La imagen fotográfica de Nereo López
A 100 años del nacimiento de Nereo López, presentamos un ensayo sobre las características de su trabajo fotográfico, así como su trayectoria desde un punto de vista estético y social.
Eduardo Márceles Daconte*
El fotógrafo Nereo López Meza nació en Cartagena de Indias el 1.º de septiembre de 1920. Para celebrar el centenario de su nacimiento y el de los artistas Alejandro Obregón, Enrique Grau, Cecilia Porras, Édgar Negret, Lucy Tejada, el fotógrafo Manuel H. Rodríguez y el reconocido escritor Manuel Zapata Olivella, el Museo Nacional de Colombia, en Bogotá, prepara una de sus exposiciones más ambiciosas del presente año con el título 8 x 100. Es preciso destacar que solo se mostrarán obras creadas entre 1944 y 1964, a fin de enfocar dos décadas vitales que marcan el inicio del arte moderno en el país.
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El fotógrafo Nereo López Meza nació en Cartagena de Indias el 1.º de septiembre de 1920. Para celebrar el centenario de su nacimiento y el de los artistas Alejandro Obregón, Enrique Grau, Cecilia Porras, Édgar Negret, Lucy Tejada, el fotógrafo Manuel H. Rodríguez y el reconocido escritor Manuel Zapata Olivella, el Museo Nacional de Colombia, en Bogotá, prepara una de sus exposiciones más ambiciosas del presente año con el título 8 x 100. Es preciso destacar que solo se mostrarán obras creadas entre 1944 y 1964, a fin de enfocar dos décadas vitales que marcan el inicio del arte moderno en el país.
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Nereo solía recordar aquella famosa expresión de Picasso cuando dijo: “Yo no busco, encuentro”, para significar que las ideas o las oportunidades se presentan sin buscarlas, en el momento menos esperado. A partir de esta actitud de espontánea creatividad, él sabía reconocer en cualquier momento un suceso, escena, anécdota o el personaje que merecía ser enfocado con su cámara. Poseía, además, una natural intuición que, unida a su inteligencia, destreza y sensibilidad social, adquiridas durante largos años de ejercicio profesional, se conjugaban para enfocar imágenes reveladoras de situaciones que pasarían inadvertidas para ojos menos entrenados.
También es necesario tener en cuenta su predisposición ideológica a favor de los desamparados de la tierra, así como su compasión para denunciar, de manera sutil o con un contundente realismo crítico, las injusticias sociales, especialmente en un país como Colombia, donde las diferencias sociales y económicas son abismales. En este sentido, fue un aventajado discípulo del fotógrafo Luis B. Ramos (Guasca, 1899-Medellín, 1955), pionero del reportaje gráfico y la fotografía con carácter social en Colombia. En su trabajo, Ramos se interesó por personajes populares, procesiones religiosas, ferias de plaza, espectáculos callejeros, juegos infantiles o escenas de mercados andinos con un equilibrado sentido de la estética.
No obstante, prefería contrarrestar la violencia política, que ha martirizado al país desde mediados del siglo XX hasta el presente, con imágenes más halagüeñas que generan alegría, esperanza o gozo. Las evidentes injusticias socioeconómicas en las zonas rurales del país han afectado a amplios sectores de la población, que se han visto obligados a desplazarse a las grandes ciudades, donde, sometidos a circunstancias fuera de su control, alimentan zonas tuguriales cuya miseria suscita la delincuencia, la prostitución, la ignorancia y sus secuelas de violencia intrafamiliar, enfermedades, deserción escolar, hambre crónica y desnutrición, entre muchos males sociales. Empezó su carrera fotográfica en la revista Cromos y, en diferentes épocas, trabajó también para El Espectador, El Tiempo y la revista O Cruzeiro, de Brasil, como corresponsal gráfico. En calidad de fotógrafo independiente, sus fotografías integraron una veintena de libros, tanto en Colombia como en España, Ecuador y Estados Unidos.
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En su trayectoria de fotógrafo profesional nunca quiso documentar situaciones sensacionalistas, lúgubres, crueles o amarillistas, como las que seducen a algunos de sus colegas. En su lugar, sin dejar de revelar sus consecuencias en la vida cotidiana de los colombianos, se inclinó más por las actividades lúdicas, laborales o religiosas, con un sentido de la estética que lo ubica, junto a sus compatriotas Luis B. Ramos, Leo Matiz y Hernán Díaz, entre los pioneros de esta modalidad fotográfica en el país. Era, en todo caso, un reportero gráfico atípico, en la medida en que su interés no era exactamente la noticia como tal, la que se conoce como la chiva, o sea, la fotografía exclusiva de un suceso, sino cómo incidían los eventos en la vida del ciudadano común. Algunas de sus escasas chivas históricas serían sus fotografías del secuestro del niño Nicolás Saade, en Barranquilla, en marzo de 1954, como corresponsal de El Espectador, y el reportaje gráfico de la protesta popular que precipitó la caída de Rojas Pinilla en Bogotá, el 10 de mayo de 1957, para la revista Cromos.
En sus ensayos fotográficos, prefería los contenidos críticos que se manifiestan en situaciones curiosas, extravagantes o exóticas, así como la singularidad de acciones en desarrollo o imágenes en movimiento que se dan en protestas callejeras, carnavales, corralejas, fiestas populares, procesiones religiosas, plazas de mercado, cantinas o lugares donde la diversión, el regocijo o la dinámica del trabajo se prestan para enfoques sugestivos, tales como estibadores en los muelles, bogas remando en el río, pescadores con atarraya, campesinos en su roza, fotógrafos ambulantes, pasajeros en tránsito, parejas danzantes, transeúntes que se detienen a conversar o caminan desprevenidos.
En este punto es oportuno recordar que Nereo fue, de manera fundamental, un fotógrafo itinerante, nómada, que prefirió siempre la calle o el campo. Los espacios cerrados estaban destinados a los retratos, muchas veces en el contexto de la profesión del sujeto fotografiado; así descubrimos al poeta León de Greiff en su cama rodeado de libros, a la reconocida escritora y crítica de arte Marta Traba en su biblioteca, a los artistas Alejandro Obregón, Cecilia Porras y Orlando Figurita Rivera en su taller. De igual modo, para celebrar la amistad, proyecta al escritor Manuel Zapata Olivella, en su indumentaria de médico, con una alborozada carcajada aludiendo a su inveterado mamagallismo, y a Rafael Escalona como el bohemio compositor de vallenatos en plan de serenata.
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A través de su vida profesional tuvo dos significativas asignaciones. La primera fue el reportaje fotográfico de la visita del papa Paulo VI, que viajaba a Bogotá a clausurar el Congreso Eucarístico Internacional en 1968. Nereo tuvo el privilegio de ser el fotógrafo contratado para documentar de manera exclusiva la visita papal en compañía de un camarógrafo del noticiero de aquella época: El mundo al vuelo. La segunda misión encomendada a su talento fotográfico fue el cubrimiento de la fiesta y ceremonia de la entrega del Premio Nobel a su amigo Gabriel García Márquez en Estocolmo, en 1982. Ya desde Bogotá, Nereo empezó a documentar ese recorrido histórico, en el que participaban amigos de Gabo, conjuntos musicales, danzas del Carnaval de Barranquilla, miembros todos de una embajada cultural y folclórica que haría estremecer el solemne palacio de los reyes suecos. Las imágenes captadas en aquel momento se reunieron en el libro Aracataca-Estocolmo: Premio Nobel a Gabriel García Márquez, con fotografías de Nereo López y Hernando Guerrero (Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1983).
Nereo experimentó siempre especial simpatía y admiración por los niños, a quienes dedicó sus mejores imágenes. De hecho, sus fotografías favoritas son la de una niña triste reclinada sobre un costal de papas en algún mercado de Boyacá (1956) y la de un niño y dos niñas risueñas que caminan por un sendero andino en Pisac (Perú, 1960). En ellas adivinamos la inocencia, pero también la vulnerabilidad a que están sometidos los niños por su condición de marginados en una sociedad que suele discriminar a sus semejantes por su estrato social.
Su primer libro, entre catorce volúmenes sin contar los inéditos, estuvo justamente dedicado a los niños de Colombia y se titulaba El libro de los oficios infantiles (1964), que alcanzó el éxito de tres ediciones, algo inusitado para estos primeros proyectos editoriales que combinaban los textos del escritor Jaime Paredes Pardo con fotografías de Nereo. Como su nombre lo indica, en el libro se denunciaba la utilización de menores de edad para faenas y oficios que debían estar por ley vedados para los infantes.
Desde los tiempos de Nereo y los fotógrafos de su generación, la fotografía ha ido ganando un espacio privilegiado en las esferas artísticas, ya sea como pieza individual, en secuencias narrativas o como soporte de obras conceptuales, llámense performance o instalaciones, así como también en el campo de la imagen digital creada o intervenida con infinidad de filtros, lentes o programas de computador (software) que facilitan el trabajo. La fotografía ha perdido el misterio que se le atribuía a mediados del siglo XX, cuando tener una cámara fotográfica era un privilegio. Hoy en día se ha democratizado de tal manera que tomar fotos con sencillas cámaras digitales o teléfonos celulares es una práctica común en todas partes del mundo.
En nuestro caso, podemos decir que Nereo pasó por todas las etapas de un fotógrafo del siglo XX y, fiel a su espíritu innovador e investigativo, sorprendió a todos con sus experimentos a color, que él bautizó como transfografías, en las que, sin utilizar el computador, fusionaba imágenes para darles una personalidad diferente. Es sin duda uno de los pioneros en Colombia, por iniciativa autodidacta, en manipular, a través de técnicas digitales, las imágenes para su satisfacción personal.
Nereo López falleció a los 94 años, el 25 de agosto de 2015, en una clínica de Nueva York, ciudad a la que entregó la última etapa de su vida de fotógrafo. Sus cenizas reposan en el lecho del río Hudson.
*Escritor, curador de arte y periodista cultural. Su libro más reciente es Nereo López: testigo de su tiempo, biografía ilustrada del reconocido fotógrafo, en proceso de publicación.