Durante las épocas de reyes, zares y emperadores, cuando los palacios eran símbolos de poder, existió una habitación que encarnó el lujo y la ostentosidad del momento. Un cuarto recubierto con paneles de piedra ámbar, también conocido como “el oro de los Balcanes”, y hoja de oro, engalanó diferentes palacios del este de Europa. La habitación que hoy estaría avaluada por más de USD 170 millones desapareció mientras los nazis intentaban huir con ella al final de la Segunda Guerra Mundial.
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Conocida como la habitación ámbar, este lugar fue visto con asombro desde su creación en 1701. Seis toneladas de ámbar se usaron para su fabricación. La frágil resina fosilizada de color naranja claro había sido protegida desde el siglo XIII por la ley prusiana y el material era apetecido por diversas cortes a lo largo y ancho del continente con el objetivo de producir y adornar diferentes objetos decorativos y religiosos.
La habitación comenzó su proceso de creación en 1701, con la intención de que su hogar fuera el Palacio de Charlottenburg, hogar del rey Federico I de Prusia. Sin embargo, el primer lugar en el que fue instalada la habitación ámbar fue en el Palacio de la Ciudad de Berlín.
Tras 13 años de trabajo, siguiendo los bocetos de Andreas Schlüter y bajo el comando del maestro artesano danés Gottfried Wolfram y los maestros del ámbar Ernst Schacht y Gottfried Turau, la habitación fue terminada.
El proyecto había quedado en pausa tras la muerte del rey y, para ese entonces, solo la mitad de la cámara había sido completada. “Su sucesor, Federico Guillermo I, consideró innecesario el gabinete de ámbar. Todas las piezas fueron recolectadas y transportadas al arsenal de Berlín. Quizás la creación del ámbar habría caído en el olvido si la noticia de este inusual gabinete no hubiera llegado a oídos de Pedro el Grande”, escribió la agencia de noticias rusa RIA Novosti en 2010.
Berlín fue por poco tiempo el hogar de los paneles naranjas. En 1716, el zar Pedro el Grande, en uno de sus viajes a Prusia, admiró la belleza de la habitación y, como símbolo de paz, el rey Federico Guillermo I de Prusia se la obsequió al monarca ruso para sellar una alianza ruso-prusiana contra Suecia.
Fue entonces que la habitación ámbar se trasladó al imperio ruso. “Los paneles, cuidadosamente empaquetados en 18 grandes cajas, se enviaron diligentemente desde el Palacio de Federico I en Charlottenburg en Berlín a San Petersburgo”, escribió Kassia St. Clair en su libro “Las vidas secretas del color”.
De acuerdo con la agencia de noticias rusa, en el envío al Imperio Ruso hacían falta piezas y la habitación ámbar nunca llego a ser instalada mientras Pedro el Grande estuvo vivo. “Los paneles de ámbar permanecieron sin uso en los aposentos privados del Palacio de Verano de Pedro durante bastante tiempo, hasta que su hija Isabel, quien ascendió al trono ruso, redescubrió su uso”, reportaron.
Tras una temporada en San Petersburgo, la zarina Elizabeth ordenó en 1755 que la habitación fuera trasladada a Tsarskoye Selo o la villa de los zares. Al llegar al Palacio de Catalina, encargaron al diseñador italiano Bartolomeo Francesco Rastrelli rediseñar la estancia para que se adaptara a su nuevo entorno en un espacio más grande, para esto tuvieron que usar ámbar adicional importado desde Berlín. “La zarina Isabel utilizaba la cámara de ámbar para meditar; Catalina la Grande recibía visitas en ella y Alejandro II, en cambio, la usó como telón de fondo para sus trofeos”, escribió St. Clair.
Para ese entonces, la habitación llegó a medir “100 metros cuadrados, con 40 metros cuadrados de ámbar ubicados entre los espejos. El interior estaba decorado con mosaicos de mármol florentino”, de acuerdo con la agencia de noticias.
La habitación adquirió su aspecto final en 1770, con unos ajustes finales realizados por orden de la zarina Catalina II en su testamento. Durante los años posteriores, la sala fue restaurada cinco veces, fue admirada por rusos y extranjeros y se convirtió en la joya de la corona de las posesiones artísticas del imperio.
La Segunda Guerra Mundial y un misterio sin resolver
Con la caída del imperio en 1917 y las guerras mundiales, la habitación ámbar se convirtió en un símbolo del pasado, aunque continuaba generando orgullo y admiración.
Para 1941, en medio de la Segunda Guerra Mundial y con los alemanes tocando a la puerta, los paneles fueron empapelados por los rusos en el Palacio de Catalina, en un intento por esconderla de sus enemigos. “A medida que las fuerzas avanzaban hacia Pushkin, los funcionarios y conservadores del Palacio de Catalina intentaron desmantelar y ocultar la Sala de Ámbar. Cuando el ámbar seco comenzó a desmoronarse, los funcionarios intentaron ocultar la sala tras un fino papel pintado”, escribió Jess Blumberg para la Revista Smithsonian.
Con el inicio de la Operación Barbarrosa el 22 de junio, tres millones de soldados alemanes invadieron la Unión Soviética con intenciones de ganar territorio y saquear los lugares de valor.
La cubierta con la que los rusos intentaron esconder el ámbar fue insuficiente y en 36 horas los soldados alemanes desmantelaron la habitación y empacaron los paneles en 27 cajas con rumbo a Königsberg, hoy Kalininsgrad, en Alemania. Fue entonces expuesta en el castillo de esa ciudad, el cual también funcionaba como museo.
“El director del museo, Alfred Rohde, era un aficionado al ámbar y estudió la historia del panel de la sala mientras estuvo en exhibición durante los dos años siguientes”, escribió Blumberg. Sin embargo, con la guerra intensificándose, a Rohde le aconsejaron desmantelar la habitación y volverla a esconder. Un año más tarde, en 1944, las fuerzas aliadas bombardearon el castillo y la ciudad donde estaba expuesta la habitación ámbar. En ese momento, entre el caos de la guerra, el rastro de la habitación se perdió.
Hay quienes dicen que vieron que los nazis empacaron caja tras caja y las sacaron del castillo. Unas teorías apuntan a que las supuestas cajas donde se empacaron los paneles terminaron a bordo del barco alemán Wilhelm Gustloff. La embarcación fue hundida por los rusos y con ella se perdieron 900 vidas y, posiblemente, la habitación ámbar. Sin embargo, no hay pruebas fehacientes de que esto haya sucedido.
Con los años, se ha intentado seguir el rastro de lo que alguna vez fue una maravilla de la artesanía. Algunos han asegurado haberla encontrado, para luego constatar que no es así. Hasta el momento, nadie ha tenido suerte. En 2004, tras una larga investigación, un grupo de investigadores concluyeron que la habitación ámbar se perdió tras el bombardeo de Königsberg. Sin embargo, las pruebas siguen sin ser suficientes para una conclusión final.