Ingenieros de petróleos, administradores, agrónomos, abogados o hasta sommeliers confluyen tratando de lograr devolver un poco de lo que el café ha logrado en ellos: una huella, una marca, una insignia.
Pues este objetivo está en nombre, práctica y proyecto desde la ciudad de Ibagué. Los contrastes son poesías ocultas, son secretos en sobres; están en arquitectura, música, experiencias y, claro, en el café. De esto, Angie Molina y Jhon Espitia han hecho su horizonte para impulsar la cultura cafetera un paso más allá.
En las rutas urbanas del gremio cafetero, la lógica es encontrar solo un par de eslabones de la cadena de suministro en las tiendas de especialidad. En algunos casos, un espacio espectacular con un gran café, pero alejado de la historia detrás de cada grano; en otros, por el contrario, hallamos apologías al proceso de cada variedad y el caficultor, aunque en un espacio remoto y escondido; o tal vez, con mucha suerte, llegas al pulmón de la ciudad musical, cruzas un abanico de árboles y encuentras una tienda con trazabilidad, historias, premios, idiomas, métodos, ciencia y sobre todo, gran café.
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Así como el parque Centenario abre sus alas al circuito de tiendas de café a todo visitante de la ciudad musical, hay una esquina encantada en la zona de Piedra pintada dispuesta a escuchar las sugerencias y, de inmediato, tomar acción. No estaría hablando de la capital Tolimense, sin percibir entre esta estética colonial, una sinfonía. Dicho esto, les daré un claro ejemplo de como estuvo mi función, donde pude viajar a presentaciones de estilo europeo, con producto local, maquinaria italiana, pero con la fortuna de un auditorio muy colombiano.
Primero, una conversación. Angie confiesa el inicio de su amor hacia el café en su paso por Francia. El virtuosismo en cada gota roza la obsesión, y sin duda su conocimiento se ha trasladado a las tazas que día a día reposan en los labios de sus invitados. Por otra parte, Jhon decide cautivar a partir de las tradiciones. Cafecultor de raza, de cuna productora en Dolores, Tolima, ha sabido completar la otra mitad que exige su proyecto, donde logran acuñar cada segmento de la cadena de suministro del café.
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Hora de la presentación. La Sonata se inicia respondiendo a la primera petición: un filtrado, por favor. La técnica, la fuerza del vertido, la temperatura del agua y el tenue resplandor en el alma que te entrega el olfato en la pre infusión. Un bourbon rosado del Huila y su particular Bourbon IPA fueron protagonistas. Ante la fugacidad con la que ocurrió ese primer movimiento, sin duda debía ser adagio y lento el siguiente acto. Un espresso esta vez. La libertad para calibrar ante el respirar expectante hacía que cada “pieza” fuera más anhelada que la anterior. Angie solo mueve la batuta en La Marzocco de un puesto y extrae 39 ml de aquello que ellos muy bien nombran Insignia.
Para el Minuet y Allegro Vivo, brindaron la estocada final: se contó la historia detrás de cada cuadro que habita en aquella casa, que parece una colonia escondida en Piedra Pintada Alta. Todo ocurrió mientras giraron los tambores de la tostadora con su carga cruzando los nueve minutos y el “coffee crack” arribó para hacer de percusión. Un cierre vibrante, el cual no se describe, sino que se debe experimentar.
Con la costumbre colombiana de perseguir el mercado, hace falta más representantes que decidan crearlo, y es ahí donde definitivamente pude hacer clic con este espectacular lugar. Si están en búsqueda de un despertar cafetero; si buscan consolidar sus conocimientos o una idea, o tal vez solo quieren entender a profundidad el poder de un grano de café, saquen un espacio para recorrer Ibagué y, cuando se crucen con este escudo que repercute en todos los sentidos, solo disfruten del “bienvenidos a Insignia Coffee”. Me lo agradecerán.
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Por Sebastián Londoño Velásquez
