino, la brisa caleña, la vegetación del trayecto; un padre y su hija que caminan por Cali para, como es su costumbre, ver alguna película juntos. Películas que Carolina Noguera, esa niña que ahora es adulta, recuerda como turbias, intensas, que la dejaban triste por mucho tiempo, pero que le despertaron la sensibilidad que con el tiempo se convierte en condición de artista.

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Esa misma niña y su padre leían y declamaban los diálogos de alguna obra de Shakespeare como un juego. También pasaban horas en el Museo de Arte Moderno La Tertulia, de Cali. “Eso era poder entrar en esas intimidades y comprender las dimensiones de lo humano que en la cotidianidad se me escapaban”, recuerda Noguera.

Una obra, afirma, primero es idea, luego garabato, se convierte en partitura y finalmente en melodía. “Es como un proceso biológico. Es muy bonito cómo logro que un recuerdo tan propio, una idea tan íntima, pueda llegar a eso”. Que una obra suya toque a alguien más es como si pudiera prestarle sus palabras: cuando esa persona las “dice” es como si fueran suyas.

Es en ese momento —cuando la obra llega a otras manos, a otra lengua musical— donde se conmueve y, de alguna manera, comprende mejor lo que quiere decir: a través de otros.

Precisamente por esa dimensión humana que despierta la música, Noguera lleva más de dos décadas fascinada por los violines caucanos, por la ternura que, asegura, evocan las cuerdas, por ese “recuerdo que siempre ha estado ahí” y que no tuvo que reconstruir cuando compuso Serenata pagana, una de las piezas obligatorias que los participantes del Concurso Internacional de Violín Ciudad de Bogotá interpretaron en la final del 7 de noviembre.

“Ese recuerdo replantea lo que entendemos por virtuosismo, que tiene su manera de tener un sonido virtuoso, unos contornos melódicos llamativos”.

La compositora se ha acercado a ese sonido en dos cuartetos de cuerda: el número tres, inspirado en las jugas y los torbellinos que se tocan en las celebraciones del Niño Dios en diciembre y enero en las comunidades del norte del Cauca, y el número seis, en colaboración con Ángela García, quien en su tesis doctoral exploró la tradición de violines autóctonos de cuatro países latinoamericanos. “En ese cuarteto trabajamos con violines de guadua, de totumo y de calabazo”.

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En 2011, Noguera compuso Furias, para dueto de violines y piano, donde trataba de imitar la manera en que tocaban los músicos caucanos, aunque hasta entonces solo los había visto en videos y documentales. Fue en 2012 cuando por fin viajó al Cauca: “Y tuve una comprensión del fenómeno cultural y social de todas estas tradiciones”.

Vuelve una y otra vez al mismo concepto: la ternura. No le interesa el exhibicionismo ni la idea de una única forma de hacer bien las cosas. “Me parece que el virtuosismo nos exige obediencia y seguir un solo camino, sin tener en cuenta nuestra propia perspectiva sobre las cosas”. En el sonido de los violines caucanos encontró, además de ternura, una música que no busca conquistar el mercado ni el aplauso, sino acompañar a la comunidad. “Me parecía que no era impersonal. Esa intimidad me conmovió en ese momento”.

La idea de acudir a músicas tradicionales ya había sido explorada por otros compositores, como Nikolái Rimski-Kórsakov. Noguera se ha servido de ese camino para acercarse también a la danza. “Es música que se baila y no tanto que se escucha”. Esa técnica de aproximarse a las danzas populares la usan muchos compositores, comenta, pero en su caso la búsqueda apunta a lo tímbrico —al color del sonido más que a las notas en sí mismas—. “En eso me ayudó bastante con un trabajo que se hizo en una suite para cuarteto de cuerdas de orquesta que fue hecho sobre danzas europeas”, acota.

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Su trabajo y la integración que ha hecho con los violines caucanos —lo que llama “la importancia de darle vida a lo opaco, a lo sombrío y, a la vez, tierno”— la conectan con su propio camino: el hecho de ya no sentirse un “bicho raro”. Todo eso se reactivó cuando recibió el encargo de componer una de las piezas del Concurso Internacional de Violín en Bogotá, certamen que reúne a músicos de varios países, con diversas técnicas y percepciones de la interpretación. Serenata pagana nació del intento de generar un equilibrio entre esas “rarezas suyas”, lo que le importa, y el sentido que pudiera tener para los demás.

“La obra tiene dos movimientos: el primero es un poco más lento, se llama ‘Máscara de infinito’, y el segundo es más rápido, con elementos que son más fáciles de reconocer como ‘virtuosos’, con complejidades técnicas”, cuenta. En el primero, describe, hay una fragilidad difícil de lograr y mantener, porque “es difícil cantar suave y que la voz no se rompa”, aludiendo al violín y al sonido transparente que intenta conseguir. La delicadeza, como la ternura, es difícil de sostener.

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El segundo movimiento, cree, es el mayor reto de toda la obra. Parte de una cita de la juga “Linda señora”, que interpretan algunas agrupaciones de Santander de Quilichao. En los segundos movimientos de muchas sinfonías y sonatas, explica, la forma suele ser la de tema y variaciones. “Esto, de alguna manera, empezó a construirse como unas variaciones, pero a mí me parecía que eran unas arias que se tomaban demasiadas licencias, porque siempre he tenido interés en el timbre y en todos los colores diferentes que uno pueda encontrar en las posiciones del violín”. El golpe del arco, el toque en el puente, el sonido rajado... A veces todo ocurre en milésimas de segundo. Noguera quería amplificarlos, jugar a hacerlos más notorios.

Que el Concurso Internacional de Violín se realice en Bogotá e incluya una obra colombiana activa, según Noguera, suscita movimientos importantes en torno al instrumento y en la vida musical de los intérpretes que participan. “Es una grata compañía cuya vida artística nos ha permeado. Haber estado en la inauguración y en las sesiones ha sido muy inspirador. En realidad, para mí, el personaje principal es el público. Ver a los estudiantes de violín, a sus familiares, ver cómo todos estamos con los ojos y los oídos abiertos, se vuelve una luz que le da sentido a todo”.

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De alguna manera, dice, esa experiencia crea una ilusión y una razón para seguir mejorando, para seguir creyendo en la música y en el sentido de estudiarla. “Para mí la música ha sido una salvación y creo que he tenido suerte. Que una institución y que la Alcaldía estén invitando a que los jóvenes sigan estudiando música es un regalo como sociedad y un motivo de celebración”.

Cree que la reconciliación tiene muchos sinónimos: encuentro, amalgamación. Es una palabra tan importante como compleja. Estamos hechos de muchas voces y sonidos, y le gusta que todas esas partes nuestras que parecen tan distintas puedan encontrarse. Por eso las conjuga en su música: los sonidos líricos con el ruido, las líneas con las texturas polirrítmicas, la tradición que ha aprendido de Europa y la que intenta seguir aprendiendo de las más cercanas.

“Podemos sostener esas contradicciones. Parece difícil, pero si hay paciencia y cariño, se pueden juntar. No siento, de hecho, contradictorios los elementos de mi obra. El ruido me parece hermoso: me gustan las máquinas, me gusta el ruido del Transmilenio, cuando se junta todo y me parece algo musical”, asegura.

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En Serenata pagana hay sonidos líricos de un espectro más agudo y melódico, pero se conectan con sonidos espectrales —tal vez fantasmales— y se afirman en la distancia, aunque pertenezcan a lo que la compositora denomina “la misma constelación”. Es la tradición de su propia música mental, llena de disrupciones. “Traer todo lo de adentro a una obra es una conjugación, es darles lugar a todas las facetas de lo que soy”.

Y para eso, recuerda a las personas, los lugares, las situaciones que la han hecho la compositora que es hoy. Como Alba Estrada, su primera profesora de piano: “Ella decía muchas groserías y a mí siempre me han encantado. En la música también las he visto: hay una cantidad de armonías disonantes que, igual, suenan chévere, bonito”, cuenta entre risas. Con ella hizo varios viajes al mar, pero tiene muy presente uno, sobre todo porque lo hizo con su papá, con quien iba bastante al Pacífico. “Yo recuerdo el sonido del mar, lo tengo absolutamente metido en mis oídos. Para mí, la música es muy parecida a estar sumergida en el agua”.

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Y aunque Carolina Noguera ya casi no visita el mar, y tampoco es la niña que caminaba con su papá para empaparse de cine, ya nada puede quitarle el sonido del oleaje y la alegría de contemplar el agua que la ha llevado a darle serenata a su propio río.

Por Paula Andrea Baracaldo Barón

Comunicadora social y periodista de último semestre de la Universidad Externado de Colombia.@conbdebaracaldopbaracaldo@elespectador.com
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